7 ago 2010

La fe en Cristo es un seguro de vida


OPINIÓN. P. Mario Ortega. Es una frecuente preocupación del común de los mortales asegurarse una buena pensión y estar tranquilo sabiendo que, después del período laboral, uno tendrá unos ingresos que le permitirán vivir una vejez en paz. Gracias a un buen plan de pensiones, podemos abandonar las preocupaciones sobre el futuro. El futuro “material”. ¿Y el futuro definitivo de nuestra vida?

Después de decirles que han de abandonarse en la Providencia de Dios (cf. Lc 12, 22-31), Jesús continúa exhortando a sus discípulos a confiar la vida en Él, sin temor (No temas, pequeño rebaño) con la confianza de quienes saben que el Padre nos hace partícipes de su Reino.

Con esa confianza, el discípulo está llamado a “invertir” en Dios, optando por un tesoro, no efímero, sino eterno en el Cielo. Vended vuestros bienes, y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. He aquí la actitud básica del cristiano. El seguro de su vida es la fe. Así lo afirma la Carta a los Hebreos en la segunda lectura de hoy: La fe es seguridad de lo que se espera.

La fe es seguridad. Es conocida la representación de la virtud de la fe por medio de una mujer con los ojos vendados. Esta imagen se inspira en la segunda parte del antedicho versículo de la Carta a los Hebreos: la fe es también la prueba de lo que no se ve. Sin embargo, la venda en los ojos (este de lo que no se ve) nos puede hacer olvidar lo primero: la fe es seguridad. El que camina con los ojos vendados, camina inseguro, temeroso de tropezar y caerse. La fe es seguridad porque se basa en la Palabra del que no puede engañarse ni engañarnos, en la autoridad de un Dios que bien nos ha demostrado que podemos confiar en Él, porque ha dado su vida por nosotros y ha resucitado como prueba definitiva de la verdad de su Palabra de vida.

La fe es, por tanto, el mejor seguro de vida. Inseparable de la esperanza y la caridad, la fe nos garantiza un paso firme y seguro por este mundo y, al final de la travesía, la llegada al puerto de la vida eterna. Quien camina sin fe, sí que camina a ciegas, porque viendo muchas cosas, no acierta a distinguir el camino por donde avanzar.

La fe nos ofrece, aún en medio de las oscuridades y dificultades del camino, esas señales ciertas que nos permiten seguir avanzando seguros. Tenemos el ejemplo que hoy nos propone la misma Carta a los Hebreos: Abraham, nuestro padre en la fe. También tenemos el ejemplo de la vida de los santos. Han caminado guiados por la fe. Han “gastado” su vida generosamente, siendo su vida un faro brillante, también para otros. Han vivido una vida apasionante y llena de amor. Y, finalmente, han recibido la corona que no se marchita: el premio de la eternidad, la contemplación de Aquél en quien esperaron y a quien amaron durante su vida terrenal, guiados por la fe.

Ahora bien, no olvidemos que la fe del cristiano tiene siempre un contenido. Que no es esa especie de sentimiento abstracto de confianza en “algo”, por mucho que ese “Algo” lo pongamos con mayúsculas, buscando la trascendencia. La fe es aceptación de Alguien - Dios - Ser Personal, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos ha hablado por medio de la Escritura y la Tradición. Ese conjunto de verdades reveladas constituye lo que se llama el depósito de la fe y este depósito, que formulamos de manera condensada en el Credo, se contiene en la Iglesia. La fe del cristiano es la fe de la Iglesia. San Pedro confesó esta fe y Jesús mismo rogó para que, fortalecido, confirmara en la fe a sus hermanos. El ministerio petrino de confirmar a los cristianos en la fe, continúa en la persona del Papa. Los obispos, como sucesores de los apóstoles, en comunión con el Papa, son los maestros de la fe. De la Iglesia, Cuerpo de Cristo, recibimos la fe, a través del bautismo. Y, admirablemente entretejidas, la gracia sacramental y la Palabra de Dios, hacen que esa fe en Cristo el Señor, crezca y se afiance en el alma del cristiano.

La fe es el seguro de nuestra vida y María, primera discípula, Madre y maestra de los creyentes, también es la mejor agente de este seguro que se nos ofrece cada día.

P. Mario Ortega.


Publicado en La Gaceta de la Iglesia.
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