26 mar 2011

Cristo me ofrece vida eterna ¿Me conformaré con menos?



COMENTARIOS A LAS LECTURAS DOMINICALES
P. Mario Ortega. Mediante el símbolo del agua y el providencial encuentro con la mujer samaritana, descubrimos hoy, en nuestro itinerario cuaresmal, cómo Jesucristo nos ofrece la eternidad.

La eternidad. ¿Quién habla hoy de la eternidad, siendo la aspiración última, a la cual ningún hombre puede renunciar, por mucho que se empeñe? ¿Quién se atreve a recordarle al hombre de hoy, que reduce su vida a placer y poder, que el tiempo se acaba y, con él, todo placer y poder? ¿Quién se interpondrá entre cada persona y sus afanes, para recordarle que su sed más profunda no queda nunca saciada con las ofertas de este mundo?

Jesús lo hace. Habla de la vida eterna a la samaritana, se atreve a penetrar en su vida para hacerle una oferta inesperada y esperada a la vez, pues se trata de lo que ella siempre ha deseado sin saber y ha buscado sin encontrar. La samaritana del Evangelio no era distinta del hombre de hoy. Sumida en la rutina y en una vida muy inestable y licenciosa, no piensa en la eternidad. Pero la desea y la busca. La busca mal, porque la busca donde no la puede hallar. El pozo de Jacob y el cubo para extraer de él el agua deseada no son sino símbolos de una búsqueda insatisfecha. El agua de este mundo (placer y poder) da siempre más sed. Por eso la samaritana acude continuamente al pozo, al mismo pozo. Su vida está sumida en un pozo. ¿Cómo salir?

La solución no es una teoría, ni una explicación. Yo siempre digo que no tengo palabras ni explicaciones para quien busca el sentido de su vida. La solución el una Persona: Jesucristo. Él toma la iniciativa y nos espera, como a la mujer samaritana, en el brocal del pozo al que solemos acudir en busca del agua que sacie nuestra sed. Jesucristo se presenta en tu vida, muchas veces, en tu vida cotidiana. Y te dirige la palabra; lo hace muchas veces por medio de personas que le imitan y dan testimonio de Él; lo hace a través de su Iglesia; pero también te dirige la palabra en tu interior y en el silencio.

Su palabra es una promesa y un desafío: “Si supieras quién es el que te pide de beber, tú le pedirías agua viva”. ¿Por qué nos empeñamos tantas veces en no escuchar la voz de Dios en nuestra vida? ¿Huimos de Él? La samaritana no huyó. Poco a poco le abrió su corazón y reconoció su pecado al manifestarle Cristo que la conocía completamente.

La samaritana se rindió al amor de Dios y aceptó su propuesta. Bebió del agua que el Señor le ofrecía y cambió su vida. Lo demuestra el hecho de que fuera a anunciar el Evangelio a sus paisanos. Y es que la esperanza – como nos recuerda hoy San Pablo – no defrauda.

Con María.

P. Mario Ortega.




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