21 feb 2011

Mejilla, manto y milla. El camino hacia la perfección cristiana.


COMENTARIOS A LAS LECTURAS DOMINICALES
P. Mario Ortega. Continúa Jesús desentrañando su Evangelio, explicándolo con paciencia, mostrándonos esa pedagogía divina para con los hombres, sus hermanos, pedagogía que se remonta al Antiguo Testamento. En efecto, Cristo, como un nuevo Moisés, abre con claridad y dulzura las puertas de la ley hacia el horizonte infinito de la perfección (santidad) de Dios.

La ley veterotestamentaria no tiene fuerza para justificar. Justifica la fe, la fe en Cristo, alimentada por el amor. El “ojo por ojo” nos mantiene encerrados en un callejón sin salida. “La ley mantenía al Israel infiel en el temor y reprimía la inclinación a la ofensa con el contrapeso de otra ofensa. En cambio, la fe no permite que el resentimiento por una ofensa sea tan grande como el de solicitar la venganza” (San Hilario, Sobre el Ev. de Mateo 4, 25). La ley de Cristo tiene un poder liberador. El Divino Maestro va abriendo un candado en cada versículo del Evangelio de hoy con su repetida introducción “Pero yo os digo...”. La ley nos va a abrir a un camino de perfección, de ascensión espiritual hacia Dios. El cumplimiento de los mandamientos será un caminar en el amor a Dios y al prójimo, hasta alcanzar la meta de la santidad.

El Señor nos muestra este camino de amor mediante los ejemplos que hemos proclamado en el Evangelio de hoy:

La mejilla. “Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”. Se trata de mostrar el lado de la vida que el mundo desconoce: el del amor que sufre o el que sufre por amor. Puesto que la renuncia a la violencia expresada en este gesto, a imitación de Cristo, que venció en la cruz al odio, es el único camino para alcanzar la concordia.


El manto. Turno para los bienes que poseemos. "Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa". La fe en Cristo y el amor al hermano se van a medir por el grado de desprendimiento que tengamos de los bienes materiales, puesto que, siguiendo al que nació y murió pobre, el objetivo del cristiano es alcanzar el único bien definitivo que es Dios.

La milla. Mejor dicho, las dos millas, puesto que se trata ahora de poner también nuestras fatigas y trabajos al servicio del prójimo. “A quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos”. Si en los dos primeros ejemplos se trataba de un acto de misericordia, aquí lo es de valor. “A quien te pide, dale... no lo rehuyas”.

Ama a tu enemigo y reza por quien te persigue. ¿Puede haber mejor consigna para tener uno paz y alcanzar para el mundo la paz? Cierto que el amor al enemigo y el perdón sincero de las ofensas resultará tantas veces un acto heroico, pero no es menos cierto que el Señor no manda imposibles y con este mandato nos está ofreciendo su gracia.

San Juan Crisóstomo (Hom. Ev. S. Mateo 18, 4) resume la ascensión espiritual trazada por Cristo al alma en una escala hasta la cima de la perfección:

Primer escalón: Que no hagamos por nuestra cuenta mal a nadie.
Segundo escalón: Que si a nosotros se nos hace, no devolvamos mal por mal.
Tercer escalón: No hacer a quien nos haya perjudicado lo mismo que a nosotros se nos hizo.
Cuarto escalón: Ofrecerse uno mismo para sufrir (mejilla).
Quinto escalón: Dar más que lo que el ofensor pide de nosotros (manto, milla).
Sexto escalón: No aborrecer a quien todo eso hace.
Séptimo escalón: Amarlo.
Octavo escalón: Hacerle beneficios.
Noveno escalón: Rogar a Dios por él.
Décimo escalón: ¡Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto!

Esta escala es la vida cristiana. Siendo los mandamientos los mismos, la ley antigua del cumplimiento queda superada por la ascensión de fe hacia la perfección misma de Dios. Es el camino de la santidad, camino de amor, que emprendimos con el Dios Amor que nos mostró el pórtico de las Bienaventuranzas y endereza continuamente nuestros pasos con su suave advertencia: “Pero yo os digo...”

Con María.

P. Mario Ortega.

Publicado en La Gaceta de la Iglesia.


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