7 may 2014

ESPIRITUALIDAD CATÓLICA. San Juan Pablo II 7


(viene de ´San Juan Pablo II 6´)

P. Jorge Teulón. 11. El primer Papa en España. Entonces todavía era una novedad. No se había cumplido el primer quinquenio del pontificado y Juan Pablo II pasó diez días en España; la cruzó casi entera en varias direcciones, estuvo en los más importantes lugares de significación religiosa, lo escuchamos directamente millones de personas, y por medio de la radio y de la televisión la inmensa mayoría de la nación. La palabra entusiasmo es tal vez la que más se repitió. Fue su paso un poderoso remolino que agitó las aguas; al regresar a Roma quedó una larga estela. Porque las peregrinaciones de Juan Pablo II al servicio del Evangelio siempre arrastraron muchedumbres. Tenía la virtud de despertar conciencia de posibilidades, acaso recónditas, y de restituir a los pueblos la exacta dimensión de su identidad. Algún comentarista francés decía que el Papa, con sus visitas, abría pozos de donde podía surgir una nueva energía.


Y es que el año 1982 fue para todo el pueblo español el año del Papa: era el encuentro con el primer Papa que visitaba nuestra nación. Todavía, tantos años después, podemos seguir reflexionando en el mensaje variado y unitario del Papa. Sus homilías y discursos fueron un torrente de verdades, de pautas, de exigencias. Qué bueno sería que aprovechásemos sus diferentes mensajes. Porque descubrimos cómo su enseñanza no abre heridas; más bien las restaña, sin esquivar los problemas. No abre juicios de responsabilidades, no reta ni se deja empujar por la corriente inercial de las reconvenciones. Señala el mal e invita a vencerlo. Anima, conforta. ¿De cuál de sus peregrinaciones a lo largo y ancho del mundo no queda la impresión de que todos somos llamados a un examen de conciencia cristiano?

La tarde del 2 de noviembre de 1982, en Madrid, durante la Misa celebrada en la Plaza de Lima, con la asistencia de casi dos millones de personas, el Papa, con toda su energía paulina de Pastor y Maestro de la Iglesia Universal, predicó el Evangelio en familia, exponiendo el proyecto de Dios sobre el matrimonio e indicando cómo hay que orientar la vida matrimonial y familiar según la palabra de Cristo. Fue ésta una de las homilías más impresionantes.

El 3 de noviembre tuvo lugar el encuentro del Papa con los obreros y fieles de la parroquia de San Bartolomé, del barrio de Orcasitas de Madrid... En esa Misa bendijo las primeras piedras destinadas a la construcción de varios templos parroquiales de la ciudad para que en todas las zonas hubiera una casa para Dios. Por la tarde, en el Santiago Bernabéu un millón de jóvenes cantarían con el Papa la alegría de su fe y de su esperanza.

Luego la ciudad de Toledo rememora el recorrido del Papa por sus calles: la Misa en el Polígono, la visita a la Catedral y el encuentro con los seminaristas (bajo estas líneas), que felicitaban al Papa en el día de su santo.


Por el espacio no podemos recordar todos los encuentros y ciudades de las intensas jornadas de aquella visita del Papa: Ávila, Alba de Tormes, Salamanca, Guadalupe, Segovia, Sevilla, Granada, Loyola, Javier, Zaragoza, Valencia, Santiago de Compostela...

Personalmente quiero recordar la jornada del 7 de noviembre de 1982. Juan Pablo II baja desde Montserrat en coche hasta Barcelona con un notable retraso en el programa, de modo que el rezo del Ángelus en el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, previsto para mediodía, como es habitual, tuvo lugar hacia las dos de la tarde. Al finalizar la oración la coral Sellares inicia la interpretación de una canción popular polaca, que la madre de Karol Wojtyla le cantaba de niño. Juan Pablo II comienza a tararearla, pero la emoción le traiciona, se quiebra su voz y quienes estaban cerca le ven llorar...


Después, por la tarde, tuvo lugar la Misa dominical, en una de las jornadas más fatigosas por el mal tiempo. Ciento cincuenta mil personas abarrotaban el estadio del Nou Camp[1] bajo la lluvia, en torno al Vicario de Cristo... El Papa dijo:

  • ¿En qué ha de consistir nuestra entrega a Cristo? De inmediato os digo que lo primero que el Papa y la Iglesia esperan de vosotros es que, frente a vuestra propia existencia, frente a la misma Iglesia, frente a la problemática humana actual, adoptéis actitudes verdaderamente cristianas.
  • Consciente de su deber de dar un sentido más humano al hombre y a su historia, el cristiano deberá estar en primera línea como testigo de la verdad, honestidad y justicia. Es la primera consecuencia del valor humanizador de la fe y del dinamismo creador de la misma.
  • Bien radicado en esa fe y desde una clara y valiente convicción evangélica, no dudará en asumir su parte de responsabilidad para instaurar en Cristo el orden de las realidades temporales. Nunca podrán olvidar los cristianos que deben ser fermento y alma de la sociedad y que en las tareas temporales la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno.
  • El hijo de la Iglesia ha de vivir la convicción de que ha de ser, para ser cristiano de la coherencia en el amor al hombre, en la defensa de sus derechos, en el compromiso por la justicia, en la solidaridad con cuantos buscan la verdad y elevación del hombre.
  • Se abre ante los ojos del cristiano la necesidad de cambiar tantas cosas que son inadecuadas o injustas y que requieren la transformación desde dentro y desde fuera.
  • Y para todo esto, hay que empezar por cambiarse a sí mismo; por renovarse moralmente; por transformarse desde dentro imitando a Cristo; por destruir las raíces del egoísmo y del pecado que anida en cada corazón. Personas transformadas colaboran eficazmente a transformar la sociedad.
  • Para vivir en esa actitud cristiana, el hijo de la Iglesia, que siente la propia debilidad y pecado, necesita un constante empeño de conversión y de retorno a las fuentes ideales que inspiran su conducta. Necesita un constante retorno a su conciencia y a Cristo.
  • ¿Queréis un criterio seguro, concreto, sistemático, que os guíe en el momento presente? Seguid la voz del Magisterio y sed fieles al Concilio de nuestro tiempo: el Vaticano II sin interpretaciones arbitrarias o confusiones de la enseñanza... Demostrad ese espíritu en la atención prestada a los problemas cruciales. En el ámbito de la familia, viviendo y defendiendo la indisolubilidad del matrimonio, promoviendo el respeto a toda vida desde el momento de la concepción. En el mundo de la cultura, de la educación, de la enseñanza, eligiendo para vuestros hijos una enseñanza en la que esté presente el pan de la fe cristiana.
  • Sed también fuertes y generosos a la hora de contribuir a que desaparezcan las injusticias y las discriminaciones sociales y económicas; a la hora de participar en una tarea positiva de incremento y justa distribución de los bienes. Esforzaos porque las leyes y costumbres no vuelvan la espalda al sentido de trascendencia del hombre ni a los aspectos morales de la vida... Desechad pasivismos y titubeos. Y sed fieles a vosotros mismos, a la Iglesia y a vuestro tiempo con coherentes actitudes cristianas...


Desde mi posición en el estadio, más que ver a Juan Pablo II adivinaba su figura... Desde entonces cuántas Jornadas de la Juventud, cuántas visitas a Roma, cuántos encuentros con Juan Pablo II...

Y cuántos jóvenes deudores de nuestra vocación al testimonio fiel y coherente de un hombre que entregó cada minuto de su vida por ser fiel a Cristo. Tenemos que convencernos de lo valioso que es un testimonio coherente y auténtico.

12. Santa Teresa de Wojtyla

Ávila, uno de noviembre de 1982 [2]. Acompañado por todos los obispos de España y ante un millón de personas, Juan Pablo II celebraba la Santa Misa teniendo como marco las inconfundibles murallas de la ciudad.


Allí, el Pontífice afirmaba:

“Para Santa Teresa de Jesús, acercarse al misterio de Dios, a Jesús, traer a Jesucristo presente (Vida 4,8), constituye toda su oración. Para ella, la oración consiste en un encuentro personal con aquel que es el único camino para conducirnos al Padre (Castillo interior VI, 7,6). Teresa reaccionó contra los libros que proponían la contemplación como un vago engolfarse en la divinidad (Vida 22,1) o como un no pensar nada (Castillo interior IV, 3,6), viendo en ello un peligro de replegarse sobre uno mismo, de apartarse de Jesús, del cual nos vienen todos los bienes (Vida 22,4). De aquí su grito: Apartarse de Cristo... no lo puedo sufrir (Vida 22,1). Este grito vale también en nuestros días contra algunas técnicas de oración que no se inspiran en el Evangelio y que prácticamente tienden a prescindir de Cristo, en favor de un vacío mental que dentro del cristianismo no tiene sentido. Toda técnica de oración es válida en cuanto se inspira en Cristo y conduce a Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6)”.

Juan Pablo II cuenta la siguiente anécdota que le sucedió a él mismo cuando era seminarista en el año 1945, al final de la segunda Guerra Mundial. A la puerta del Seminario medio derruido de Cracovia llamó un soldado ruso. Manifestó que quería entrar en él. El joven Wojtyla mantuvo con él una larga conversación. Aquel soldado durante su vida no había entrado casi nunca en una iglesia. En la escuela y en el trabajo había oído afirmar constantemente: ¡Dios no existe! Y he aquí la afirmación realmente asombrosa del soldado: “-Pero yo siempre supe que Dios existe... y ahora querría aprender algo de Él”.


[1] JUAN PABLO II, Homilía del Papa durante la Misa celebrada en el estadio Nou Camp de Barcelona, domingo 7 de noviembre de 1982. Adoptar siempre actitudes auténticamente cristianas en la vida personal y social.

[2] JUAN PABLO II, Homilía durante la Misa celebrada en Ávila, el 1 de noviembre de 1982.

Continuará...

 Publicado en Religión en Libertad.

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