21 feb 2013

OPINIÓN. Nueva Era y cine III

(viene de `Nueva Era y cine II´)

P. Roberto Visier. Hoy nos acercamos a dos películas infantiles: La brújula dorada y el regreso de los defensores. Las dos de dibujos animados y con temas relacionados con el mundo de la infancia. En la primera la protagonista es una niña que recibe la brújula dorada que le guiará a descubrir y vencer la trama de opresión y mentira urdida por “el magisterio”. En la segunda, los “defensores” pertenecientes al mundo mágico de la fantasía, tienen que impedir que en los sueños de los niños se vuelva a instaurar el reinado del miedo que siembra terribles pesadillas en las mentes de los menores.

Volvemos a descubrir, cuando leemos entre líneas, el tema central de la Nueva Era. Debe nacer un mundo nuevo que destierra una época obsoleta y decadente. Este mundo nuevo que está caracterizado por un nuevo modo de vivir sin reglas, guiados por la espontaneidad representada por el alma animal de los niños, el “daimonion. Existe un polvo mágico que desvela la existencia de un universo desconocido. El Magisterio por su parte trata de separar a los niños de su daimonion y de ocultar la existencia del polvo mágico para no perder el control total que tienen sobre el mundo y cada una de las personas. Es claro que el Magisterio representa el “viejo” modo de pensar, la moral cristiana, el orden antiguo que debe desaparecer. Si hacemos una comparación con otras películas Nueva Era nos damos cuenta de que esa institución se identifica con la Iglesia. Sus autoridades saben que hay otro modo de vivir, sabe la verdad, pero la oculta voluntariamente para no perder el control que tiene sobre las conciencias.

En el regreso de los defensores, el mundo “viejo y pasado” dominado por las pesadillas y el terror viene representado en una escena brevísima y significativa en la que una monja abraza a una niña asustada. De modo velado pero al mismo tiempo muy gráfico, se quiere relacionar el mundo del terror con los miedos infundidos por la religión que habla de un castigo después de la muerte para los que no cumplen los mandamientos que la religión impone. Es evidente que paulatinamente se han ido sustituyendo las creencias cristianas por otras creencias en personajes fantásticos de matices mágicos.

Ahora bien, ¿cuál es el mundo real y cuál el mundo ficticio? ¿Dónde está la búsqueda sincera de la verdad o el deseo de engañar o de sustituir la verdad por un mensaje irreal? La fe cristiana tiene fundamentos filosóficos sólidos aceptados incluso por grandes pensadores precristianos como los filósofos griegos Sócrates, Platón y Aristóteles, que rechazaron el politeísmo por ser irracional. La existencia de un único Dios creador y Juez que premia a los buenos y castiga a los injustos responde al deseo innato de justicia que existe en todo hombre. Por otro lado, Jesús es un personaje histórico y la altura moral de su enseñanza es reconocida por todos y ha civilizado todo el occidente. Pretender renunciar a este patrimonio religioso, moral y filosófico y sustituirlo por el neopaganismo, el relativismo moral y la creencia en fuerzas ocultas no tiene por qué ser una opción acertada. En realidad está conduciendo al mundo a la crisis moral, económica y de identidad que padecemos.

La imagen de una Iglesia que impone reglas y que esconde la verdad no es real y nada tiene que ver con la Iglesia del siglo XXI. La Iglesia propone una visión del hombre, una moral y sobre todo una fe centrada en la Biblia y en la persona de Jesucristo. Nadie está obligado a aceptar este mensaje. Habla de responsabilidad, de deberes, del Juicio y de las consecuencias eternas de nuestros actos, pero también habla de la dignidad humana, de la misericordia, de perdón, de reconciliación, de paz, del amor infinito de Dios, de construir la civilización del amor, de fraternidad universal que es mucho más que un vago sentimiento de solidaridad. La fe cristiana no asusta a los cristianos sino sólo a aquellos que no creen, quizás porque no la conocen de verdad. Puede ser que sean algunos de ellos los que ven amenazados sus deseos de poder universal, por parte de la coherencia de la única institución mundial que no se somete al discurso políticamente correcto.

Para terminar, ¿Por qué tenemos que llenar la imaginación y la ilusión de los niños con personajes ficticios? Los cuentos tienen valor por la moraleja que encierran, pero el niño debe saber que son cuentos. Hacer creer a un niño en la existencia de Santa Claus, del ratoncito Pérez, del hada madrina o de la bruja buena no es sano. En cambio el niño se abre fácilmente a la fe en un Dios Padre bueno, en una madre espiritual, madre de Jesús, el Salvador, en la protección de los ángeles. Cuando se va haciendo adulto no tiene que renunciar a mil historias mágicas con la consiguiente conclusión: “todo lo que te cuentan cuando eres niño es sólo un engaño de los adultos”. En cambio, la natural evolución es: “tengo que crecer y madurar mi fe, de modo que mi relación con Dios sea más adulta y responsable, porque todo lo que me enseñaron es verdad: Dios existe, Jesús ha vivido entre nosotros, existe un mundo espiritual maravilloso”. El ser humano tiene necesidad de creer pero no debe renunciar a su razón por ello.

El peligro de las películas de ambiente “nueva era” es la pretensión de despojar al mundo de la influencia del cristianismo para sustituirlo por creencias irracionales a las que se les quiere dar veladamente un carácter de verdad escondida que debe ser descubierta y abrazada.

P. Roberto Visier.

Publicado en Religión en Libertad.
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