P. Mario Ortega. Jesús nos enseña hoy la inseparable relación entre el amor a Él – amor a Dios – y el cumplimiento de los mandamientos. “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. En la dinámica del Evangelio, antecede siempre el amor; los mandamientos del cristiano no son fruto de una autoridad externa sin más, sino una exigencia interna de quien ama.
A mayor amor, mayor cumplimiento de la Ley del Dios Amor. Y podríamos completar un círculo virtuoso diciendo que a mayor cumplimiento de la Ley de Dios, mayor fe, y de nuevo, de ésta, al mayor amor. Así concluye el Señor al final del pasaje de hoy: el que obra la caridad con Dios y con el prójimo, recibirá la revelación del Hijo, es decir, una mayor fe. Fe, amor y las obras, fruto de ambas: he aquí el círculo virtuoso sobre el que ha de girar la vida cristiana.
La fe y el cumplimiento de los mandamientos no pueden ser considerados un “añadido” en mi vida, sino el centro de gravedad sobre el que mi vida gire. La Ley de Dios ha de hacer que todos nuestros pensamientos, deseos, palabras y obras del cristiano confluyan en Cristo, igual que la ley de la gravedad hace confluir todas las cosas hacia el centro de la Tierra. El cristiano ha de llegar a decir, con San Pablo, “mi vida es Cristo”, ya que el objeto de su fe y la razón de su obrar no ha de ser otra que Cristo, el amor a Él.
Contamos con la gracia de Dios, con el impulso ardiente del Espíritu Santo que el Señor nos prometió y nos da. Como lo dio a aquellos primeros cristianos, que recibieron la predicación de los Apóstoles, como hemos escuchado en la primera lectura. Aquella ciudad de Samaria se llenó de alegría.
Y es que la fe en Cristo no viene a quitarte nada bueno, sino a darte lo verdaderamente bueno, lo que llena el corazón humano de verdad. Estamos hechos para Dios y por mucho que nos empeñemos, no podemos encontrar el gozo y la paz, si no es en Dios. Por eso, San Pedro, en la segunda lectura de hoy, describe cómo ha de ser la vida del que vive en la fe y el amor de Cristo: estará glorificando a Cristo, es decir, transparentando a Cristo, con su vida.
El mundo necesita del testimonio del cristiano porque necesita ver a Cristo. No nos sustraigamos a este deber de caridad. Estamos llamados no sólo a vivir la alegría de una vida en Cristo, sino a transmitir esta vida mediante una fe decidida y firme, una esperanza de la que siempre podamos dar razón y una caridad que se exprese continuamente, en la vida diaria familiar, laboral, social...
Con María, en la peregrinación de la fe, hacia el amor de Dios.
La fe y el cumplimiento de los mandamientos no pueden ser considerados un “añadido” en mi vida, sino el centro de gravedad sobre el que mi vida gire. La Ley de Dios ha de hacer que todos nuestros pensamientos, deseos, palabras y obras del cristiano confluyan en Cristo, igual que la ley de la gravedad hace confluir todas las cosas hacia el centro de la Tierra. El cristiano ha de llegar a decir, con San Pablo, “mi vida es Cristo”, ya que el objeto de su fe y la razón de su obrar no ha de ser otra que Cristo, el amor a Él.
Contamos con la gracia de Dios, con el impulso ardiente del Espíritu Santo que el Señor nos prometió y nos da. Como lo dio a aquellos primeros cristianos, que recibieron la predicación de los Apóstoles, como hemos escuchado en la primera lectura. Aquella ciudad de Samaria se llenó de alegría.
Y es que la fe en Cristo no viene a quitarte nada bueno, sino a darte lo verdaderamente bueno, lo que llena el corazón humano de verdad. Estamos hechos para Dios y por mucho que nos empeñemos, no podemos encontrar el gozo y la paz, si no es en Dios. Por eso, San Pedro, en la segunda lectura de hoy, describe cómo ha de ser la vida del que vive en la fe y el amor de Cristo: estará glorificando a Cristo, es decir, transparentando a Cristo, con su vida.
El mundo necesita del testimonio del cristiano porque necesita ver a Cristo. No nos sustraigamos a este deber de caridad. Estamos llamados no sólo a vivir la alegría de una vida en Cristo, sino a transmitir esta vida mediante una fe decidida y firme, una esperanza de la que siempre podamos dar razón y una caridad que se exprese continuamente, en la vida diaria familiar, laboral, social...
Con María, en la peregrinación de la fe, hacia el amor de Dios.
P. Mario Ortega
Publicado en La Gaceta de la Iglesia
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