P. Mario Ortega. Hace unos días, un conocido personaje al que le quedan pocas semanas como presidente del gobierno sentenciaba con aire de solemnidad: «El mejor destino es el de supervisor de nubes, acostado en una hamaca y mirando al cielo». "¡Así vamos a salir de la crisis!" - pensábamos muchos. Pero hay que comprender que ese nivel de felicidad sea la máxima aspiración de quienes no creen en la bienaventuranza eterna.
Al margen de ello, el mensaje de las lecturas de hoy va, ciertamente, en dirección contraria a aquella frase a la que se apuntaría cualquier aspirante a campeón de vagos. Dios nos llama a trabajar en su Viña, que es el mundo entero, cada persona, cada circunstancia, toda la sociedad.
Así, San Pablo, a pesar de desear por encima de todo estar con Cristo eternamente, se inclina a seguir trabajando en este mundo con el fin de obtener el fruto de la caridad: que otros sean felices... conociendo a Cristo. La de trabajar por la justicia y la caridad, la de ser constructor de la paz - y no la de ser supervisor de nubes - es la vocación del cristiano en este mundo.
Trabajar en la viña del Señor... ¡qué bella forma de describir la vida cristiana! Al tiempo que se descubre esta vida como un quehacer para el cual estamos personalmente llamados, estamos reconociendo, además, a Dios como el Dueño y Señor de esta "empresa", a la que el Evangelio llama Viña.
Trabajar en una viña es sinónimo de trabajo pesado, de cansancio, pero también de compartir, puesto que son muchos los que están en la misma e idéntica labor. Y cuando se comparte el trabajo con alegría, sabiendo que el Señor de la Viña no puede ser mejor, se olvidan la pesadez y el cansancio de la jornada.
El Señor nos deja claro que cada operario tendrá su recompensa. Él la establece, que para algo es el Dueño. Y la establece según su medida, que es la de la misericordia, no según nuestras medidas. Puesto que tendemos a medir con nuestras medidas en vez de fiarnos de la (sin)medida de Dios, acaecen con demasiada frecuencia las envidias y protestas. Nos olvidamos de que el bien que Dios hace al prójimo no es una merma al bien que nos hace a nosotros. "Sus caminos no son nuestros caminos", nos recuerda hoy Isaías.
Trabajar en la viña del Señor es un honor, una suerte, un regalo, una alegría... una recompensa ya, puesto que no hay mayor dicha que la de estar con Dios. Lo estamos en esta vida si estamos trabajando en su viña y lo estaremos eternamente cuando recojamos los frutos del trabajo. Que, como dice un himno litúrgico, "a jornal de gloria no hay trabajo grande".
¡Manos a la obra! Forjar la propia santidad y procurar la de los demás no es trabajo fácil, pero ahí tenemos el ejemplo de los santos, personas como nosotros, que con su vida y circunstancias - semejantes tantas veces a las nuestras - trabajaron hasta el final y ahora gozan ya de la felicidad misma de Dios. Ese es nuestro destino.
Así, San Pablo, a pesar de desear por encima de todo estar con Cristo eternamente, se inclina a seguir trabajando en este mundo con el fin de obtener el fruto de la caridad: que otros sean felices... conociendo a Cristo. La de trabajar por la justicia y la caridad, la de ser constructor de la paz - y no la de ser supervisor de nubes - es la vocación del cristiano en este mundo.
Trabajar en la viña del Señor... ¡qué bella forma de describir la vida cristiana! Al tiempo que se descubre esta vida como un quehacer para el cual estamos personalmente llamados, estamos reconociendo, además, a Dios como el Dueño y Señor de esta "empresa", a la que el Evangelio llama Viña.
Trabajar en una viña es sinónimo de trabajo pesado, de cansancio, pero también de compartir, puesto que son muchos los que están en la misma e idéntica labor. Y cuando se comparte el trabajo con alegría, sabiendo que el Señor de la Viña no puede ser mejor, se olvidan la pesadez y el cansancio de la jornada.
El Señor nos deja claro que cada operario tendrá su recompensa. Él la establece, que para algo es el Dueño. Y la establece según su medida, que es la de la misericordia, no según nuestras medidas. Puesto que tendemos a medir con nuestras medidas en vez de fiarnos de la (sin)medida de Dios, acaecen con demasiada frecuencia las envidias y protestas. Nos olvidamos de que el bien que Dios hace al prójimo no es una merma al bien que nos hace a nosotros. "Sus caminos no son nuestros caminos", nos recuerda hoy Isaías.
Trabajar en la viña del Señor es un honor, una suerte, un regalo, una alegría... una recompensa ya, puesto que no hay mayor dicha que la de estar con Dios. Lo estamos en esta vida si estamos trabajando en su viña y lo estaremos eternamente cuando recojamos los frutos del trabajo. Que, como dice un himno litúrgico, "a jornal de gloria no hay trabajo grande".
¡Manos a la obra! Forjar la propia santidad y procurar la de los demás no es trabajo fácil, pero ahí tenemos el ejemplo de los santos, personas como nosotros, que con su vida y circunstancias - semejantes tantas veces a las nuestras - trabajaron hasta el final y ahora gozan ya de la felicidad misma de Dios. Ese es nuestro destino.
P. Mario Ortega
Publicado en La Gaceta de la Iglesia
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