15 ene 2012

COMENTARIO A LAS LECTURAS DOMINICALES. Venid y lo veréis. La puerta de la fe está abierta para todos



P. Mario Ortega. Qué pasaje más estupendo el del Evangelio de hoy para meternos de lleno en el Tiempo ordinario. Narra el primer encuentro con Jesús de los dos primeros apóstoles: Andrés y el mismo que lo escribe, Juan. Sabemos bien que sus vidas cambiaron totalmente con Jesús. Bien, pues estamos contemplando el momento inicial de esa aventura; la aventura del encuentro personal, corazón a corazón, con Jesucristo.

Nuestra vida cristiana no es, pues, una filosofía, una ideología, una doctrina sin más. Es mucho más. Es, ante todo, un encuentro personal. No hay dos iguales. El encuentro de cada uno con Cristo es absolutamente original e único.

Enviados por el Bautista, pues hasta entonces eran discípulos suyos, Andrés y Juan esperan que el Señor les enseñe una doctrina; por eso le llaman “Maestro”. La pregunta que le dirigen: “¿dónde vives?” podría significar simplemente el interés por saber dónde vive un maestro para frecuentar su escuela y aprender. Sin embargo, la misma pregunta, da pie a Jesús a mostrarnos que aprender su camino es un acto personal y libre de seguimiento e imitación, de comprobar por uno mismo: “venid y lo veréis”.

La posibilidad de vivir esta misma experiencia está hoy ante nosotros. “Las puertas de la fe están abiertas para nosotros”, proclama Benedicto XVI como lema para el año de la fe que inauguraremos este 2012. ¿No es acaso el mismo mensaje de invitación de Jesús: “venid y lo veréis”? La fe es un don de Dios, un don en forma de invitación, que se ofrece - enseña el Papa - a todos. Para atravesarla es necesario únicamente tener la misma disposición que, por ejemplo, el profeta Samuel en la primera lectura de hoy.

¿Dónde se encuentra a Cristo? De tantas maneras… ciertamente. Incluso a través de las experiencias más dolorosas. En los momentos más inesperados, puede aparecer la luz de Dios. Esa luz nos invita a acercarnos. La fe es acercarse a Dios. La fe que da Dios es acercarse a Cristo. Venid y lo veréis. Luego vienen otros regalos del Señor. Después del venid, vendrá el escuchad, el arrepentíos, el aprended de mí, el id en paz, el tomad y comed, el soy Yo, no temáis… y como corona de todos esas exhortaciones el amad, a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. La fe nos lleva a la caridad. Seguir a Cristo nos hace amar como Él, un amor concreto, que se extiende también a nuestra dimensión corporal, como nos explica hoy San Pablo en la segunda lectura.

“Venid”, para empezad; para terminar “amad”. Cristo nos enseñará a amar a Dios, mejor, a dejarse amar por Dios, inundándose uno del amor infinito que trasciende toda fuerza humana. Y sólo con ese amor especial, que se llama caridad, podremos amar de veras a los demás.

Celebramos hoy precisamente una jornada muy especial para recordar nuestro compromiso de amar al prójimo: la jornada de las migraciones. El mundo no es hoy en España como hace un cuarto de siglo, cuando el Rey Baltasar de las cabalgatas tenía que pintarse la cara. Raro era el pueblo o ciudad que presumía diciendo: “Yo tengo un rey Baltasar, de verdad, de color”. Hoy tenemos muchos reyes Baltasar entre nosotros, tantos africanos, asiáticos, americanos, que forman parte de nuestra vida y nosotros de la de ellos.

Qué magnífica oportunidad la que nos ofrece el tiempo que nos ha tocado vivir; un mundo globalizado que nos permite abrirnos más y mejor al hermano que, aunque venga de una cultura distinta, puede compartir la misma fe. Tantos inmigrantes que viven entre nosotros y que, como nosotros, han sentido esa misma llamada del Señor: “venid y lo veréis”. En la Iglesia nos convoca Cristo, a unos y a otros, a todos, porque la Iglesia es Una y Católica. También Santa, y esto lo tenemos que recordar bien, para no ensuciar con nuestra vida su rostro, y Apostólica. Volviendo al Evangelio, y para terminar, seamos como San Andrés que bien pronto fue a anunciar a su hermano el hallazgo del Mesías. Seamos apóstoles en nuestro mundo.

“Venid y veréis”. Cristo nos convoca en la Iglesia, donde, además encontramos una Madre que nos une a todos en la caridad: María Santísima.

P. Mario Ortega

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