COMENTARIOS A LAS LECTURAS DOMINICALES
P. Mario Ortega. El Evangelio del último domingo de Cuaresma nos trae una esperanza cierta de vida, de resurrección, que es la promesa que Dios nos ofrece en Cristo y muestra en sus palabras, en sus milagros y en la propia victoria del Salvador sobre la muerte.
El pasaje de la resurrección de Lázaro pone claramente en conexión la fe con la vida. Cristo es la Resurrección y la Vida. Si se tiene fe en Él, el creyente se llena de vida, vence a la muerte y se une a Cristo. El Señor permite que su amigo muera para mostrar la grandeza de su poder y la verdad de su palabra todopoderosa. Llega, por fín, aquella Palabra profetizada por Ezequiel que revivía los huesos secos y hacía salir los cuerpos del sepulcro. Esta Palabra actúa ya en el mundo - como hemos escuchado en el pasaje de la carta de San Pablo - aunque se manifestará plenamente en el día final.
Pero la muerte de Lázaro es también signo de tantas muertes, no ya físicas, sino espirituales. Detengámonos en este significado. Tantas situaciones de dolor y muerte: enfermedades, crisis depresivas, desastres financieros, incapacidad de salir del alcoholismo, la droga o cualquier otro vicio que esclaviza... La tumba del de Betania, sellada con una gran losa, es la imagen del que vive cerrado a la trascendencia y, por tanto, encerrado en sí mismo, sin esperanza. En la oscuridad de su interior piensa en la vida, imagina la vida, pero no tiene vida. Porque la vida está fuera de él, está en Dios. Y mientras permanece alejado de Dios, está sin la vida que anhela, desde lo más hondo, el corazón humano.
Por eso, el grito que el Señor dirige a Lázaro: “¡Ven afuera!” es una llamada a todo el que escucha el Evangelio y vive encerrado en sí mismo. Toda salida hacia Dios es una vuelta a la luz, toda conversión a Él es vida recibida en abundancia y promesa de una vida definitiva en el Cielo.
¡Ven afuera! Sal de ti mismo. Dios no te deja de llamar (“El Maestro te llama...” Jn 11, 28; “Mira que estoy a la puerta y llamo...” Ap 3, 20) Y la vida auténtica es la que Dios te ofrece, amándole a Él y amando al prójimo. Dios es amigo, liberador, viene en son de paz, quiere tu bien. Quiere que vivas.
La confesión sacramental es la expresión más bella de ese “ven afuera”. En el interior de la tumba queda la oscuridad del pecado, mientras que la persona, desatada de las vendas que ciegan sus ojos y paralizan sus miembros, puede andar libre. Con la libertad con que Dios le libera.
Cada día, Cristo nos repite lo mismo: “Ven afuera”. Porque la tentación a volverse a replegar en uno mismo es constante. Y nuestra respuesta necesita igualmente ser constante, necesitamos dar esa respuesta de fe y esos pasos adelante, aunque sean todavía con la molestia de las vendas...
La Cuaresma es el camino que culmina en la Resurrección y la Vida. Con María.
P. Mario Ortega.
Pero la muerte de Lázaro es también signo de tantas muertes, no ya físicas, sino espirituales. Detengámonos en este significado. Tantas situaciones de dolor y muerte: enfermedades, crisis depresivas, desastres financieros, incapacidad de salir del alcoholismo, la droga o cualquier otro vicio que esclaviza... La tumba del de Betania, sellada con una gran losa, es la imagen del que vive cerrado a la trascendencia y, por tanto, encerrado en sí mismo, sin esperanza. En la oscuridad de su interior piensa en la vida, imagina la vida, pero no tiene vida. Porque la vida está fuera de él, está en Dios. Y mientras permanece alejado de Dios, está sin la vida que anhela, desde lo más hondo, el corazón humano.
Por eso, el grito que el Señor dirige a Lázaro: “¡Ven afuera!” es una llamada a todo el que escucha el Evangelio y vive encerrado en sí mismo. Toda salida hacia Dios es una vuelta a la luz, toda conversión a Él es vida recibida en abundancia y promesa de una vida definitiva en el Cielo.
¡Ven afuera! Sal de ti mismo. Dios no te deja de llamar (“El Maestro te llama...” Jn 11, 28; “Mira que estoy a la puerta y llamo...” Ap 3, 20) Y la vida auténtica es la que Dios te ofrece, amándole a Él y amando al prójimo. Dios es amigo, liberador, viene en son de paz, quiere tu bien. Quiere que vivas.
La confesión sacramental es la expresión más bella de ese “ven afuera”. En el interior de la tumba queda la oscuridad del pecado, mientras que la persona, desatada de las vendas que ciegan sus ojos y paralizan sus miembros, puede andar libre. Con la libertad con que Dios le libera.
Cada día, Cristo nos repite lo mismo: “Ven afuera”. Porque la tentación a volverse a replegar en uno mismo es constante. Y nuestra respuesta necesita igualmente ser constante, necesitamos dar esa respuesta de fe y esos pasos adelante, aunque sean todavía con la molestia de las vendas...
La Cuaresma es el camino que culmina en la Resurrección y la Vida. Con María.
P. Mario Ortega.
Publicado en La Gaceta de la Iglesia.
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