OPINIÓN
P. Roberto Visier. Los primeros días del año son siempre propicios para reflexionar sobre el sentido del tiempo. Sabemos que la diferencia entre el 31 de Diciembre y el primero de Enero no es grande. Simplemente cambiamos el número del año y seguimos con nuestra rutina cotidiana, pero al ser humano le gusta mirar atrás y también adelante, mirar el pasado y preguntarse por el futuro. Es el misterio del tiempo que nos cuestiona, nos apremia, casi nos persigue. El recuerdo del ayer y la esperanza del mañana. No podemos evitar vivir inmersos en el tiempo que corre veloz, que huye, que se nos escapa.
Más allá de las muchas reflexiones filosóficas que se han hecho a lo largo de los siglos, yo pienso que el tiempo nos recuerda sobre todo que estamos vivos, que existimos y que estamos en movimiento; que hemos empezado y que caminamos hacia un fin, o tal vez hacia un principio, al menos hacia un tiempo que sigue corriendo, o quizás que se detiene para siempre, mas no para dejar de existir sino para habitar fuera del tiempo. El principio y el fin, la muerte y la eternidad, el origen y la finalidad, el sentido, las respuestas están más allá del tiempo.
Y en este mundo trepidante en el que vivimos es urgente detenerse. Servirse de un espacio de ese tiempo en el que somos conscientes de vivir y usarlo para reflexionar. Esto nos ayudará sin duda a agradecer el don recibido y a hacerlo fructificar. Porque con demasiada frecuencia en la cultura moderna se “mata el tiempo”, se deja pasar el tiempo, no se aprovecha el tiempo, parece como si quisiéramos vivir sin ser conscientes de que vivimos, como niños que juegan con el tiempo, huyendo de la realidad. Nunca como hoy el hombre ha tenido tantos medios para llenar el tiempo. Estamos invadidos de juguetes electrónicos, de sonidos e imágenes que se encargan de consumir nuestro tiempo sin dejarnos un segundo libre para... vivir.
Miro la hora, ya no me queda mucho tiempo. Mentira, tengo todo el tiempo que Dios me da, tengo esta vida y la eternidad. Lo importante no es si hemos tenido tiempo de hacer muchas cosas sino cómo hemos vivido el tiempo de hacerlas. En definitiva, el tiempo lo llevamos dentro. Se puede beber una botella de vino casi sin sentirla y se puede beber una copa saboreando cada gota. Nuestra vida será larga si amamos cada segundo, quiero decir si cada segundo estamos amando. El segundo trascurrido sin amar lo hemos perdido. Por eso diez años de vida pueden ser larguísimos y fecundos y cien años un instante perdido.
P. Roberto Visier.
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