P. Mario Ortega. El capítulo 6 del Evangelio de San Juan, cuya lectura hemos iniciado hoy y se prolongará a lo largo de los sucesivos cinco domingos, se conoce como el “Discurso del Pan de Vida”, ya que Jesús, partiendo del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, terminará presentándose Él mismo como el verdadero Pan que la humanidad necesita para tener una vida plena y eterna.
La referencia con el maná del Antiguo Testamento es evidente. El pueblo de Israel estaba hambriento en su travesía por el desierto hacia la tierra prometida. La multitud de Galilea, a su vez, esperando y confiando en Jesús y en su acción salvadora, también siente hambre y se encuentra desvalida. “No fue Moisés quien os dio el pan del Cielo, sino mi Padre” dirá Jesús. Sabe que el hombre de todo tiempo está hambriento de un pan que no es sólo el que sacia la necesidad del cuerpo, pues “no sólo de pan vive el hombre”.
Referencia con el pasado, pero también con el futuro, con nuestro mundo, con nuestra sociedad hambrienta y con cada uno de nosotros, insatisfechos siempre de lo puramente material. Necesitamos saciar un hambre profunda, la del alma, y no encontramos un pan adecuado en este mundo para ello. Por eso Dios se hace Pan. Jesús nos introduce en este misterio, que es, en definitiva, el de la Eucaristía, a través de sus palabras, gestos e imágenes recogidos por San Juan en el capítulo seis de su Evangelio.
Sin embargo, para entender esta “lógica de Dios”, hay que deshacerse de unos cuantos modos de pensar que están demasiado arraigados en nosotros. Tenemos muy metida la “lógica de la propiedad y del negocio”. Esto es mío y si lo doy me quedo sin nada. Sólo doy si tengo la seguridad de recibir algo mejor a cambio.
Del Evangelio de hoy fijémonos sólo en un personaje aparentemente secundario: el muchacho que tiene los cinco panes y los dos peces. Son suyos. Era, digámoslo así, su “merienda”. Pero la da a los apóstoles para que ellos se la lleven a Jesús. ¿Qué cosa pensaría este muchacho al momento de hacer su ofrenda? No lo sabemos. El caso es que la hizo. No negoció, ni consta que se enfadara al desprenderse de lo suyo. Su pan fue un pan ofrecido a Dios. Y como fue ofrecido, Dios pudo realizar el milagro.
No creo que sean éstas lo que llamamos “consideraciones piadosas”. Estamos en tiempos de crisis y este desvalimiento o desesperación por no tener lo necesario ya no nos va resultando tan lejano y extraño en nuestra sociedad - ayer opulenta - de hoy. Precisamente la “lógica de la propiedad y del puro negocio” nos puede haber llevado, junto con otras circunstancias, a esta situación. Y el Evangelio de hoy nos introduce en otra “lógica”, la del “pan donado”. Si somos capaces de mirar más allá de nosotros mismos y en nuestros desvalimientos y precariedades nos mostramos dispuestos a ser solidarios unos con otros, procurando abrir nuestro corazón a los demás, pero también y sobre todo, a Dios, entonces Él podrá obrar el milagro.
Referencia con el pasado, pero también con el futuro, con nuestro mundo, con nuestra sociedad hambrienta y con cada uno de nosotros, insatisfechos siempre de lo puramente material. Necesitamos saciar un hambre profunda, la del alma, y no encontramos un pan adecuado en este mundo para ello. Por eso Dios se hace Pan. Jesús nos introduce en este misterio, que es, en definitiva, el de la Eucaristía, a través de sus palabras, gestos e imágenes recogidos por San Juan en el capítulo seis de su Evangelio.
Sin embargo, para entender esta “lógica de Dios”, hay que deshacerse de unos cuantos modos de pensar que están demasiado arraigados en nosotros. Tenemos muy metida la “lógica de la propiedad y del negocio”. Esto es mío y si lo doy me quedo sin nada. Sólo doy si tengo la seguridad de recibir algo mejor a cambio.
Del Evangelio de hoy fijémonos sólo en un personaje aparentemente secundario: el muchacho que tiene los cinco panes y los dos peces. Son suyos. Era, digámoslo así, su “merienda”. Pero la da a los apóstoles para que ellos se la lleven a Jesús. ¿Qué cosa pensaría este muchacho al momento de hacer su ofrenda? No lo sabemos. El caso es que la hizo. No negoció, ni consta que se enfadara al desprenderse de lo suyo. Su pan fue un pan ofrecido a Dios. Y como fue ofrecido, Dios pudo realizar el milagro.
No creo que sean éstas lo que llamamos “consideraciones piadosas”. Estamos en tiempos de crisis y este desvalimiento o desesperación por no tener lo necesario ya no nos va resultando tan lejano y extraño en nuestra sociedad - ayer opulenta - de hoy. Precisamente la “lógica de la propiedad y del puro negocio” nos puede haber llevado, junto con otras circunstancias, a esta situación. Y el Evangelio de hoy nos introduce en otra “lógica”, la del “pan donado”. Si somos capaces de mirar más allá de nosotros mismos y en nuestros desvalimientos y precariedades nos mostramos dispuestos a ser solidarios unos con otros, procurando abrir nuestro corazón a los demás, pero también y sobre todo, a Dios, entonces Él podrá obrar el milagro.
P. Mario Ortega
Publicado en La Gaceta de la Iglesia
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