9 ene 2011

Solemne manifiesto final: "Este es mi Hijo, el amado"


COMENTARIOS A LAS LECTURAS DOMINICALES
P. Mario Ortega. El Bautismo de Jesucristo en el río Jordán es el tercer arco del misterio de la Epifanía. Si la Navidad comienza con el silencio infinitamente elocuente de la Palabra eterna yaciendo en el pesebre, hoy concluye este tiempo litúrgico con un solemne manifiesto final: “Este es mi Hijo, el amado”, la voz del Padre sobre el Hijo eterno.

Solemne manifiesto (manifestación, epifanía) que supone el final de la Navidad. Pero es también comienzo; comienzo del tiempo ordinario, del tiempo de la predicación de Jesús, en camino hacia la Pascua. Los bautizados con Cristo, recorremos con Él este camino, de modo que el tiempo ordinario es también el tiempo de nuestra vida ordinaria dedicada a las cosas de este mundo pero a la escucha atenta de la Palabra del Señor y a la contemplación de los misterios de su vida pública.

Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret”, subraya tres aspectos esenciales de la conexión existente entre el bautismo del Señor y nuestro propio bautismo: “En primer lugar, la imagen del cielo que se abre: sobre Jesús el cielo está abierto. Su comunión con la voluntad del Padre, la “toda justicia” que cumple, abre el cielo, que por su propia esencia es allí donde se cumple la voluntad de Dios. A ello se añade la proclamación por parte de Dios, el Padre, de la misión de Cristo, pero que no supone un hacer, sino su ser: Él es el Hijo predilecto, sobre el cual descansa el beneplácito de Dios. Finalmente, quisiera señalar que aquí encontramos, junto con el Hijo, también al Padre y al Espíritu Santo: se preanuncia el misterio del Dios trino, que naturalmente sólo se puede manifestar en profundidad en el transcurso del camino completo de Jesús. En este sentido, se perfila un arco que enlaza este comienzo del camino de Jesús con las palabras con las que el Resucitado enviará a sus discípulos a recorrer el mundo: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). El bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que Él ha anticipado con su bautismo. Así se llega a ser cristiano.”

Las palabras del Padre también se refieren a cada uno de nosotros. “Este es mi hijo”. El bautismo nos otorga la dignidad de hijos de Dios y hermanos de Cristo, por la unción del Espíritu Santo. Si recibimos un día esta dignidad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, toda nuestra vida ordinaria, nuestros pensamientos, palabras y obras han de ser hechos también en el nombre de la Santísima Trinidad.

A partir de su bautismo, Cristo comenzó su vida pública que culminará en la cruz y en la Resurrección. Bautismo, cruz y resurrección conforman la vida de Cristo y también la vida del cristiano. Por eso, ahora que nos disponemos a comenzar el tiempo ordinario, recordemos nuestra condición de bautizados y dispongámonos a vivir enteramente en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Será el solemne manifiesto (manifestación) de la presencia de Dios en medio de este mundo.


P. Mario Ortega.


Publicado en La Gaceta de la Iglesia.

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