14 ago 2010

Ser o no ser simios, esa es la cuestión



OPINIÓN. Fray Tuk. Ante nuestros ojos, si es que queremos mirar, está teniendo lugar una batalla de enorme trascendencia que divide occidente entre la cultura de la muerte (aborto; eutanasia; ataques a la objeción de conciencia y a la libertad religiosa; corrupción de la familia por la droga, por la hipersexualización del ambiente, por las concepciones feministas radicales, por el gaymonio...) y la cultura de la vida. Más allá de otros intereses e implicaciones, el problema de fondo en el debate es qué concepción tenemos del individuo. La cultura de la muerte postula que el hombre es básicamente un simio; la cultura de la vida, por su parte, defiende que somos personas. Ser o no ser simios, esa es la cuestión.

La antropología simiesca que subyace de fondo en los defensores de la cultura de la muerte es fruto de una larga gestación filosófica a lo largo de los siglos. Se ha querido entender el mundo, el hombre y su historia prescindiendo de Dios, argumentando que así daban el relieve y la importancia que se merece al hombre, liberándolo de toda "esclavitud" de leyes divinas, situándolo por encima del bien y del mal. El evolucionismo de Darwin, bajo apariencia de ciencia, ha fascinado las mentes de aquellos que quieren explicarlo todo sin recurrir a Dios. En realidad, se necesita muchísima más fe para creer que toda vida ha salido de un charco "por casualidad", que para creer que Dios creó la vida, especialmente la humana, con un proyecto y una finalidad llena de sabiduría y amor. Sin embargo, la superstición de que somos sólo simios salidos por evolución casual de un charco fascina las mentes aparentemente más ilustradas. Comieron el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, es decir, quisieron prescindir de Dios, para que sea el hombre quien decida lo que está bien y lo que está mal, para poder ser como dioses, y resulta que se han encontrado desnudos, es decir, con la triste realidad de pensar que somos sólo simios sin futuro, sin norte, sin leyes. Bueno, sin leyes no. Con la ley del más fuerte: Caín contra Abel. Con la ley del placer: Sodoma y Gomorra.

Los propulsores de la cultura de la muerte son consecuentes con su teoría del hombre-simio-anárquico: niegan el carácter sagrado de la vida humana (¿respeto a la vida de un chimpancé?), y por eso propugnan el aborto; niegan la libertad de conciencia y de religión (¿libertad para un mono?) , y por eso quieren anular la objeción de conciencia y silenciar a la Iglesia Católica; niegan el verdadero matrimonio entre varón y mujer (¿límites a la sexualidad del primate?), y por eso impulsan el homosexualismo; niegan la función educadora de los padres con sus hijos (para el gorila lo importante es la manada), y por eso defienden el adoctrinamiento de estado.

Fray Tuk.
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2 comentarios:

  1. Estoy completamente de acuerdo: En realidad, se necesita muchísima más fe para creer que toda vida ha salido de un charco "por casualidad", que para creer que Dios creó la vida, especialmente la humana.

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  2. Como siempre, excelente artículo. Tan claro como el agua.

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