27 nov 2010

Pasará como en tiempos de Noé


COMENTARIOS A LAS LECTURAS DOMINICALES
P. Mario Ortega. Toda nuestra vida es un gran adviento, una espera paciente de la venida definitiva de Jesucristo. Y el mismo Señor pone hoy ante nosotros el episodio bíblico de Noé y del diluvio para hablarnos de esa venida y prepararnos a ella.

Los hombres de hoy, como los de tiempos de Noé, hemos olvidado a Dios. Prescindiendo de Él y de los mandamientos que Él nos da para que encaminemos nuestra vida por el amor a Dios y al prójimo, este mundo se ha echado en manos del más radical materialismo y hedonismo. Más aún, señala San Juan Crisóstomo, “da a entender el Señor que, a su venida, los inicuos y desesperados de su salvación se entregarán con más furor a sus torpes placeres” (PG 58, 704).


Como en tiempos de Noé, los justos han de refugiarse bajo la protección que Dios les envía. El arca de Noé es hoy la Iglesia. Entrar en esta arca es llevar una vida según Dios. En el arca, han de estar bien cerradas todas las aberturas, esto es, en sentido espiritual, cerrar todas las puertas al pecado y al demonio. En la Iglesia recibimos la gracia de los sacramentos y fortalecemos nuestra fe al compartirla. En la Iglesia nos protegemos de las acechanzas del Maligno. En la Iglesia está Cristo, por eso estamos seguros, “firmes en la fe”.


No obstante, todos, y siempre, estamos necesitados de conversión. El Adviento es una invitación a la conversión, una oportunidad que tienen de volver su vida hacia Dios los que viven “fuera del arca”. Y también una invitación para no salir nunca del arca los que estamos dentro. Pues esta vida es breve y nos estamos jugando la eternidad. El mismo Señor nos exhorta, mediante el ejemplo del ladrón que se hace presente de forma repentina, a estar preparados.

Pienso que, creyentes y no creyentes, con la crisis moral, social y económica, la globalización que se traduce tantas veces en despersonalización, la evidencia de que el mundo está en manos de unos pocos señores con ansias de poder... tenemos todos la impresión de que algo “gordo” nos espera. Los creyentes en Cristo sabemos que la historia se dirige finalmente hacia el triunfo definitivo del Señor, Rey del Universo, Dios justo. De manera preciosa, profetiza hoy Isaías en la primera lectura este final de Cristo victorioso en su Iglesia: “Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor”. Pero, de momento, aunque estemos en el arca de la Iglesia, notamos las fuertes sacudidas de la tempestad y el diluvio de un mundo muy contrario a Cristo; el Anticristo, que se va manifestando activo a lo largo de la historia y hoy día con inusitada virulencia. Y hace falta la fortaleza de la fe, la esperanza renovadora del Adviento que nos impulsa a la caridad ardiente del que nunca se desanima.

San Pablo nos habla de un “revestirse de Cristo”, de agarrar bien fuerte “las armas de la luz”pues la lucha con las tinieblas del pecado se llevará a muchos: “A uno se lo llevarán y a otro lo dejarán...” No nos engañemos. El camino que describe el Apóstol como el de “comilonas, borracheras, lujuria, desenfreno, riñas y pendencias” no es el camino de la salvación, sino el de la perdición. Hay dos caminos (“a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán...”).

Jesucristo es la Salvación, la Iglesia es Arca de salvación y María es la Madre que, victoriosa con su Hijo – celebraremos dentro de poco su Inmaculada Concepción – nos acompaña y nos consuela.

P. Mario Ortega.


Publicado en La Gaceta de la Iglesia.

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