3 ago 2010

Urosa, confesor de la fe


OPINIÓN. P. Roberto Visier. Recientemente el Papa Benedicto XVI recordaba a los jóvenes la necesidad de tener una memoria histórica. Efectivamente, conocer los errores del pasado nos ayuda a no volver a cometerlos. Al mismo tiempo conocer los héroes de la historia nos estimula a imitarlos, a repetir también hoy lo que ellos fueron capaces de hacer en el pasado. Es triste que la crisis educativa actual, haya despojado a muchos jóvenes de una visión clara sobre la historia reciente y remota del mundo, e incluso del propio país. Ésto es esencial a la hora de conservar la propia identidad, protegerla y purificarla, pues no se trata de atarse al pasado sino de aprender y mejorar cada día.

Creo que se puede decir que la Iglesia se caracteriza por tener una memoria histórica muy desarrollada, y por hacer uso continuamente de ella, por eso canoniza a los santos y es capaz de pedir perdón por los pecados pasados y presentes. Es también cierto que la historia, a veces, hace justicia y levanta a los caídos. Muchos fueron perseguidos en vida pero la historia reconoce después su valor, su integridad moral, su fidelidad a su conciencia. Así ha ocurrido con muchos pastores de la Iglesia (sacerdotes y obispos) que no se vendieron al poder, no tomaron el camino fácil ni se escondieron en los momentos de peligro en un silencio culpable. Asumieron el riesgo, hablaron con claridad, sufrieron la persecución, el destierro, la calumnia, incluso la muerte. Debemos reconocer con tristeza que no siempre es así: no todos son valientes, no todos hablan, no todos resisten la tentación de rendirse a la opinión pública dominante, a lo políticamente correcto, a los privilegios de ser amigos del “rey” de turno. No nos referimos aquí a la necesidad de reconocer y respetar las autoridades civiles legítimas, al diálogo entre autoridades religiosas y civiles, o a las labores, siempre convenientes, de una diplomacia correcta.

Después de leer esto, muchos sin duda estarán pensando en el difícil, pero decisivo papel, que está jugando el Arzobispo de Caracas, Cardenal Jorge Urosa Savino, ante la situación política y social de Venezuela. A los que hemos tenido el honor de conocerlo de cerca no nos ha pillado de sorpresa. Su palabra valiente y a la vez prudente está resonando en hispanoamérica y en el mundo entero. Sin caer en descalificaciones, dice todo y sólo lo que debe decir. Es la voz de la Iglesia y de los que no tienen voz, para anunciar la doctrina social de la Iglesia, para denunciar las injusticias y para despertar la memoria histórica de los que, por ignorancia o por deformación educativa, no saben o no quieren recordar lo que ha pasado en el mundo en el cercano siglo XX. Quisiera contribuir a este refrescamiento de la memoria trayendo algunos hechos lejanos y cercanos de la historia de la Iglesia y del mundo (la Iglesia vive en el mundo y para el mundo pero sin someterse al mundo). Como dice la Escritura: ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol (Eclesiastés 1, 9).

El primer ejemplo que quiero poner sobre la mesa es el de san Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla en el siglo IV. Su rectitud en proclamar y defender la verdad le ganó muchos enemigos. La emperatriz Eudoxia lo desterró varias veces. Al partir al exilio se despedía así de sus fieles: “¿Qué puedo temer, el destierro? Del Señor es la tierra y cuanto contiene. ¿La confiscación de los bienes? Sin nada vine a este mundo y sin nada me iré de él. ¿La muerte? Para mi la vida es Cristo y la muerte una ganancia”. Murió en el destierro lejos de los fieles a los que amaba, lleno de sufrimientos y de méritos. Fue proverbial su caridad y su amor a los pobres.

Otros muchos sufrieron la persecución de los poderosos en el mismo siglo IV como san Atanasio, obispo de Alejandría, que fue desterrado cinco veces. A su vez san Ambrosio, obispo de Milán, llegó a excomulgar al emperador Teodosio por la masacre de la ciudad de Tesalónica. El emperador, que era cristiano, tuvo que pedir perdón públicamente.

Quisiera detenerme la próxima semana en algunos obispos extraordinarios del siglo XX. Me parece un modo estupendo de honrar la memoria de los grandes pastores del pasado y felicitar a todos aquellos que, como el cardenal Urosa Savino, están llamados a escribir con su testimonio de vida la páginas gloriosas de la Iglesia del siglo XXI.
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3 comentarios:

  1. Por encima de todo siempre la verdad.

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  2. Sí, sí6/8/10, 0:11

    Excelente reflexión. Qué importante es que se sepa entender la historia actual.

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  3. Desde Córdoba6/8/10, 0:13

    Felicitaciones por el artículo. Muy bueno.
    Es lastimoso comprobar qué poco nos importan los sufrimientos de la Iglesia en otros lugares cuando después estamos dispuestos a sacarle la piel a un hermano por una diferencia diocesana, invocando el supuesto bien de la Iglesia.

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