11 nov 2010

Unidad


OPINIÓN
P. Roberto Visier. La consecuencia inmediata de la desobediencia es la desunión, la división, la confusión generalizada. Así ha sido siempre y lo seguirá siendo. Cada herejía en la historia de la Iglesia ha sido causa de conflictos graves, muchas veces sangrientos. Del mismo modo sucedió después de la Reforma protestante. En seguida surgieron tres facciones diferenciadas y enfrentadas encabezadas por Lutero, Calvino y Zwinglio. Después vino la iglesia anglicana y con el tiempo la fragmentación incontable que ha tenido lugar sobre todo en los Estados Unidos. En la actualidad hay más de treinta mil iglesias cristianas diversas. La raíz de todo: la desobediencia.

Es preciso recordar que el cristianismo nace de la revelación, que está contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición Apostólica. Los dogmas pueden ser mejor entendidos o explicados con el tiempo, hay cierta “evolución del dogma”, pero en su esencia la fe permanece la misma y será siempre la misma porque Dios, que nos la ha dado, es inmutable, no cambia de opinión.

De ahí que sea absurdo convertir el cristianismo en un mercado de autoservicio, o un restaurante de lujo donde se come a la carta según todas las preferencia y apetencias del cliente. Pongamos en escena esta compra-venta de “cristianismos”:

Llega un señor al restaurante o hipermercado religioso y pregunta:

- ¿Le queda algún cristianismo barato?

- Oh sí claro, pero ¿cómo le gusta? Porque tenemos tantos... 

- Bueno, quisiera uno que no sea muy exigente, si puede ser sin infierno mejor, así tengo la salvación asegurada.

- Muy bien. ¿Lo quiere de culto semanal o simplemente mensual? 

- Mensual mejor, así puedo salir los sábados toda la noche sin problema.

- ¿Se lo empaqueto?

- Sí, claro, así lo dejo guardado para cuando me haga falta.

Llega otro cliente.

- A mí me pone uno con purgatorio porque un poco de justicia viene bien, al menos nos purificamos un poco antes de entrar en la gloria, y me mete una devoción a la Virgen sencilla, sin exagerar mucho, un rosario de vez en cuando y basta.

- A mí, por favor -suplica un tercer cliente- me pone un cristianismo fuerte, con poder, con un infierno grande donde quepan todos, porque todos se deben condenar menos yo.

- Yo quiero -pide otro- uno sin purgatorio pero con un infierno pequeño, con meter a los más malos es suficiente. ¡Ah! El culto corto, que los domingos me gusta salir a la montaña.

- Pues a mí -dice un sacerdote- uno con mucha música y fiesta, que yo canto muy bien. Y no me meta la confesión porque es una fatiga muy grande.

De este modo, podríamos escribir treinta mil recetas distintas y nunca quedaríamos saciados, ni encontraríamos la verdad, porque la verdad es Cristo, y lo que tenemos que hacer es escucharlo a Él y a la Iglesia que ha recibido la autoridad y la misión de actuar en su nombre. ¿Dónde está el equilibrio entre la justicia y la misericordia de Dios? ¿Cuál es el culto mejor, el número ideal de sacramentos? Todo eso ya está inventado, no nos tenemos que romper la cabeza. Es cierto, es preciso leer los signos de los tiempos, encontrar el lenguaje y los métodos adecuados para evangelizar en el siglo XXI, las cosas no son tan sencillas, pero, en lo que se refiere a la fe y a la Iglesia, ¿qué Iglesia queremos, qué debemos creer, qué debemos hacer? Todo eso está claro en el magisterio de la Iglesia, sólo tenemos que aceptarlo con humildad y enseñarlo con fidelidad.

Con frecuencia en las reuniones de sacerdotes se discute durante horas sobre aspectos de la fe que son claros, o sobre cuestiones pastorales que serian fáciles de resolver si hubiese un verdadero deseo de unidad, un criterio de comunión con el Papa y el propio obispo, una capacidad para aceptar las normativas universales y diocesanas. Si los párrocos tuviesen un verdadero deso de trabajar por la unidad y no se aferraran tanto a criterios personales, la unidad de la Iglesia brillaría ante los fieles y ante el mundo, pero como cada párroco es con frecuencia obispo de su parroquia, lo que damos es una imagen de división, de confusión, a veces de caos. Contra la desobediencia, humildad y docilidad. Y como fruto, la unidad.

P. Roberto Visier.
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