15 ago 2010

La Mujer vestida de sol, la gloria que revestirá a la Iglesia


OPINIÓN. P. Mario Ortega. Celebramos este domingo la Asunción de la Virgen María a los cielos – algo que ya fue – y, con ella, el recuerdo de nuestro destino de gloria – algo que será. El misterio de nuestra vida se esclarece en la dialéctica histórica entre lo que fue y lo que será. Y esto, realizado en una persona, en María, la Madre de Dios y Madre nuestra.

Efectivamente, Pío XII definió en 1950, por medio de la Constitución Muneficentissimus Deus, el dogma de la Asunción, una verdad revelada en la Biblia – lo describe hoy preciosamente el libro del Apocalipsis (1ª lectura) y creída mayoritaria y firmemente por el pueblo fiel a lo largo de la historia (dan fe de ello los nombres que de la “Asunción” llevan mujeres, parroquias, etc. desde hace muchos siglos). “La Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del Cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte.” (Lumen Gentium, 59).

La Virgen María es una Madre que nos precede en todo: cuando el pueblo de Israel todavía estaba invocando la venida del Mesías, ella ya lo llevaba en su seno; cuando su Hijo sale a anunciar el Reino, ella ya había recibido este anuncio durante los treinta años de vida oculta del Señor; cuando llega la Pasión y luego la Resurrección, ella es la primera discípula, sufriente corredentora y receptora de la alegría pascual. Ella también nos precede en Pentecostés. Y siguiendo así, hoy la contemplamos llena de gloria. En ella se cumplen ya las promesas de Jesucristo sobre todo su Cuerpo Místico que es la Iglesia. Todos y cada uno de los cristianos estamos llamados a participar eternamente de la vida de Dios, de una manera plena, es decir, no sólo en alma, sino también con nuestro cuerpo glorificado (2ª lectura).

Oí una vez que habían realizado una encuesta entre los católicos acerca de las verdades contenidas en el Credo, preguntando en qué grado eran creídas unas y otras verdades. Un católico no debía contestar a tal cuestión, pues las verdades de fe forman un “todo” inseparable. Si una no se cree, o se cree a medias, las demás también se ven afectadas. El caso es que, tristemente, los entrevistados contestaron y el artículo de la fe que dijeron que creían menos era el de “la resurrección de la carne” (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 997 – 1004).

Un cristiano que no cree que su cuerpo va a resucitar glorificado, como resucitó el de Cristo, como glorificado está igualmente el cuerpo de María, no sé qué entenderá por resurrección. Porque el alma no resucita, es inmortal. Cuando uno muere, su alma se presenta ante Dios para ser juzgada (juicio particular, Catecismo 1021-1029) y goza ya de Dios (1023 – 1029), purga la pena debida (1030 – 1032) o sufre el infierno eterno (1033- 1037). Será al final del mundo (juicio final, 1038-1041) cuando los cuerpos resucitarán, “los que hayan hecho el bien, resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación” (Jn 5, 29; cf. Catecismo 1042-1050).

Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna. Lo que resucita para la vida eterna es el cuerpo. Cómo ocurrirá esto es un misterio de fe. El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 1000 - imposible de olvidar - nos habla de este misterio: “El cómo ocurrirá la resurrección sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento: no es accesible más que en la fe”.

María es esa Madre que muestra a sus hijos este misterio realizado en sí misma. Es, por tanto, la Asunción una fiesta que celebra el triunfo definitivo de María (algo ya realizado) y el triunfo definitivo de los que se salven para la vida feliz del cielo (algo que está por realizar). La Iglesia se mira en el “espejo” que es María y descubre la gloria a la que está llamada, al cumplimiento definitivo de las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

P. Mario Ortega.


Publicado en La Gaceta de la Iglesia.
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