P. Mario Ortega. Hay frases de San Pablo que suenan como trallazos. Ésta es una de ellas. "A nadie le debáis nada, más que amor". Ha sido proclamada en la segunda lectura y ¡menos mal que estábamos sentados! porque si la hemos, no solamente oído, sino escuchado bien, no nos puede dejar indiferentes.
El hecho cristiano es que Cristo, con sus palabras y su vida, con su muerte y resurrección, ha convertido las leyes del Decálogo en Ley del amor. Sin abolir ni minimizar la importancia de la más pequeña coma de los mandamientos, sino dándoles la plenitud para la cual fueron y son inscritos en el corazón de todo hombre. La archiconocida sentencia agustiniana de "Ama y haz lo que quieres" (notemos que es indicativo y no subjuntivo el tiempo del verbo querer) está, sin duda, inspirada en este texto de la carta a los Romanos: "el que ama a su prójimo, tiene cumplido el resto de la ley". Cristo manda amar al prójimo y no pone límites a este mandamiento, lo cual significa que tendremos siempre una deuda pendiente: la de seguir amando. Somos insolventes. Pero no puede haber una insolvencia evangélicamente más deseable.
¿Cuál es - entonces - el verdadero sentido del amor? ¿cuál su grandeza y majestad que "llena" y cumple con toda ley? Una cosa parece clara desde el principio. El amor no es un puro sentimiento ni algo que se cumple con decirlo, sino que se ejerce en cada obra, en cada uno de los mandamientos, hasta completarlos todos. Todos.
El que dice mentira, está faltando a la caridad; lo mismo que el que no respeta la vida, comenzando por la suya; lo mismo el que desea el mal, y el lujurioso, y el codicioso están faltando al amor al prójimo. También el que no busca sinceramente la verdad y no abre su corazón a Dios está siendo un inmoral y contrayendo una deuda, en definitiva, de caridad fraterna; porque el primer mandamiento es cimiento de los otros nueve. El amor verdadero no entiende de compartimentos ni de particiones del Decálogo, para quedarme con los que más me agradan y desechar los que me incomodan.
El amor es tan bello como exigente y sacrificado. Un palmario ejemplo lo tenemos en el Evangelio de hoy. Amar también es reprender cuando hay que hacerlo. Por los motivos y en las formas que indica también el Evangelio, por supuesto, pero corregir y reprender al fin y al cabo, por el bien y la salvación del prójimo. Que eso - desear su bien y su salvación - y no otra cosa, será amarle.
El Señor detalla el procedimiento de lo que entendemos como corrección fraterna. Primero a solas, después contrastando públicamente su actuar con la norma moral para evitar el escándalo y para darle una nueva ocasión de enmienda. Que no se trata de condenar a nadie, sino de buscar el bien de todos. Somos corresponsables de la salvación del prójimo. Buscar el bien del prójimo es un deber de justicia y de caridad, del que tendremos que dar cuentas a Dios, según lo expresaba ya el profeta Ezequiel en la primera lectura.
Si fuésemos humildes y viviésemos así el Evangelio, ateniéndonos a todas sus consecuencias, entenderíamos mejor, por ejemplo las normas disciplinarias de la Iglesia, las correcciones que el Papa o los Obispos pueden hacer ante una desviación teológica o la predicación de una moral contraria, en mayor o menor medida, al mensaje de Cristo, cuya guarda Él mismo ha encomendado a la autoridad de los legítimos Pastores de la Iglesia. También lo leemos en el pasaje de hoy: "Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo".
Vivir cristianamente es amar. Amar es servir, ser humildes, buscar siempre el bien de los demás. Es más que respeto, es sacrificio y renuncia a mi egoísmo, vanidad y soberbia, que todo esto es lo que nos divide y enfrenta, también a los cristianos. No endurezcamos el corazón y escuchemos la voz del Señor (Salmo 94). La voz de Cristo y de la Iglesia es siempre una invitación a cumplir la Ley entera, revistiendo el verbo "cumplir" de todo el significado del verbo "amar" hasta hacerlos sinónimos.
Por eso, la que dijo "hágase en mí según tu palabra", fue la que más amó.
¿Cuál es - entonces - el verdadero sentido del amor? ¿cuál su grandeza y majestad que "llena" y cumple con toda ley? Una cosa parece clara desde el principio. El amor no es un puro sentimiento ni algo que se cumple con decirlo, sino que se ejerce en cada obra, en cada uno de los mandamientos, hasta completarlos todos. Todos.
El que dice mentira, está faltando a la caridad; lo mismo que el que no respeta la vida, comenzando por la suya; lo mismo el que desea el mal, y el lujurioso, y el codicioso están faltando al amor al prójimo. También el que no busca sinceramente la verdad y no abre su corazón a Dios está siendo un inmoral y contrayendo una deuda, en definitiva, de caridad fraterna; porque el primer mandamiento es cimiento de los otros nueve. El amor verdadero no entiende de compartimentos ni de particiones del Decálogo, para quedarme con los que más me agradan y desechar los que me incomodan.
El amor es tan bello como exigente y sacrificado. Un palmario ejemplo lo tenemos en el Evangelio de hoy. Amar también es reprender cuando hay que hacerlo. Por los motivos y en las formas que indica también el Evangelio, por supuesto, pero corregir y reprender al fin y al cabo, por el bien y la salvación del prójimo. Que eso - desear su bien y su salvación - y no otra cosa, será amarle.
El Señor detalla el procedimiento de lo que entendemos como corrección fraterna. Primero a solas, después contrastando públicamente su actuar con la norma moral para evitar el escándalo y para darle una nueva ocasión de enmienda. Que no se trata de condenar a nadie, sino de buscar el bien de todos. Somos corresponsables de la salvación del prójimo. Buscar el bien del prójimo es un deber de justicia y de caridad, del que tendremos que dar cuentas a Dios, según lo expresaba ya el profeta Ezequiel en la primera lectura.
Si fuésemos humildes y viviésemos así el Evangelio, ateniéndonos a todas sus consecuencias, entenderíamos mejor, por ejemplo las normas disciplinarias de la Iglesia, las correcciones que el Papa o los Obispos pueden hacer ante una desviación teológica o la predicación de una moral contraria, en mayor o menor medida, al mensaje de Cristo, cuya guarda Él mismo ha encomendado a la autoridad de los legítimos Pastores de la Iglesia. También lo leemos en el pasaje de hoy: "Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo".
Vivir cristianamente es amar. Amar es servir, ser humildes, buscar siempre el bien de los demás. Es más que respeto, es sacrificio y renuncia a mi egoísmo, vanidad y soberbia, que todo esto es lo que nos divide y enfrenta, también a los cristianos. No endurezcamos el corazón y escuchemos la voz del Señor (Salmo 94). La voz de Cristo y de la Iglesia es siempre una invitación a cumplir la Ley entera, revistiendo el verbo "cumplir" de todo el significado del verbo "amar" hasta hacerlos sinónimos.
Por eso, la que dijo "hágase en mí según tu palabra", fue la que más amó.
P. Mario Ortega
Publicado en La Gaceta de la Iglesia
__________
No hay comentarios:
Publicar un comentario