12 mar 2011

¿Tentaciones o tentación?


COMENTARIOS A LAS LECTURAS DOMINICALES
P. Mario Ortega. Jesús es conducido al desierto por el Espíritu. Allí va a sufrir tres tentaciones. La única tentación de Adán acaeció, por contraste en el Paraíso. Éste cayó, mientras que Cristo, triunfó para levantar a aquél. Este es el trasfondo teológico desde el que podemos partir.

La tentación de Adán, el “seréis como dioses”, resulta ser el compendio de las tres tentaciones a las que Cristo es sometido. El diablo siempre tienta igual y, en ese sentido más que hablar de “tentaciones”, distintas, podemos hablar de una única tentación.

La diferencia está en el tentado. Adán se acercó a la tentación desobedeciendo a Dios; Cristo se introduce en el desierto guiado por el Espíritu. De este modo, la tentación, cuya finalidad “natural” nos parece que es la de hacernos caer, queda descubierta como ocasión magnífica y necesaria para ejercitarse en una lucha por la victoria final del Reino de Dios en mi propia vida. Si caer en la tentación, como Adán, nos conduce a una miserable vida apartada de Dios, la victoria con Cristo ante la tentación, nos devolverá la dignidad perdida. Ante el sufrimiento, dolor y sinsentido del hombre sumergido en el pecado y sin visos de solución, emerge hoy la esperanza de la salvación. Mientras que el hombre caído busca sin Dios soluciones a su postración, Cristo - Dios y Hombre - se ofrece como su Salvador.

Las tres tentaciones del desierto, son paradigmáticas, es decir, resumen perfectamente las tentaciones a las que somos sometidos todos, pero a la vez nos señalan el denominador común y fin de todas ellas: apartarnos de Dios. Además, toda tentación se presenta “bajo capa de bien”. El bien está claro que es nuestra felicidad y la existencia de un mundo mejor. Entonces, la tentación será ¿esa felicidad personal y ese mundo mejor se logra con o sin Dios? La tentación ha sido, es y será siempre la de construir una vida personal y social sin Dios, pensando que el hombre es capaz de darse lo que anhela su corazón y reduciendo esos logros a un bienestar terrenal: el pan de la primera tentación de Jesús y un poder ilimitado, expresado en un dominio de lo sobrenatural (ángeles que te recogen cuando saltas al vacío) y de lo natural (demás hombres, igualmente a tu servicio), segunda y tercera tentación, respectivamente.

San Pablo admira y proclama la obediencia redentora de Cristo, ya que por ella es vencida toda tentación y con ella arriba toda victoria. No hay soluciones para el hombre tentado y caído, hay un Salvador tentado pero victorioso. Él es la solución. La Cuaresma es, ante todo, un mirar a Cristo e invocarlo como Salvador. Ante esa mirada, surgirá la conversión como fruto maduro y visible, eficaz, de la gracia.

Benedicto XVI, en su obra Jesús de Nazaret, cuya segunda parte ha salido a la venta precisamente esta semana, explica magistralmente el sentido de las tentaciones del desierto a las que se sometió Jesús (capítulo 2º de la primera parte).

P. Mario Ortega.


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