12 may 2012

COMENTARIO A LAS LECTURAS DOMINICALES. El amor es de Dios



P. Mario Ortega. Polonia, julio de 1941. En el campo de exterminio de Auschwitz se ha fugado un prisionero y las autoridades nazis decretan la muerte de algunos de los prisioneros como escarmiento. Comienza la fatal selección y entre los condenados, figura un esposo y padre de familia que, al saber su destino, no para de lamentarse por los suyos. En ese momento surge desde atrás un hombre que se ofrece a morir en su lugar. “Soy un sacerdote católico”. Como muchos ya habréis adivinado, así se presentó San Maximiliano Kolbe, que se convirtió así en mártir del amor.

El Evangelio nos habla hoy del amor. ¡Cuánto hemos descuartizado y desvirtuado esta palabra los hombres! El amor es de Dios.

Él es la fuente del amor. Deus Caritas est. Pero los hombres nos hemos empeñado en llamar amor a cualquier cosa, hasta la más contraria al amor, como puede ser la utilización de otra como objeto de placer, de disfrute meramente corporal, aunque sea con el consentimiento de ambos. Le llaman amor, pero el amor, es ante todo algo espiritual, del corazón. Es el amor de una madre y de un padre hacia su hijo: una fuerza interior que lleva a dar la vida por el bien del hijo, si fuera necesario. Eso es verdadero amor. Es también el amor de ese hijo hacia sus padres o entre los hermanos, o entre los amigos. Lo contrario absolutamente a cualquier forma de aprovechamiento egoísta del otro. Es también, cómo no, el amor conyugal: el que un hombre y una mujer descubren y quieren compartir toda la vida, en un proyecto muy hermoso que sellan públicamente ante Dios y ante los demás, que incluye la donación corporal y que está al servicio de la vida. Es también el amor del que entrega su vida a Dios, en el sacerdocio o la vida consagrada; hace esta elección por amor, para ponerse al servicio de Dios y de los hermanos. Y, finalmente, el amor heroico es el que llega a dar la vida, perdonando a los enemigos que se la quitan, a ejemplo de Cristo en la Cruz.

Hay distintas formas de amar, pero el amor es esa misma fuerza interior que busca siempre el bien de la persona amada. Es ese movimiento del alma que la lleva a salir de sí misma para buscar la paz y la felicidad en un darse continuo. El amor es un misterio inmenso. ¿De dónde surge este misterio? ¿Quién ha creado el amor?

San Juan, recogiendo y subrayando las palabras de Jesús en el Evangelio, y también en sus cartas como acabamos de escuchar, responde claramente a esa pregunta. El amor es de Dios, porque Dios es amor. Se puede llegar al conocimiento de Dios cuando se busca amar sinceramente al prójimo, cuando no se “racanea” a la hora de darse a los demás, de esforzarse por las personas, de darles nuestro tiempo y energías, sin descartar a ninguna, siempre con alegría. La medida del amor es amar sin medida.

Al cristiano se le tiene que reconocer, ante todo, por esto. Así sucedía en los primeros siglos de la Iglesia. La gente contemplaba a las primeras comunidades cristianas con admiración: “mirad cómo se aman” - repetían - y esto era motivo de muchas conversiones al cristianismo.

El amor es de Dios. Dios es amor y este amor se nos muestra en el Evangelio. Pero la mayoría de las personas no leen el Evangelio. ¿Cómo pueden entonces descubrir a Dios? Sólo hay una respuesta. Que cada cristiano dé ejemplo vivo y constante de amor, de perdón y de entrega generosa; cada día, soportando tantas veces contrariedades y afrentas; amando – como decía M. Teresa de Calcuta – “hasta que duela”. Entonces el cristiano “interpreta la sinfonía” contenida en la “partitura” del Evangelio y lleva a los demás a descubrir a Dios. Porque el amor es de Dios.

P. Mario Ortega

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