OPINIÓN. P. Mario Ortega. Exceptuando la fila de los que entran en la casa del terror del parque de atracciones y algunas otras pocas cosas, en todo lo demás, nos gusta ser los primeros. Y que se note. Y aún el tímido, aunque a éste no le guste lo de que se note. Los primeros puestos, los de más importancia y distinción. Ahí queremos estar y no nos cansamos: laicos y curas, jóvenes y mayores… y ¡ay de aquél que nos haga de menos, cuando (casi siempre) nos creemos merecedores de más!
¿Quién quiere ser el último? La callada por respuesta, si intuimos que eso significa el vernos ignorados y aún despreciados; si percibimos que el mundo no nos va a aplaudir ni a consolar; si nadie va a contar con nosotros, mientras vemos que en el candelero están siempre los que ocupan los primeros puestos… No es el “¿quién es el último?” que te obliga a colocarte detrás de él en la fila del mercado, sino el “¿quién quiere ser el último?” de quien está escuchando una invitación para una respuesta libre. Es difícil ser el último por decisión propia, por amor al Señor. Caemos muchas veces, sin darnos cuenta y “bajo capa de bien”, en aquel deseo de los Zebedeos y de la madre de éstos: el deseo de y la tendencia a ocupar los primeros puestos.
No es ésta la sabiduría veterotestamentaria del Eclesiástico, que en la primera lectura de hoy nos dice: “Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios”. Ni es tampoco el afán de primacías la dirección hacia la que apunta el Evangelio. Ciertamente, no. El Señor observa en el pasaje de hoy esa humana tendencia y, con el ejemplo de los convidados de la boda, nos invita a ocupar los últimos lugares.
Los cristianos seguimos un camino distinto, que no es el del mundo ni el del que vive sin Dios. De manera muy hermosa nos describe esta diferente actitud la Carta a los hebreos, en la segunda lectura: Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible… sino al mediador de la nueva alianza, Jesús. Y, como Jesús, nuestra preocupación constante ha de ser la de servir a los demás y no la de ser servidos, que esto es ocupar los primeros puesto.
Estos días celebramos el centenario del nacimiento de la Beata Madre Teresa de Calcuta. Su vida vale más que mil explicaciones, sermones y fervorines. Siendo el Evangelio la partitura, la vida de los santos es la música sonando. La Madre Teresa es un maravilloso ejemplo de ocupar el último puesto con una vida de servicio y entrega auténticamente heroica. Y, cumpliéndose las palabras de Jesús, ha escuchado esa otra invitación de Aquél que nos convida: “Anda, sube más arriba”. Hoy es admirada y ensalzada por todos. Es luz brillante para todos los que aún peregrinamos.
El mundo necesita urgentemente de personas que estén dispuestas a ocupar los últimos puestos, los de carga y sostén de los demás, los puestos humildes que carecen del reconocimiento inmediato del mundo y de las personas a las que sirven. No nos hemos hecho cristianos para que el mundo nos alabe, estime y reconozca nuestra labor, sino para imitar a Aquél que vino a servir y no a ser servido, ocupando el último lugar. Dios lo sabe, eso basta.
Que la Virgen Santísima, ejemplo insuperable entre los mortales, de humildad y entrega, nos haga responder con alegría y decisión a la invitación del Señor: “¿Quién quiere ser el último?”.
¿Quién quiere ser el último? La callada por respuesta, si intuimos que eso significa el vernos ignorados y aún despreciados; si percibimos que el mundo no nos va a aplaudir ni a consolar; si nadie va a contar con nosotros, mientras vemos que en el candelero están siempre los que ocupan los primeros puestos… No es el “¿quién es el último?” que te obliga a colocarte detrás de él en la fila del mercado, sino el “¿quién quiere ser el último?” de quien está escuchando una invitación para una respuesta libre. Es difícil ser el último por decisión propia, por amor al Señor. Caemos muchas veces, sin darnos cuenta y “bajo capa de bien”, en aquel deseo de los Zebedeos y de la madre de éstos: el deseo de y la tendencia a ocupar los primeros puestos.
No es ésta la sabiduría veterotestamentaria del Eclesiástico, que en la primera lectura de hoy nos dice: “Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios”. Ni es tampoco el afán de primacías la dirección hacia la que apunta el Evangelio. Ciertamente, no. El Señor observa en el pasaje de hoy esa humana tendencia y, con el ejemplo de los convidados de la boda, nos invita a ocupar los últimos lugares.
Los cristianos seguimos un camino distinto, que no es el del mundo ni el del que vive sin Dios. De manera muy hermosa nos describe esta diferente actitud la Carta a los hebreos, en la segunda lectura: Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible… sino al mediador de la nueva alianza, Jesús. Y, como Jesús, nuestra preocupación constante ha de ser la de servir a los demás y no la de ser servidos, que esto es ocupar los primeros puesto.
Estos días celebramos el centenario del nacimiento de la Beata Madre Teresa de Calcuta. Su vida vale más que mil explicaciones, sermones y fervorines. Siendo el Evangelio la partitura, la vida de los santos es la música sonando. La Madre Teresa es un maravilloso ejemplo de ocupar el último puesto con una vida de servicio y entrega auténticamente heroica. Y, cumpliéndose las palabras de Jesús, ha escuchado esa otra invitación de Aquél que nos convida: “Anda, sube más arriba”. Hoy es admirada y ensalzada por todos. Es luz brillante para todos los que aún peregrinamos.
El mundo necesita urgentemente de personas que estén dispuestas a ocupar los últimos puestos, los de carga y sostén de los demás, los puestos humildes que carecen del reconocimiento inmediato del mundo y de las personas a las que sirven. No nos hemos hecho cristianos para que el mundo nos alabe, estime y reconozca nuestra labor, sino para imitar a Aquél que vino a servir y no a ser servido, ocupando el último lugar. Dios lo sabe, eso basta.
Que la Virgen Santísima, ejemplo insuperable entre los mortales, de humildad y entrega, nos haga responder con alegría y decisión a la invitación del Señor: “¿Quién quiere ser el último?”.
P. Mario Ortega.
Publicado en La Gaceta de la Iglesia.
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Madre, concédenos la gracia de imitarte.
ResponderEliminarGracias por los detellos de la palabra.
Ojala los cristianos pudieramos entender lo que significa el servicio, y lo que somos delante de Dios. ¡Gracias por el artículo!
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