19 sept 2011

OPINIÓN Después de la Jornada Mundial de la Juventud II


P. Roberto Visier..Como suele ocurrir, hay tantas opiniones como cabezas pensantes. Los que adversan a la Iglesia se quejaban durante la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, de la incomodidad de compartir los medios de transportes con cientos de miles de jóvenes, de los gastos “desmedidos” que se producen como consecuencia de eventos de esta magnitud, y repiten hasta la saciedad que ha sido un atentado contra la aconfesionalidad del Estado.

Lo que es muy claro es que la presencia del cristianismo “hace pupa”, molesta. Nadie, o casi nadie, se queja de las molestias de unas olimpiadas, un mundial de futbol o una exposición internacional. Los países se “pelean” por ser anfitriones de tales acontecimientos, pero cuando se trata de algo relacionado con Dios, la Iglesia, el cristianismo, entonces se desatan las iras de los fundamentalistas del laicismo. De nada parece servir aclarar que la JMJ la han pagado los peregrinos y los patrocinadores, o alegar las congruas ganancias de tantos comerciantes y empresas empeñadas en la gestión de la Jornada. Tampoco les convence la ausencia de incidentes graves, el comportamiento ejemplar de los jóvenes, la alegría desbordante en medio de las calamidades sufridas, o el ambiente general de complaciente acogida por parte de los españoles y en especial de los madrileños. Algunos hablan tanto de democracia que han vaciado la palabra de contenido, y se han olvidado de que no puede existir como tal sin un sano pluralismo y respeto por las creencias ajenas.

No nos pilla de sorpresa, los enemigos de Jesús veían milagros constantemente y estaban cada día más convencidos de la necesidad de quitarlo de en medio. Los manifestantes de la Puerta del Sol nos han recordado la ceguera y la intransigencia de los fariseos y sobre todo el odio y la envidia. Es un poco duro decirlo y no quiero generalizar, pero el contraste era al mismo tiempo indignante y conmovedor. De un lado insultos, desprecio, violencia; de la otra parte la respuesta era oración y canciones, perdón y en el peor de los casos tristeza y alejamiento para evitar enfrentamientos estériles.

Yo estuve allí. Debo reconocer que aunque oí alguna palabra de desprecio en el Metro, no tuve que soportar ningún ataque directo, ni tuve ocasión de observar a los grupos que adversaban la jornada. He podido escuchar algunos testimonios de testigos y he leído reseñas periodísticas que lo cuentan con cierto detalle. Por otra parte, es obvio que un grupo tan pequeño de manifestantes no estuviera en capacidad de perturbar a un millón largo de jóvenes. Para muchos pasaron desapercibidos. En gran medida se lo debemos a la policía que cumplió con su deber de modo ejemplar, lo que es necesario subrayar y agradecer, ya que los que lo deberían hacer no lo hacen por “razones de estado”, que se resumen en la relamida frase: “no es políticamente correcto”. Palabras que normalmente no se pronuncian pero que siempre se piensan y son freno que impide decir las verdades en voz alta y en público.

P. Roberto Visier.

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