(...viene de 'Viajando en la octava de Pascua')
Lunes 24 de abril: Camino a Lima. La idea era que un amigo nos iba a prestar un apartamento que él conoce, pero al final no fue posible. Fuimos pues a una parroquia que conozco, y allí nos dieron una dirección de otro sitio donde a su vez nos indicaron la casa de las madres Vicentinas (las del premio Príncipe de Asturias): allí nos recibieron a cuerpo de rey, una planta completo de su casa de retiros para nosotros solos, con todo lo necesario y por el tiempo necesario. Quedé muy agradecido, pues realmente se portaron muy bien, y eso sin conocernos de nada. Yo mismo les celebraba la Misa cada mañana. Nos quedamos hasta el jueves 27, en que viajó el P. Fabricio.
En Lima me encontré con Willy todo preocupado por su situación. Había buscado en muchos lugares. Todos muy caros. Parece ser que los estudios para chef siempre lo son. Pude ver varios sitios, pero sin duda el más serio era el de la Universidad San Ignacio de Loyola, en La Molina. Willy no se atrevía, pero a mí me pareció lo mejor. Es mucho dinero, pero creo que el dinero está para gastarlo en estas cosas. Si empleo bien el dinero, Dios ya se las arreglará para hacerme llegar más. Si lo dejo enmohecido esperando tiempos futuros que quizás nunca lleguen, me arrepentiré al final de no haber hecho lo que tenía que hacer. Así que, qué diablos, matriculé allí a Willy, eso sí, animándole a que estudie bien, pues el nivel es alto. Buscamos un cuartito por Santa Anita, un barrio popular pero no tan lejos de su universidad y allí le dejé, asustado pero ilusionado, como sólo puede estarlo un muchacho de 18 años ante el futuro que se le abre. No me arrepiento. Haz lo que debes, aunque debas lo que hagas, decía mi padre (dejó muchas deudas a su muerte, pero siempre hizo lo que tenía que hacer…).
El jueves 27 dejamos, pues, al P. Fabricio en el aeropuerto. Las despedidas siempre son tristes. Y de allí, camino de retorno al Cuzco, esta vez con menos etapas: Chincha, Nazca, Abancay. Fue pues un viaje bonito, obsequio de despedida del P. Fabricio. Él pagó todo, (aunque en casi todas partes nos invitaron). Su despedida, después de diez años en Perú no fue un simple trámite, sino algo especial y único.
A Cuzco llegué el domingo 30, y el martes 2 de mayo viajé con Juan Carlos a Tambobamba. Él me llevó en la camioneta que nos había prestado, y el miércoles se la llevó de vuelta al Cuzco, sin ningún problema.
En esos días, llegó a Tambobamba un grupo de médicos italianos, que emplean sus vacaciones en venir a las Comunidades a prestar gratuitamente sus servicios. Les acogimos en la parroquia, y les guié en varias de sus visitas. Fue una experiencia muy interesante y bonita estar con ellos, aunque a veces te hacen comentarios que denotan el abismo entre la realidad europea y la de aquí: “convendría llamar un helicóptero para evacuar a este paciente”…
El jueves 27 dejamos, pues, al P. Fabricio en el aeropuerto. Las despedidas siempre son tristes. Y de allí, camino de retorno al Cuzco, esta vez con menos etapas: Chincha, Nazca, Abancay. Fue pues un viaje bonito, obsequio de despedida del P. Fabricio. Él pagó todo, (aunque en casi todas partes nos invitaron). Su despedida, después de diez años en Perú no fue un simple trámite, sino algo especial y único.
A Cuzco llegué el domingo 30, y el martes 2 de mayo viajé con Juan Carlos a Tambobamba. Él me llevó en la camioneta que nos había prestado, y el miércoles se la llevó de vuelta al Cuzco, sin ningún problema.
En esos días, llegó a Tambobamba un grupo de médicos italianos, que emplean sus vacaciones en venir a las Comunidades a prestar gratuitamente sus servicios. Les acogimos en la parroquia, y les guié en varias de sus visitas. Fue una experiencia muy interesante y bonita estar con ellos, aunque a veces te hacen comentarios que denotan el abismo entre la realidad europea y la de aquí: “convendría llamar un helicóptero para evacuar a este paciente”…
Continuará...
P. Jorge de Villar.
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