Juan nos enseña quién es realmente aquel niñito nacido en Belén. Él es el Verbo (λόγος) de Dios, que estaba desde el principio junto a Dios, y que era Dios. Cristiano es quien cree que Jesús de Nazaret es el Verbo hecho carne, la segunda persona de la Santísima Trinidad, Dios. Quien cree que Jesús es sólo un hombre excepcional, pero no Dios, no puede ser considerado cristiano, menos aún católico.
El mundo llegó a ser (ἐγένετο) por el Verbo. Todo llegó a ser por medio de Él, sin Él no ha sido hecho nada de lo que ha llegado a ser. La vida, el cosmos, la muerte, son para el hombre enigmas indescifrables. La ciencia, con su teoría del Big Bang, va descubriendo ‘cómo’ era el universo al principio y ‘cómo’ evolucionó hasta nuestros días. Ni una respuesta puede darnos del ‘por qué’ existe. El hombre con su razonamiento tiene capacidad de comprender que Dios es el origen del cosmos. Pero Dios para darnos mayor claridad en cuestión tan fundamental, nos ha revelado algo maravilloso sobre el origen y el sentido de la creación: Dios tiene un Verbo por medio del cual hizo todo lo que existe.
El Verbo llegó a ser (ἐγένετο) carne. El misterio de la Encarnación supera absolutamente nuestra humana comprensión, y sólo podemos creer en Él por la confianza que tenemos en que Dios, que nos lo ha revelado, no puede ni engañarse ni engañarnos. Jesús, hombre como nosotros, insertado en la historia de la humanidad, es personalmente el Verbo de Dios por medio del cual llegó a la existencia el mundo. Porque el Verbo de Dios se hizo carne. Toda nueva evangelización de la Iglesia católica que no tenga como centro de su enseñanza a Jesús, Dios y hombre verdadero, Creador del universo, es defectuosa. O, para ser más exactos, es un fraude. Presentar a Jesús como ‘amigote’, según suelen hacer algunas pastorales (probablemente muy bienintencionadas), sin sacralidad, sin trascendencia, sin misterio, es un fraude al pueblo de Dios.
La verdad y la gracia llegaron a ser (ἐγένετο) por el Verbo. A cuantos le recibieron, les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios, a los creyentes en Su nombre. Ellos no han llegado a ser [hijos de Dios] a partir de la sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad del hombre, sino a partir de Dios. San Juan usa el mismo verbo griego para referirse a la creación (γίνομαι) del mundo, a la Encarnación, y a los dones de la verdad, de la gracia y de la vida de hijos de Dios. El primer libro del Antiguo Testamento, el Génesis, nos habla en su primera página de la creación de Dios. San Juan comienza su Evangelio hablando de la creación de Dios, pero sobre todo de su nueva creación. Dios creó el mundo por medio de su Verbo. En los últimos tiempos, Dios realizó una nueva creación también por medio de su Verbo, cuando llegó el Verbo a ser carne. Dios otorga al hombre por medio de su Verbo Eterno la vida física, y, por medio del mismo Verbo hecho carne, el don admirabilísimo de la vida de hijos de Dios, que es gracia y verdad. Cuando en la nueva evangelización no se tienen en cuenta estos dos niveles en la creación de Dios, el don de la vida física y el don de la vida de hijos de Dios, todo se mezcla, y se desdibuja el por qué de la vida, muerte y resurrección de Jesús. La misión de la Iglesia queda reducida a puro asistencialismo, pues la vida y la Vida se confunden. El Bautismo pierde su sentido, la gracia santificante se convierte en una entelequia, y la misión en un desvarío.
El Catecismo de la Iglesia Católica no quiere permitir que los católicos pierdan el norte entre tanta predicación desnortada, y nos enseña a creer y valorar en primer lugar el don de la existencia, pero sobre todo la nueva creación que Cristo realiza en los bautizados:
1999. La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: es la gracia santificante o divinizadora, recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de santificación (cf. Jn 4, 14; 7, 38-39): Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo (2 Co 5, 17-18).
@fraytuk
Publicado en Certeza católica.
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