25 ene 2011

Los nuevos mártires


OPINIÓN
P. Roberto Visier. Uno de los temas que ha ocupado profusamente los periódicos y noticiarios de otros medios es la terrible persecución que está sufriendo el cristianismo. No es una realidad nueva, de hecho ya desde hace varios años muchos cristianos han tenido que abandonar Irak y otros países de oriente. No es un asunto del que se suelan hacer mucho eco los medios, pero los atentados de la pasada Navidad e inicio de año han sido tan sangrientos y crueles, que no han podido pasar desapercibidos ante la opinión pública mundial.

El Papa no se ha limitado a condenar y denunciar los ataques con breves notas de protesta. Ha sido valiente, contundente y sobre todo ha hecho una reflexión larga y bien motivada. El mensaje anual con motivo de la Jornada mundial de oración por la paz se ha convertido en todo un documento sobre la libertad religiosa como derecho fundamental de la persona humana y base del progreso de un país y del mundo en general. Más incisivo todavía estuvo su discurso al Cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede, pidiendo la abolición de la ley contra la blasfemia en Pakistán y denunciando la persecución velada que la Iglesia sufre en occidente por parte de los que profesan el laicismo más radical y absurdo, pretendiendo borrar toda manifestación pública de la fe religiosa y sobre todo cristiana.

Siempre los mártires han sido semillas de nuevos cristianos. El siglo XX estuvo plagado de estos gestos heroicos. Los miles de mártires de la persecución comunista y nazista, y los nuevos mártires del siglo XXI, son un testimonio elocuente que nos ilumina en estos momentos de tensión y nos invita a ser generosos, a no rechazar la cruz de la persecución, del desprecio, de la indiferencia. Innumerables veces nos invita el evangelio y las cartas de los apóstoles a aceptar con alegría la persecución. Bastaría sólo releer las bienaventuranzas del inicio del sermón de la montaña para comprender que no sólo debemos aceptar y abrazar esa cruz, sino considerarla como la más preciosa, la que nos merece una gloria más grande en el cielo y la que nos convierte en luces que iluminan las tinieblas de este mundo y señalan hacia Cristo, el primero que entregó su vida, el que por amor derramó hasta la última gota de sangre de su corazón y la convirtió en un torrente de salvación eterna para todos aquellos que se acogen a Él.

P. Roberto Visier.

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