14 nov 2010

La inevitable persecución y segura salvación del que persevera con Cristo


COMENTARIOS A LAS LECTURAS DOMINICALES
P. Mario Ortega. Nos acercamos al final del año litúrgico y, en consonancia, el Evangelio nos habla del final del mundo, de la caducidad de las realidades mundanas. Porque definitivo y eterno no es el mundo, sino sólo Dios. El Señor no quiere que nos quedemos tan admirados por las bellezas creadas – la belleza del templo que cautivaba a algunos en su tiempo – que olvidemos la contingencia y el límite de toda esa realidad que admiramos. Sería engaño.

Preguntado, entonces, Jesús por los detalles de ese final que solemnemente anuncia, vuelve a advertirnos de un nuevo engaño. Igual que nos admiramos por lo bello de este mundo, también tendemos a fascinarnos por la novedad, y eso el Maligno lo utiliza. Muchos utilizarán el nombre del Señor, es decir, muchos se presentarán como los salvadores de un mundo que amenaza ruina, haciéndonos ir tras ellos. La palabra del Maestro es clara: No les sigáis. La palabra del Señor, una vez más, iba a estar en lo cierto, y así vemos cómo a lo largo de la historia, y no digamos en nuestros días, aparecen minorías pseudoreligiosas, sectas y otras ideologías, que pretenden sustituir a la única Palabra, el Verbo Encarnado, que es Jesucristo.

La voz de Jesucristo, la misma y única, la tenemos desde hace más de veinte siglos en la Iglesia. Es la voz serena y segura del Maestro: No tengáis miedo. Muchos males sucederán a vuestro alrededor y señales cósmicas precederán al final. Sin embargo, es necesario que sucedan estas cosas. Más aún, predice una convulsión más profunda en el alma del creyente: una fiera y violenta persecución acucia siempre la vida del discípulo de Cristo, por causa de su nombre.

La señal del cristiano es la cruz. No sólo la cruz de la que pendió Cristo, sino la cruz particular de cada cristiano, la que debe llevar sobre sí y en la que ha de estar siempre dispuesto a morir. Es así, y quien presente el mensaje del Evangelio sólo como una fiesta, no está mostrando la realidad del seguimiento de Cristo. El cristianismo auténtico supone siempre persecución y dolor, y hay que estar preparados para ello, porque es necesario asemejarnos a Cristo, recorriendo su mismo camino redentor. Son los trabajos del Evangelio, de cuya necesidad nos habla San Pablo en la segunda lectura.

Pero el Señor nos da una certeza esperanzadora, una luz que nos ha de guiar y animar: con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas. La salvación que aguarda a manifestarse es el mismo Cristo victorioso y Rey. Él es el Señor que llega para regir la tierra con justicia (salmo responsorial). Y, al implantar la justicia, castigará a los perseguidores y malvados, mientras que – siguiendo las preciosas palabras de Malaquías en la primera lectura de hoy – a los que honran su nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.

María, Nuestra Madre, nos ayude a esperar con perseverancia y fortaleza el advenimiento triunfante del Reino de su Hijo.

P. Mario Ortega.


Publicado en La Gaceta de la Iglesia.

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