14 jun 2010

El celibato sobre la mesa


OPINIÓN. P. Roberto Visier. El pasado jueves, en la Vigilia de la solemnidad del Sagrado Corazón que reunió a sacerdotes de todo el mundo con el Papa en la Plaza de S. Pedro, el Pontífice habló sin papeles, de un modo ameno y directo, respondiendo a las preguntas planteadas por sacerdotes de los cinco continentes. Con motivo de la pregunta sobre el celibato sacerdotal hizo una aguda reflexión.

No tengo a mano las palabras exactas del Papa, pero vino a decir lo siguiente: sorprende que ahora que muchos jóvenes toman la decisión de no casarse, se pretenda a toda costa que los sacerdotes lo hagan. El argumento sería: “todo el mundo debería casarse ¿por qué los sacerdotes, pobrecitos, no pueden hacerlo?”. En el fondo existe una gran incoherencia. No es que se valore tanto el matrimonio que se menosprecie el celibato como elección que excluye el matrimonio, sino que lo que no se quiere aceptar es que el sacerdote pueda vivir la virtud cristiana de la castidad en la continencia. Si los que combaten el celibato no quieren recomendar el matrimonio ¿Qué es lo que quieren fomentar? Es evidente que lo que les repatea es que la Iglesia no acepte la promiscuidad como estilo de vida, la actividad sexual como diversión o como necesidad fisiológica imposible de dominar.

En al misa del día siguiente había un grupo de sacerdotes italianos que extendió una pancarta muy larga que decía: “Vivimos con alegría nuestro celibato siguiendo su ejemplo, Santo Padre”. Ciertamente, no es el celibato la causa de que algunos sacerdotes hayan caído en terribles pecados impuros, sino el no querer vivir la virtud de la castidad. Al contrario, el celibato ayuda al sacerdote a vivir una castidad elevada, que no sólo le aparta de pecados graves, sino que le lleva a mirar con un supremo respeto a la mujer y el cuerpo de cualquier persona (niños, jóvenes, etc.). Esto los convierte también en excelentes consejeros para las parejas de novios y de matrimonios porque pueden enseñar la naturaleza del verdadero amor y de la fidelidad. Porque el sacerdote no es una persona sola y sin compromiso, egoísta e aislado. Precisamente, ha elegido el sacerdocio y la exigencia del celibato como camino de compromiso total y definitivo con Dios, como entrega a Dios y a los demás, como testimonio de la vida sobrenatural que empezamos a vivir aquí como anticipo y en la vida eterna en plenitud.

Por esto el celibato y la virginidad consagrada, que también muchas mujeres eligen como estilo de vida, es un don maravilloso que existe en la Iglesia desde los orígenes y que la Iglesia siempre defenderá como un tesoro que nunca debe perder.

P. Roberto Visier.
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