COMENTARIOS A LAS LECTURAS DOMINICALES
P. Mario Ortega. De nuevo, con Jesús en lo alto del monte. La montaña es en la vida de Cristo un lugar de oración y de revelación: el monte de las bienaventuranzas, el del desierto de las tentaciones que considerábamos la semana pasada, el Tabor de hoy... aún nos quedará subir más montes: la cima del Calvario donde culmina su entrega y, finalmente, el de los Olivos con Cristo glorioso para su Ascensión.
El misterio que acontece hoy en la cima del Tabor es un misterio de luz, de mucha luz. ¿Cómo puede hablarse de misterio cuando lo que hay es mucha luz? Precisamente por eso, porque hay demasiada luz. Así como no vemos una cosa cuando está oscuro, el exceso de luz nos ciega y tampoco vemos el objeto deseado. Los misterios de la fe son misterios para nosotros no por ser oscuros, sino ¡por exceso de luz! El misterio de Dios nos supera, es sublime, no lo podemos abarcar. San Pablo, en la segunda lectura de hoy, se refiere a esto diciendo que Dios sacó a la luz la vida inmortal destruyendo la muerte. Jesús es Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Son las referencias que hacemos en el Credo al Padre, con el que Cristo es Uno. Y esa unidad es la que se hace patente en la cima del monte, ante los discípulos que, atónitos, contemplan la Transfiguración del Maestro y escuchan la voz del Padre que declara: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.” Jesús es Dios y como tal se muestra en esta montaña. Para que los apóstoles no olviden quién es cuando pocos días después oculte completamente ante sus ojos su divinidad y lo vean en la agonía y el suplicio de la cruz.
De la luz del Tabor a la cruz del Calvario. Y de la cruz del Calvario a la luz de la Resurrección. El misterio de Cristo es Cruz y Luz. Nuestra vida, siendo cruz, está con Cristo destinada a la Luz. Los apóstoles pregustan hoy esa luz definitiva que no conoce el ocaso y se apodera de ellos el deseo de eternidad: “Señor, qué bien se está aquí...”
No quieren irse, pero Jesús les enseña que todavía no ha llegado el momento de la Luz definitiva. Han de bajar del monte. Como Dios le dijo un día a Abraham: "sal de tu tierra", los discípulos han de bajar con Cristo a Jerusalén, donde le aguarda el momento de la Pasión y de la Muerte. “No contéis a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.
Nuestra vida es también un continuo paso de la luz a la cruz y de la luz a la cruz, esperando con Cristo el triunfo definitivo y luminoso de la Vida. Con María.
De la luz del Tabor a la cruz del Calvario. Y de la cruz del Calvario a la luz de la Resurrección. El misterio de Cristo es Cruz y Luz. Nuestra vida, siendo cruz, está con Cristo destinada a la Luz. Los apóstoles pregustan hoy esa luz definitiva que no conoce el ocaso y se apodera de ellos el deseo de eternidad: “Señor, qué bien se está aquí...”
No quieren irse, pero Jesús les enseña que todavía no ha llegado el momento de la Luz definitiva. Han de bajar del monte. Como Dios le dijo un día a Abraham: "sal de tu tierra", los discípulos han de bajar con Cristo a Jerusalén, donde le aguarda el momento de la Pasión y de la Muerte. “No contéis a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.
Nuestra vida es también un continuo paso de la luz a la cruz y de la luz a la cruz, esperando con Cristo el triunfo definitivo y luminoso de la Vida. Con María.
P. Mario Ortega.
Publicado en La Gaceta de la Iglesia.
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