19 may 2012

COMENTARIO A LAS LECTURAS DOMINICALES. Tengo algo que decirte con silencios y con palabras



P. Mario Ortega. Sí, también con el silencio, ya que sin éste no puede darse la comunicación, como explica magníficamente el Papa en su Mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales, que celebramos hoy.

Hoy se celebra esta Jornada porque fue en el momento de su Ascensión al Cielo, cuando el Señor encargó a los Apóstoles comunicar el Evangelio a todo el mundo. Ellos lo hicieron con eficacia, con la ayuda del Espíritu Santo, que confirmaba la Palabra con los signos, es decir también en el silencio, con el testimonio ordinario o extraordinario de una vida que hablaba siempre de Dios.

Para conocer a Dios necesitamos las palabras que nos hablen de Él, pero también el silencio para escucharlo. Para conocer a Dios, Él mismo nos ha dado su Palabra, que es Jesús; pero también se nos revela a través del silencio. Precisamente, después de la Ascensión de Jesús al Cielo, podría parecer que Dios ya no nos habla, que se ha quedado mudo. Muchas veces apelamos a esta ausencia visible y audible de Dios para justificar nuestra no aceptación del Él. Sin embargo, el problema no es que Dios no hable, es que nosotros no guardamos el silencio necesario para escucharlo. Además, sólo aprendiendo a guardar el silencio, en actitud humilde de escucha, podremos interpretar los silencios de Dios.

Todos sabemos que hay silencios muy expresivos, que una imagen vale más que mil palabras y que un abrazo o un esputo dirigido a una persona expresan más que una palabra de amor o de odio, respectivamente. Es el lenguaje no verbal. Recuerdo ahora una de las escenas que considero más bellas del cine contemporáneo. Pertenece a la película “De dioses y de hombres” y describe la última cena juntos de aquellos frailes trapenses en Argelia que fueron asesinados esa misma noche de 1996. Ellos sabían lo que se les esperaba y en el silencio y sus miradas se expresan todos los sentimientos que llevaban dentro.

La Cruz de Jesús es precisamente el mayor silencio de Dios y, sin embargo, su mayor enseñanza. La Resurrección de Jesús y también su Ascensión al Cielo van más allá de lo que las palabras puedan expresar. En este caso, comunica la alegría de la victoria definitiva de Dios y la certeza de que estamos destinados a la vida eterna en el Cielo, con Él.

La Ascensión del Señor introduce a toda la humanidad en un estado de espera, de acogida de la Palabra, de silencio y de vida de fe. Hasta que el mismo Jesús vuelva, según nos ha prometido.

P. Mario Ortega

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