20 ene 2013

ESPIRITUALIDAD CATÓLICA. Martirio y destierro del Beato Manuel González I


P. Jorge Teulón. Manuel González García (1877-1940), nació en Sevilla y se ordenó de sacerdote en 1901. Tras ser arcipreste de Huelva, fue nombrado Obispo de Málaga, en 1916 y de Palencia, en 1935. En mayo de 1931 tuvo que salir de Málaga a causa de la agitación revolucionaria, residiendo en Gibraltar, en Ronda y en Madrid. Publicó numerosos escritos sobre la Eucaristía; promovió el culto y la devoción al Santísimo Sacramento a través de las Marías de los Sagrarios, los Discípulos de San Juan, los Niños Reparadores..., y fundó una congregación religiosa: las Misioneras eucarísticas de Nazaret. En 1998 la editorial burgalesa Monte Carmelo editó sus obras completas. Fue beatificado el 29 de abril de 2001 por el Beato Juan Pablo II.


Junto a estas líneas, fotografía tomada durante la Consagración de España al Corazón de Jesús, el 30 de mayo de 1919, en el Cerro de los Ángeles (Getafe). Terminada la Consagración, procesión con el Santísimo Sacramento hasta la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles. El Obispo de Málaga aparece el segundo en el margen derecho.

El Obispo del Sagrario Abandonado es el título de la primera, mejor y más completa biografía escrita, en 1950 en dos tomos, por José Campos Giles. Los siguientes artículos los tomaremos del capítulo XIX, del segundo tomo de esta obra, páginas 605ss.

Del Cenáculo al Calvario

“No es hora de morir, es hora de vivir para pelear, para predicar, hacer el bien por las almas…, hora de sembrar…, aunque no se vea el fruto; es hora de echarse la cruz sobre los hombros y llevarla por todas partes para que la vean los hombres y no la olviden, sin temor tampoco de que un día cualquiera arranquen los sayones de la revolución triunfante esa cruz de las espaldas… y, fijándola en cualquier calvario formado con los peñascos de muchas ingratitudes, lo claven y den muerte” (Lo que puede un cura hoy, pág. 95, 5ª ed.).

Veinte años después de haber escrito esta página alentadora, él subía al Calvario.

Los primeros misterios dolorosos

Cuando el Seminario de sus ensueños pastorales empezaba a florecer de sacerdotes cabales, cuando las obras de catequesis, de misiones eucarísticas, de beneficencia, de restauración litúrgica le regalaban las primicias de una espléndida cosecha, y el propio Palacio episcopal era como un gran corazón, de donde partía la vida espiritual de la Diócesis, con su artística Capilla-escuela por él restaurada y disfrutaba de largas horas de intimidad con el Amo (así llamaba el Beato Manuel a Nuestro Señor Jesucristo), con su Capilla de Adoración Nocturna en donde casi todas las noches resonaban los cantos de adoradores que velaban a su Rey Sacramentado; con su pabellón dedicado a residencia de las heroicas Hermanas de la Cruz, llevadas por él a Málaga, para que atendieran a sus pobres de la capital; con los grandes almacenes y oficinas de la revista y biblioteca de “El Granito de Arena”, con todas sus propagandas eucarísticas que desde allí salían para todas las provincias españolas y muchas americanas, portuguesas y de otras naciones…, cuando todo iba renovándose, llegó la hora de la poda…

“Todo sarmiento que en Mí no lleva fruto, la cortará (mi Padre) y a todo aquel que diere fruto, lo podará para que dé más fruto” (Jn 15, 2) había dicho Jesús y esas palabras iban a realizarse en su Viña de Málaga.

Nueve de la mañana, del 15 de diciembre de 1930

Todos los acontecimientos ocurridos en Málaga a raíz del advenimiento de la República, parecen demostrar que don Manuel González García había sido previamente señalado como una de las primeras víctimas de la revolución. Este plan preconcebido lo afirma el siguiente de los hechos, entre otros.

Cuatro meses antes de la proclamación de la República, al producirse la sublevación en Jaca de los que creyeron llegado entonces el momento del triunfo republicano, se intentó en Málaga simultáneamente un ataque al Palacio Episcopal. En efecto, el 15 de diciembre de 1930, a las nueve de la mañana, se advirtió que habían prendido fuego a una de las ventanas de la planta baja del edificio, precisamente el sitio que corresponde al archivo y biblioteca. Avisado el Prelado bajó a comprobarlo viendo que dicha habitación se hallaba llena de humo y el fuego comenzaba a penetrar el interior. Al mismo tiempo se dio cuenta el portero de que habían dejado una botella de petróleo detrás de la puerta principal y un poco de líquido derramado por el suelo, que seguía ardiendo, mientras dos sujetos, por una de las calles adyacentes, se daban a la fuga.


Sofocado aquel conato de incendio, se oyó a los pocos momentos del suceso a los vendedores del periódico izquierdista “Rebelión”, vocear: “¡El incendio del Palacio Episcopal!”. La noticia, por tanto, estaba impresa antes de verificarse el intento, y se buscaba tan solo producir la alarma. Es muy de notar que al mismo tiempo se propalaba la noticia en otras provincias, demostrándose con ello que una misma mano movía los resortes de la propaganda. El Sr. Obispo ordenó que se avisara inmediatamente al Gobernador para que hiciera retirar esa noticia de la prensa, pero esta ya se había propagado rápidamente. Fueron muchas las personas que acudieron al Palacio para presentar al Prelado su protesta por el hecho, recibiéndose también de otras ciudades cartas y telegramas con el mismo objeto.

Proclamación de la República

Fracasado entonces el intento de levantamiento en Jaca, y creciendo la inquietud en todos los sectores, agravada la situación en Málaga por una huelga, vino a desembocar por fin el malestar reinante en la proclamación de la República, en aquel nefasto día 14 de abril de 1931, de tan tristes recuerdos para la Iglesia y para España.

Entregado en Málaga el populacho a los más denigrantes excesos para celebrar el acontecimiento, derribaron aquella noche estatuas de ilustres próceres, incendiaron y asaltaron viviendas y cometieron los desmanes propios de esas exaltaciones de la chusma, incitándose mutuamente a la revolución.

El tema principal de los mítines versaba ante todo sobre el problema religioso, excitando el odio contra la Iglesia y sus representantes. En el mitin sindicalista del primero de mayo, uno de los más exaltados de los que hablaron, peroró cerca de hora y media sobre la religión y llegó tanto a la exaltación, que uno de los asistentes exclamó: “¡Hay que quemar el Vaticano!”.

Por las calles andaban de un lado para otros grupos con banderas republicanas vociferando y cantando la Marsellesa y el Himno de Riego…

Mas ¿para qué recordar lo que está en la memoria de todos? Aquellas escenas de desorden y aquellas frases blasfemas como la de “desde que se proclamó la República ya no hay Dios” y otras que la plebe soez vomitaba a diestra y a siniestra, molestando cuanto podían a sacerdotes, religiosos y destacados católicos obligándoles a dar vivas a la República, según se les antojaba, era el modo de celebrar la implantación del nuevo régimen.

Continuará...

Publicado en Religión en Libertad

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