6 ago 2011

COMENTARIO A LAS LECTURAS DOMINICALES. Señor, mándame ir a ti



P. Mario Ortega. El episodio de los apóstoles en la barca en medio de la fuerte marejada y el encuentro entre Pedro y Jesús, iluminan - ¡y cuánto! - nuestra vida.

Jesús se había quedado orando solo, en el monte, mientras que los discípulos estaban también solos, en la barca. Los vientos alejan a los apóstoles de su Maestro. Están a merced del viento y del oleaje. Nosotros también tenemos la experiencia de un mundo hostil hacia nuestra fe y nuestra vida cristiana. Dios parece estar ausente muchas veces y la nuestra ser una barca a la deriva. Sin embargo, apareció Jesús. Los apóstoles no se lo creían, porque estaban viendo algo extraordinario: el Señor caminaba sobre las aguas. Cuántas veces, nosotros, también asustados y sin fe suficiente para alegrarnos por la presencia misteriosa del Señor, desconfiamos de que sea realmente Dios que viene a consolarnos. Es la imagen del cristiano acobardado y triste, que no se termina de creer que Dios es más fuerte que los vientos y las olas.

Sin embargo, Pedro se decide a hablarle a Jesús. Le pone una condición para aceptarlo: "Si eres tú..." Es como un reto que le dirige al mismo Dios. Nadie se libra de la misma reacción que tuvo Pedro y, así, siempre queremos pruebas, garantías, de que realmente es Dios el que está a nuestro lado.

Pero la petición de Pedro es agradable a Dios. Seguramente, cualquiera de nosotros le hubiese dicho a Jesús: "Si eres tú, ven hacia nosotros para que comprobemos que no eres una ilusión. Ven." Pedro no le pidió eso. Su petición es una oración preciosa: "Mándame ir a ti, caminando sobre el agua". No pide que Jesús se acerque, le pide a Jesús poderse acercar él. Y con ese imperativo tan paradójicamente humilde - "mándame" - el Señor le dice: "ven". Lo costoso es para nosotros decirle a Dios: "mándame", porque a Él le sale fácil e inmediatamente: "ven". Y su palabra obra lo imposible para el hombre. Pedro camina sobre las aguas y nosotros podemos caminar sobre las dificultades de la vida, si nos fiamos de la palabra poderosa del Señor, si le miramos a Él mientras caminamos.

El problema es que hace falta perseverar en la fe, y nuestra fe sigue siendo débil. Es bueno que reconozcamos que nuestra fe es débil, para que no dejemos de pedirle al Señor que nos mande ir a Él. Y si, como Pedro, nos llegamos a hundir, que de nuevo nos vengan las palabras del primer apóstol: "Señor, ¡sálvame!". Porque entonces lo seguiremos reconociendo como Dios, como Salvador.

La famosa oración eucarística "Alma de Cristo" contiene la petición de San Pedro. Al Señor le pedimos: "en la hora de mi muerte, llámame y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe por los siglos".

Con María.

P. Mario Ortega


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