7 abr 2012

ESPIRITUALIDAD CATÓLICA. El misterio de la Cruz




P. Roberto Visier. Jesús, cargado con la cruz, ha dicho a las mujeres que se lamentaban: “no lloréis por mí”. Sin duda, debía ser conmovedor contemplar a Jesús llevando sobre sus hombros su mismo patíbulo, después de haber sufrido la flagelación, la coronación de espinas y los innumerables golpes, bofetadas y demás humillaciones físicas y verbales. Es comprensible que incluso hoy se nos salten las lágrimas cuando meditamos detenidamente la pasión, o cuando vemos sufrir a una persona querida, o incluso a un desconocido que padece una penosa enfermedad.

No pretende Cristo despreciar la compasión de las mujeres, sino que desea para ellas y para nosotros una penetración más profunda del misterio de la cruz. Misterio insondable, no porque no podamos entender nada de su sentido, más bien porque arroja tanta luz sobre nuestras vidas que deslumbra. No podemos contemplar a Jesús crucificado con una mera compasión humana. Es útil y conveniente conocer cuánto ha sufrido, pero es todavía más importante saber quién es y por qué sufre, cómo sufre y para qué.

El es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El nuevo Cordero Pascual que se ofrece en sacrificio para la liberación de su pueblo. El primer cordero pascual se ofreció en Egipto para liberar al pueblo judío de la esclavitud. El segundo y definitivo se ofrece en Jerusalén para liberar la humanidad entera del yugo del pecado. Jesús es más que un profeta, ha sido condenado por hacerse igual a Dios, por identificarse con el Padre Dios, por arrogarse títulos inconcebibles de juez universal, capaz de resucitar a los muertos y de regresar con gloria sobre las nubes. Es el Mesías prometido pero con atributos divinos inaceptables para los jefes judíos.

Jesús no es simplemente un condenado a muerte que es inocente, no puede ser uno más entre los millones de condenados injustamente a lo largo de la historia. Él se ofrece libremente, es al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar, porque se ofrece a sí mismo. Es el nuevo Isaac, el hijo unigénito de la promesa que, esta vez, es realmente ofrecido como sacrificio expiatorio. Es la manifestación más cierta del amor del Padre que acepta la ofrenda del Hijo para librar al mundo del justo castigo por el pecado, que significa no poder vivir en comunión con Dios ni en esta vida ni en la eternidad. El costado abierto de Cristo es una puerta abierta a la intimidad con Dios, es un puente que nos une de nuevo con el Creador según su designio primigenio cuando dio el aliento al ser humano. En este sentido, la redención es restauración de la creación.

Entender el misterio de la cruz significa hacerlo vida. ¿Qué significa cargar la cruz con Jesús? No puede ser tampoco una mera resignación humana: “el sufrimiento forma parte de la vida, no sirve de nada rebelarse, aceptémoslo con paciencia”. La cruz no es simplemente sufrimiento aceptado con entereza. Me gusta definirla como dolor + AMOR, donde la parte más importante es el amor. Sabemos que una lágrima del niño Jesús en el portal de Belén bastaba para redimir a la humanidad, que un solo pensamiento del Redentor tiene un valor infinito, porque es verdadero Dios, que el misterio de la encarnación basta para unir a los hombres con Dios. No sólo la Pasión, toda la vida de Jesús es ofrenda.

Vivir el misterio de la cruz significa ofrecer nuestras vidas como una ofrenda agradable a Dios. En este contexto general de ofrecimiento de sí mismo por amor, el momento del dolor, de la prueba, de la tentación, de la fatiga, del miedo, de la angustia, de la enfermedad, de la soledad, de la humillación, del fracaso, etc. se convierte en un momento especial de gracia, en el cual nos unimos a los sufrimientos de Cristo, nos identificamos con Cristo crucificado, somos purificados y somos trasformados en sacrificio agradable por amor.

P. Roberto Visier.

Publicado en Religión en Libertad
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