OPINIÓN. P. Roberto Visier. En estos tiempos en los que de un modo tan evidente se contradice a la Iglesia, se hace mucho más urgente que los miembros de la Iglesia tengamos un mismo pensar y un mismo sentir según la invitación del apóstol San Pablo, que seamos realmente uno con el Padre y con Jesucristo según la apremiante exhortación del Maestro antes de padecer. Son muchos los temas candentes que hay sobre el tapete y que tienen un alcance universal y unas consecuencias morales enormes: el aborto, el divorcio, el matrimonio homosexual, la educación católica, el laicismo...
El fundamento de la unidad es el Sucesor de Pedro. No existe otro camino para conservar un mismo pensar y sentir. Se trata de hacer un acto de fe en la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia. Sabemos de la gran preparación y de la estatura moral de los últimos papas, pero más allá de la persona en concreto, debemos mirar al Sumo Pontifice con los ojos de la fe. El criterio de autoridad en la Iglesia es fundamental. También en la vida social es necesaria una autoridad legítima para gobernar los estados y las instituciones, pero la Iglesia ha sido siempre y seguirá siendo jerárquica. Esto pertenece a su esencia fundacional. Después están los instrumentos de colegialidad que se utilizan hoy en la Iglesia quizás más que nunca. Además es necesario que conozcamos la doctrina de la Iglesia de un modo profundo. No simplemente que la aceptemos, sino que la entendamos, que conozcamos la argumentación de cada afirmación, que seamos capaces de dar razón de la enseñanza de la Iglesia y que comprendamos su coherencia. Pero antes de todo está la fe, porque no todos tienen la posibilidad de estudiar cada documento, muchos no están preparados para ello o carecen del tiempo para hacerlo.
Sentir con la Iglesia significa que nos sabemos parte de la Iglesia, que la reconocemos como Madre y Maestra, y por tanto aceptamos su magisterio con humildad y alegría, con el obsequio voluntario de la voluntad y del entendimiento como dice el Concilio Vaticano II. Es triste que un católico no sepa, no entienda o no quiera aceptar esto. Si además lo manifiesta publicamente está fracturando la unidad de la Iglesia, la está hiriendo. Los pastores de la Iglesia, sobre todo los obispos, no pueden conformarse con no contradecir la enseñanza de la Iglesia, deben defenderla públicamente. Ésto no es algo solamente conveniente sino necesario, es una obligación gravísima, es su misión principal.
¡Qué triste espectáculo cuando los laicos valientes que dan la cara no sienten el apoyo de sus pastores! Cuando salen a la calle a gritar la doctrina de la Iglesia, y al mirar a su alrededor, no encuentran a su lado a sus sacerdotes y obispos. Es desolador un rebaño que busca a su pastor y no lo encuentra; y es que Jesús se sigue conmoviendo ante las oveja extenuadas y descarriadas que vagan sin pastor.
El fundamento de la unidad es el Sucesor de Pedro. No existe otro camino para conservar un mismo pensar y sentir. Se trata de hacer un acto de fe en la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia. Sabemos de la gran preparación y de la estatura moral de los últimos papas, pero más allá de la persona en concreto, debemos mirar al Sumo Pontifice con los ojos de la fe. El criterio de autoridad en la Iglesia es fundamental. También en la vida social es necesaria una autoridad legítima para gobernar los estados y las instituciones, pero la Iglesia ha sido siempre y seguirá siendo jerárquica. Esto pertenece a su esencia fundacional. Después están los instrumentos de colegialidad que se utilizan hoy en la Iglesia quizás más que nunca. Además es necesario que conozcamos la doctrina de la Iglesia de un modo profundo. No simplemente que la aceptemos, sino que la entendamos, que conozcamos la argumentación de cada afirmación, que seamos capaces de dar razón de la enseñanza de la Iglesia y que comprendamos su coherencia. Pero antes de todo está la fe, porque no todos tienen la posibilidad de estudiar cada documento, muchos no están preparados para ello o carecen del tiempo para hacerlo.
Sentir con la Iglesia significa que nos sabemos parte de la Iglesia, que la reconocemos como Madre y Maestra, y por tanto aceptamos su magisterio con humildad y alegría, con el obsequio voluntario de la voluntad y del entendimiento como dice el Concilio Vaticano II. Es triste que un católico no sepa, no entienda o no quiera aceptar esto. Si además lo manifiesta publicamente está fracturando la unidad de la Iglesia, la está hiriendo. Los pastores de la Iglesia, sobre todo los obispos, no pueden conformarse con no contradecir la enseñanza de la Iglesia, deben defenderla públicamente. Ésto no es algo solamente conveniente sino necesario, es una obligación gravísima, es su misión principal.
¡Qué triste espectáculo cuando los laicos valientes que dan la cara no sienten el apoyo de sus pastores! Cuando salen a la calle a gritar la doctrina de la Iglesia, y al mirar a su alrededor, no encuentran a su lado a sus sacerdotes y obispos. Es desolador un rebaño que busca a su pastor y no lo encuentra; y es que Jesús se sigue conmoviendo ante las oveja extenuadas y descarriadas que vagan sin pastor.
P. Roberto Visier.
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Excelente. Muy buen artículo.
ResponderEliminar"Que seamos uno para que el mundo crea"