(...viene de 'Del retiro de silencio al campamento minero')
El lunes regreso por fin a Tambobamba… pero por poco tiempo: ya terminaron las lluvias y se pueden visitar en camioneta algunas comunidades donde todavía no he estado, así que el miércoles 24 salgo temprano, esta vez en camioneta, hacia Chaccaro.
La carretera, de tierra, es la misma que para ir al Cuzco durante los primeros 35 km (una hora y media): llegados a una pequeña tiendecita, en mitad de la Puna, en un lugar llamado “Yanacocha” (Laguna Negra), está el desvío, al menos, eso me dijeron… Pero, ¿qué desvío?... yo no veo nada… Pregunto en la tienda. De hecho, no hay camino, sino que debo dejar la carretera e ir campo a traviesa con la camioneta. Una niña me acompañará para guiarme. Salgo pues del camino y empiezo a rodar sobre el “ichu”, la paja de las alturas que comen las llamas, que de hecho son los únicos habitantes que me parece distinguir por la zona. Pongo de nuevo a cero el cuenta kilómetros y cuento el tiempo. Pasa así más de una hora, en la que recorro apenas 15 km, sobre la Puna. Me recuerda mis tiempos de navegación costera, pues ahora la referencia no es un camino, sino los cerros en el horizonte. Finalmente, el terreno empieza a bajar, aumenta la vegetación y, ¡aparece un “camino”! Es la bajada a Chaccaro, al que llego tras recorrer en otra hora apenas unos 10 km. Dejo el auto lo más cerca que puedo de la Capilla. Una vez más, quedo impresionado. Un templo derruido, sin techo, pero que no puede ocultar su antiguo esplendor: todos los muros, que permanecen en pie como mudos testigos de lo que esto fue alguna vez, son de piedra. La estructura, típica cruz latina, es todavía evidente. Quedan los arcos de la bóveda que un día cubrió el presbiterio. En la capilla lateral izquierda, entre la vegetación, una imponente pila bautismal. ¡Cuántas generaciones habrán recibido las aguas bautismales en este lugar! Busco al presidente, y consigo sitio para instalarme. Me muestra la “nueva capilla”, el lugar más digno que los comuneros han podido construir, cercano al viejo templo, donde han trasladado las imágenes, bancas y ornamentos que se pudieron rescatar tras el derrumbe del viejo templo, en 1930. Poco a poco, hablando con el presidente y, sobre todo, con los viejos del lugar, voy averiguando detalles. Particularmente valiosos son los datos que me da el profesor Modesto Cajigas. Natural de Chaccaro, este profesor realizó en el Cuzco sus estudios pero luego prefirió regresar a su pueblo natal para enseñar allí a su gente. Es un hombre de mediana edad, enamorado de verdad de su cultura. Él me cuenta que este pueblo vivió sus años de esplendor a partir de 1680, cuando empezaron a explotarse en la zona numerosas vetas de plata, lo que le valió el nombre de “Potosí chico”. Los Jesuitas edificaron el templo y la reducción, que se llamó San Martín de Chaccaro. Con la expulsión de los Jesuitas y el agotamiento de la producción, comenzó la decadencia del lugar, que perdió gran parte de su población. En 1930, un terremoto resquebrajó el templo que nunca fue restaurado y en los 80, el terrorismo terminó de despoblar la Comunidad. Toda la Parroquia de Tambobamba fue hasta los 90 “zona liberada”, es decir, evacuada por toda institución estatal en beneficio de Sendero Luminoso, que constantemente hacía incursiones en los pueblos. Reunía a las poblaciones en las plazas y los acusados de “contrarrevolucionarios” eran sometidos a “juicio popular”. Los vecinos eran obligados a “ejecutar” a los “condenados” siguiendo el clásico método maoísta, por apedreamiento en la propia plaza. Muchos jóvenes, casi niños, eran también allí reclutados forzosamente por la guerrilla, que además requisaba alimentos y diversos enseres. Tras retirarse, al cabo de pocas semanas, solía entonces llegar una columna del ejército y el drama se repetía: fusilamiento de supuestos “colaboradores”, requisas y levas forzosas. Ante esa realidad, el campo en la sierra se despobló y muchos campesinos, antes propietarios siquiera de una chacra y algunos animales, se vieron viviendo miserablemente en las cada vez más extensas barriadas de Lima. En los 90, con la “paz de Fujimori”, fue la invasión de las sectas, que llegaron allí de todo tipo, siempre anunciando el fin del mundo y desconectando a la gente de su realidad, tan angustiosa para casi todos. Se fueron como vinieron, pero dejaron todavía más dividida y herida a la población. Ahora todo eso pasó, pero las consecuencias siguen. Son muchas heridas todavía abiertas. Aun con todo esto, en Chaccaro viven todavía 780 personas, de las cuales 280 son niños.
Me quedo allí por sólo dos días, visito cada casa, celebro funerales, bautizos y bodas pendientes desde hace años, enseño a los niños en la escuela y hablo mucho con la gente. Para los bautizos, me permito trasladar, con el esfuerzo de cuatro campesinos, la vieja Pila Bautismal al nuevo templo. Creo que es un hermoso símbolo recuperar para su uso original esta vieja piedra. Varios niños vuelven a recibir las aguas del bautismo allí donde las recibieron sus antepasados hace ya más de 300 años. Del viejo templo queda en pie la torre, con tres hermosas campanas de bronce que vuelven a sonar por primera vez en largos años. Muchos estás visiblemente emocionados. Me debo ir, pero con el presidente campesino y su gente me comprometo a venir el mes que viene, a partir del cuarto miércoles. Espero poder hacerlo.
Me quedo allí por sólo dos días, visito cada casa, celebro funerales, bautizos y bodas pendientes desde hace años, enseño a los niños en la escuela y hablo mucho con la gente. Para los bautizos, me permito trasladar, con el esfuerzo de cuatro campesinos, la vieja Pila Bautismal al nuevo templo. Creo que es un hermoso símbolo recuperar para su uso original esta vieja piedra. Varios niños vuelven a recibir las aguas del bautismo allí donde las recibieron sus antepasados hace ya más de 300 años. Del viejo templo queda en pie la torre, con tres hermosas campanas de bronce que vuelven a sonar por primera vez en largos años. Muchos estás visiblemente emocionados. Me debo ir, pero con el presidente campesino y su gente me comprometo a venir el mes que viene, a partir del cuarto miércoles. Espero poder hacerlo.
Continuará...
P. Jorge de Villar.
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