27 nov 2010

Estrago de las sectas en las poblaciones andinas


En cuanto quedé libre, comencé con una idea que tenía desde tiempo: las visitas a las comunidades más apartadas de la Parroquia, lugares donde hace mucho tiempo que no va nadie. El obispo me autorizó en Lima (donde me encontré con él). Del Cuzco vinieron Dani Quirquihuaña Aymara (18 años, estudiante de turismo) y David Huallpa Chávez (17 años). Hacía tiempo que ellos, como otros, me escribían al correo para pedirme acompañarme a alguna misión. Salimos el domingo 7 de mayo con dos caballos, Congo y Crespo, desde Tambobamba hasta Llactakunka. El Crespo llevaba la carga, mientras que nosotros nos turnábamos montando al Congo. Fueron más de tres largas horas de marcha, hasta llegar a esta comunidad, de apenas 100 habitantes, que no tiene ni siquiera capilla.

A pesar de ser domingo, sí que estaba la joven maestra, pues al ser del Cuzco su casa, está muy lejana como para irse cada fin de semana (de hecho salen el jueves en la tarde y regresan el lunes en la tarde, por lo que los días lectivos se reducen a tres semanales: otro factor de retraso…). De esta forma, pudimos alojarnos en un salón de la escuela, donde acuden unos 30 niños de 1º a 4º grado de primaria, todos juntos, pues ella los atiende a todos (esto es lo habitual en las escuelas rurales). También nos permitió usar otro salón para celebrar la Santa Misa, a la que asistieron casi todos los niños y bastantes adultos, no todos, pues en esta comunidad abandonada varios han dejado la Iglesia y se han pasado a diversas sectas.

Este es uno de los dramas de la Cordillera. Ante el vacío dejado por las Parroquias, que no dan abasto con tantas y tan dispersas comunidades, llegan enviados de las más variadas denominaciones sectarias, mayoritariamente brasileñas o estadounidenses, y fácilmente atraen a mucha gente, pues contrariamente a lo que ocurre en Europa, son personas de una gran religiosidad. Esto podría parecer algo inofensivo, pero no es así. Y no sólo porque les alejan de la Iglesia y peligra su salvación, que es sin duda lo más grave, sino por otros varios motivos: Estas sectas no son las iglesias reformadas que podemos conocer en Europa, casi siempre serias y respetuosas en sus planteamientos. Aquí se trata de grupos exaltados y fundamentalistas, que usan el engaño y la mentira de manera sistemática y que en ningún caso liberan o abren el espíritu a sus adeptos, sino que más bien los encierran en fanatismos doctrinarios de toda índole y los neutralizan en todos los aspectos, abusando de su ignorancia. Usan discursos apocalípticos para desapegar de sus bienes a muchos, ante la supuesta proximidad del fin, bienes que, claro, pasan a manos de los responsables de esas sectas en muchos casos. Los despojan de toda tradición, pues las procesiones, danzas y tantas costumbres son satanizadas como idólatras.

Está claro que detrás de todo esto hubo y hay intereses políticos, pues una población campesina sometida a estas sectas, que sí pueden calificarse de verdadero opio, es fácilmente controlable y manipulable, cosa que no ocurre como se ha visto y se ve diariamente con las poblaciones católicas, más provistas de medios de defensa y protesta ante abusos de todo tipo. La mayor parte de ellas son financiadas desde USA con fines políticos. Las víctimas inocentes en su mayor parte de esta operación son los campesinos, que hambrientos literalmente de algo que colme su religiosidad natural, caen en manos del primero que use el nombre de Cristo, aunque no sea el Cristo del Evangelio y de la Iglesia, el único que salva. Lo que es cierto es que bastaría con una presencia más continuada de la Iglesia para revertir la situación, pues desde el momento en que ésta se hace presente, las sectas se retiran. De hecho, su campo de acción son siempre las comunidades desatendidas de la Cordillera y los barrios marginales donde no hay parroquia en las ciudades.

En todo caso, si por los frutos se conoce el árbol, los frutos de este trabajo sectario son claros: desunión de las comunidades (y pérdida de fuerza, claro), desarraigo cultural (pérdida de tradiciones ancestrales, que la Iglesia cristianizó, pero que nunca pretendió erradicar) e indiferencia a medio plazo, pues normalmente la “conversión” a la secta no dura más de una generación, los hijos dejan la secta, pero no vuelven a la Iglesia, sino que quedan indiferentes, incluso hostiles, a cualquier idea no materialista.


P. Jorge de Villar.

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