13 ago 2011

COMENTARIO A LAS LECTURAS DOMINICALES. Cuando Dios no te responde nada



P. Mario Ortega. O te responde con algo que no te esperas. O - peor - con algo que pone a prueba tu paciencia y humildad... Todo eso le pasó a la mujer cananea que aparece en el Evangelio de hoy. Primero, el silencio; luego la respuesta "cortante" y finalmente unas palabras realmente duras... - ¿Por qué, Señor, trataste a esta mujer así? - Los apóstoles también se extrañaron del modo de actuar de Jesús.

"Lo último en la ejecución es lo primero en la intención", así reza la famosa sentencia filosófica. Lo que Jesús hizo al final, revela la intención que llevaba desde el principio. En palabras de Isaías (1ª lectura), "mi salvación está para llegar, y se va a revelar mi victoria". No sólo es una profecía, es una declaración de intenciones: Dios quiere que todos los hombres se salven, que su misericordia llegue a todos (2ª lectura).

El misterio es que, siendo la salvación de Dios pura gracia, Él quiere hacernos partícipes de esa salvación por la fe. Nos hace colaboradores suyos en la obra de nuestra propia salvación. Por eso probó tanto la fe de esta mujer. El silencio y las palabras duras del Señor no tenían otra finalidad que sacar lo mejor que había en el corazón de esta mujer extranjera. Y de paso dar una lección de humildad a quienes durante tanto tiempo llevaban alimentándose con "el pan de los hijos".

Ahora, apliquémoslo a nuestra vida. El Evangelio nos revela que Dios quiere sacar lo mejor de nosotros mismos. Lo mejor, que siendo obra suya - la fe es un don sobrenatural - se convierte en respuesta amorosa y confiada hacia quien es nuestro Dios y Señor. Por eso el camino de la humildad es el único que lleva a Dios. Por eso decía Santa Teresa que "la paciencia todo lo alcanza".

Esta santa mujer de hoy, pidiendo a Jesús por su hija, es el mejor ejemplo de un alma que confía sin límites en Jesucristo; superando con esa confianza todas las dificultades. Las lecturas de hoy nos muestran que la intención de Dios es el bien de sus hijos, que la finalidad de sus obras son nuestra salvación y que nuestra salvación es, a la postre, su victoria. Una victoria que no se reduce al privilegio unos cuantos, sino que alcanza a todos. El gran error del hombre, fruto de su soberbia, es pensar que la victoria de Dios supone una derrota o una rendición del hombre. Dios ofrece la salvación al hombre, la victoria sobre tanto egoísmo y mal que le oprime. Lo que hace falta es que el hombre acoja con humildad y amor a Dios.

María Santísima nos ayuda a descubrir en su Hijo al auténtico y único Salvador.

P. Mario Ortega


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