5 feb 2011

A mí con sal, por favor


COMENTARIOS A LAS LECTURAS DOMINICALES
P. Mario Ortega. ¿Quién no ha oído alguna vez esta petición en un restaurante? Quizás hasta pronunciada por uno mismo, si así nos lo ha prescrito el médico. Añadiendo a continuación (no sé si para no sentirse muy distinto de los demás): “Ya me he acostumbrado a comer sin sal; me está muy bueno...”

Hoy el evangelio nos habla de la sal. Y la situación antedicha nos puede ayudar para la reflexión de hoy. A diferencia de los médicos que miran por nuestra salud corporal, Jesús, médico de las almas, pide comer siempre con sal: que el Evangelio se cocine siempre con sal y que los cocineros seamos esa sal. Porque de lo contrario, el mundo se acostumbrará a la comida sosa y hasta le resultará buena.

La naturaleza humana está “insípida y podrida por sus pecados” (San Juan Crisóstomo), luego está necesitada de sal, ya que las propiedades de ésta son precisamente dar sabor y preservar de la corrupción. Por eso, siendo el Evangelio el alimento, el Señor nos advierte que la sal somos nosotros, los cristianos. Gran responsabilidad la de ser sal evangélica, puesto que si dejamos de serlo por el enfriamiento en la vida de oración, en el fervor y en el deseo de que la Palabra de Cristo llegue a tantos corazones desaboridos, estaremos faltando a la caridad. Y sin la caridad, no soy nada, dice San Pablo. La sal que no sala, no sirve de nada. No sólo se condenará el malo, también el soso.

¿Cómo podremos llegar a ser sal evangélica? Dejando que la Palabra de Dios y su sabor agradable penetre completamente en nuestra alma. Como San Pablo declara hoy en la segunda lectura que hemos escuchado, acogiendo no la sabiduría humana, sino únicamente la de Cristo Crucificado, en la que se manifiesta la fuerza de Dios.

Une Jesús a la imagen de la sal, la de la luz. La sal da sabor y preserva; la luz ilumina.¿Cómo podré llegar a ser luz evangélica? El cristiano que se deja iluminar por Dios se convierte él mismo en luz para los demás. Isaías concreta esta imagen. Cuando transformemos nuestro corazón sanándolo de todo egoísmo y lo consagremos a las obras de misericordia, entonces “brillará tu luz, la oscuridad se volverá mediodía”.

P. Mario Ortega.

Publicado en La Gaceta de la Iglesia.

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