(viene de `San Juan Pablo II 7´)
En una ocasión regresando de Bélgica a Roma, tuvo la suerte de detenerse en Ars. Era a finales del mes de octubre de 1947, el domingo de Cristo Rey. Con gran emoción visitó la vieja iglesita donde San Juan María Vianney confesaba, enseñaba el catecismo y predicaba sus homilías. Fue una experiencia inolvidable. Como tantos, desde los años del seminario, había quedado impresionado por la figura del Cura de Ars, sobre todo por la lectura de su biografía escrita por monseñor Trochu.
Wojtyla estaba sorprendido, “en especial porque en San Juan María Vianney se manifiesta el poder de la gracia que actúa en la pobreza de los medios humanos”. Quedó profundamente impresionado; en particular, por su heroico servicio en el confesionario[1].
Del encuentro con su figura llegará a la convicción de que el sacerdote realiza una parte esencial de su misión en el confesionario, por medio de aquel voluntario "hacerse prisionero del confesionario". Luego, siendo Papa, escribirá: “Muchas veces, confesando en Niegowic, en mi primera parroquia, y después en Cracovia, volvía con el pensamiento a esta experiencia inolvidable. He procurado mantener siempre el vínculo con el confesionario”.
Wojtyla estaba sorprendido, “en especial porque en San Juan María Vianney se manifiesta el poder de la gracia que actúa en la pobreza de los medios humanos”. Quedó profundamente impresionado; en particular, por su heroico servicio en el confesionario[1].
Del encuentro con su figura llegará a la convicción de que el sacerdote realiza una parte esencial de su misión en el confesionario, por medio de aquel voluntario "hacerse prisionero del confesionario". Luego, siendo Papa, escribirá: “Muchas veces, confesando en Niegowic, en mi primera parroquia, y después en Cracovia, volvía con el pensamiento a esta experiencia inolvidable. He procurado mantener siempre el vínculo con el confesionario”.
Juan Pablo II peregrinó en siete ocasiones a Francia: en junio de 1980, en agosto de 1983, en octubre de 1986, en octubre de 1988, en septiembre de 1996, en agosto de 1997 -con ocasión de la XII Jornada Mundial de la Juventud de París- y en agosto de 2004.
Precisamente, Lourdes fue el destino los días 14 y 15 de agosto de este viaje de Juan Pablo, su 104 y última –hasta agónica- visita apostólica. Meses después fallecía.
Octubre de 1986 fue su XXXI viaje apostólico internacional. Durante los tres días que duró la visita, recorrió 2.031 kilómetros y pronunció 35 discursos. Lyon, Annecy, Paray-le-Monial y Ars.
El 6 de octubre de 1986, casi cuarenta años después de la peregrinación del joven sacerdote, Wojtyla regresaba convertido en Sumo Pontífice. El primer acto fue dirigirse a la población de Ars:
“Vengo como peregrino por el II centenario del nacimiento del Cura de Ars, vuestro cura. Personalmente estoy muy golpeado por su mensaje, siempre lo he estado; y por esto vengo hasta aquí como peregrino, para arrodillarme ante esta maravilla de Dios: los santos son siempre las maravillas de Dios. Este es el incesante mensaje que Dios nos manda a todos, porque todos estamos llamados a la santidad. Por eso, el Concilio Vaticano II proclama que todos estamos llamados a la santidad; y así, vuestro párroco San Juan María Vianney hace este llamamiento no sólo a sus contemporáneos, sino también a sus descendientes, a nosotros, que vivimos después de su muerte.
Estoy muy contento de encontrarme junto a vosotros, aquí en Ars. Mis predecesores declararon a vuestro célebre párroco primero beato, luego santo y patrono de todos los párrocos del mundo. Hoy el Obispo de Roma, sucesor del apóstol San Pedro, se hace peregrino entre vosotros.
Desde la época en que me preparaba al sacerdocio en Cracovia, leía la vida del Cura de Ars. El ejemplo de este sacerdote me reforzaba en el deseo de consagrarme totalmente a la salvación de las almas. Desde entonces no he dejado de pensar en venir a rezar al lugar de su ministerio, a rezar en su sepulcro. Se lo dije a Nuestra Señora en mi primera visita a París. ¡Alabado sea Dios, que hoy me lo concede! (nº 1).
En la época en que Juan María Vianney vino aquí, había apenas 230 habitantes. La modestia de este pueblo, en Dombes, no permitía pensar en la notoriedad de la que goza hoy en día. Pero un santo ha llegado hasta vosotros, manifestando, como sacerdote, todo el amor del Corazón de Jesús. Y esta parroquia cambió. Ya en 1827, después de nueve años de ministerio, podía decir que “Ars ya no era Ars”. “Una revolución en los corazones”, decía Catalina Lassagne. La fe, la oración, la vida según el Evangelio dieron una imagen nueva a este pueblo.
Ah, queridos amigos, es esto lo que cualquier párroco del mundo, cualquier obispo, sueña realizar en su propia parroquia, en su propia diócesis, con la gracia de Dios: ¡convertir y conducir libremente a las almas hacia el amor de Dios, que salva y oye favorablemente la más alta aspiración del corazón humano! (nº 2).
Precisamente, Lourdes fue el destino los días 14 y 15 de agosto de este viaje de Juan Pablo, su 104 y última –hasta agónica- visita apostólica. Meses después fallecía.
Octubre de 1986 fue su XXXI viaje apostólico internacional. Durante los tres días que duró la visita, recorrió 2.031 kilómetros y pronunció 35 discursos. Lyon, Annecy, Paray-le-Monial y Ars.
El 6 de octubre de 1986, casi cuarenta años después de la peregrinación del joven sacerdote, Wojtyla regresaba convertido en Sumo Pontífice. El primer acto fue dirigirse a la población de Ars:
“Vengo como peregrino por el II centenario del nacimiento del Cura de Ars, vuestro cura. Personalmente estoy muy golpeado por su mensaje, siempre lo he estado; y por esto vengo hasta aquí como peregrino, para arrodillarme ante esta maravilla de Dios: los santos son siempre las maravillas de Dios. Este es el incesante mensaje que Dios nos manda a todos, porque todos estamos llamados a la santidad. Por eso, el Concilio Vaticano II proclama que todos estamos llamados a la santidad; y así, vuestro párroco San Juan María Vianney hace este llamamiento no sólo a sus contemporáneos, sino también a sus descendientes, a nosotros, que vivimos después de su muerte.
Estoy muy contento de encontrarme junto a vosotros, aquí en Ars. Mis predecesores declararon a vuestro célebre párroco primero beato, luego santo y patrono de todos los párrocos del mundo. Hoy el Obispo de Roma, sucesor del apóstol San Pedro, se hace peregrino entre vosotros.
Desde la época en que me preparaba al sacerdocio en Cracovia, leía la vida del Cura de Ars. El ejemplo de este sacerdote me reforzaba en el deseo de consagrarme totalmente a la salvación de las almas. Desde entonces no he dejado de pensar en venir a rezar al lugar de su ministerio, a rezar en su sepulcro. Se lo dije a Nuestra Señora en mi primera visita a París. ¡Alabado sea Dios, que hoy me lo concede! (nº 1).
En la época en que Juan María Vianney vino aquí, había apenas 230 habitantes. La modestia de este pueblo, en Dombes, no permitía pensar en la notoriedad de la que goza hoy en día. Pero un santo ha llegado hasta vosotros, manifestando, como sacerdote, todo el amor del Corazón de Jesús. Y esta parroquia cambió. Ya en 1827, después de nueve años de ministerio, podía decir que “Ars ya no era Ars”. “Una revolución en los corazones”, decía Catalina Lassagne. La fe, la oración, la vida según el Evangelio dieron una imagen nueva a este pueblo.
Ah, queridos amigos, es esto lo que cualquier párroco del mundo, cualquier obispo, sueña realizar en su propia parroquia, en su propia diócesis, con la gracia de Dios: ¡convertir y conducir libremente a las almas hacia el amor de Dios, que salva y oye favorablemente la más alta aspiración del corazón humano! (nº 2).
[1] Juan Pablo II, Don y misterio (1996). “Este humilde sacerdote, que confesaba más de diez horas al día, comiendo poco y dedicando al descanso apenas unas horas, había logrado, en un difícil período histórico, provocar una especie de revolución espiritual en Francia y fuera de ella. Millares de personas pasaban por Ars y se arrodillaban en su confesionario. En medio del laicismo y del anticlericalismo del siglo XIX, su testimonio constituye un acontecimiento verdaderamente revolucionario” (cap. 5).
Continuará...
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