OPINIÓN
P. Roberto Visier. Es fácil decirlo. Unos pocos tienen que ser capaces de cambiar el mundo. Una minoría que arrastra una mayoría. Pocos y pequeños y ¿vamos a poder contra muchos y grandes? Lo mismo le dijeron sus hombres a Judas Macabeo cuando pretendía derrotar con pocos soldados un ejército mucho mayor, pero él respondió: “no es difícil que pocos sean capaces de envolver a muchos, porque la victoria no depende del número de hombres sino del Señor, confiad en el Señor y venceréis”. Y vencieron; el nombre de Judas se hizo famoso y temible. Logró así restablecer el culto en el templo de Jerusalén profanado por los paganos. Es cierto que perdió la vida en otra batalla desigual porque no tenía miedo a la muerte. Temía no ser fiel a la misión que había recibido, temía la infidelidad al Señor, no soportaba la idea de abandonar a su pueblo, de renunciar al combate, de huir ante el enemigo. Vivió como un héroe y murió como un héroe.Debemos, sin embargo, hacer una lectura más profunda del pasaje del libro de los Macabeos. Siempre la Iglesia ha leído el Antiguo Testamento en clave espiritual. Nuestra batalla no es contra los poderes de este mundo, ni nuestras armas son las que se utilizan en las guerras de este mundo. Luchamos contra el mal, contra el pecado que es muerte, que es tristeza eterna. Este mal tiene rostro, no es una idea que flota en ninguna parte. Es el rostro del enemigo primordial, del demonio y todos sus secuaces, los del infierno y sus siervos en la tierra. La batalla es inmensa, es universal y no dura una tarde o una noche, perdura en la historia de la humanidad hasta el final de los tiempos, hasta que Él venga, como recordamos en este tiempo de Adviento.
Sólo los héroes pueden afrontar esta batalla, sólo aquellos que confían en el Señor para vencer, pero que están incluso dispuestos a perder la vida en la reyerta. Los héroes son los santos, no nos hacen falta ningún “super” con ropa ceñida y capa. Ni siquiera nos hace falta parecer héroes, no necesitamos ningún aplauso, nos basta saber que agradamos a Dios y punto. Es héroe el padre de familia que ama a su esposa y a sus hijos y se desvive por ellos; son héroes los esposos que no se cierran a la vida y traen al mundo muchos hijos; es héroe el que le gusta hacer bien su trabajo; son héroes los jóvenes que viven en castidad, que esperan hasta el matrimonio, que aman su virginidad; son héroes los que proclaman abiertamente su fe y respetan a los que tienen otras creencias; son héroes los políticos honestos que quieren servir a su nación; son héroes los que pudiendo tomar un dinero sucio, lo rechazan con decisión. Todo esto son cosas normales, pero como ahora lo normal es locura y la locura es lo normal, los que viven “normalmente” tienen que ser héroes para no perder “la normalidad”. Que Dios nos conceda ser normales, o sea, héroes, o sea santos.
P. Roberto Visier.
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