8 sept 2011

TESTIMONIO. Rezando laudes junto al sagrario en Pampahuite


En Pampahuite me quedé varios días. Cargamos bastantes mantas que llevamos para los mayores del lugar, que son siempre los que más sufren del frío. Me dio tiempo a visitar varias casas, entre ellas la de la Sra. Adelfia, una anciana ya totalmente ciega que no puede caminar sin ayuda, pero muy consciente de todo lo que ocurre a su alrededor.

Hablar con ellos me ilumina, pues siempre tengo la sensación de que ven más allá de lo que yo percibo. Se dan cuenta enseguida de si yo estoy bien, o si estoy nervioso o preocupado, y entonces saben transmitirme parte de su paz y tranquilidad que, sin libros ni estudios, su experiencia y soledad han acumulado en su corazón. Es algo único.

En Pampahuite me senté con el Sr. Humberto a la puerta de su Capilla y pasamos un buen rato de conversación llena de silencios cargados de sentido.

Allí, como hay luz, pudimos proyectar en las noches algunas películas que, como siempre, maravillaron a los más jóvenes.

Subimos después a la Comunidad de Chuchauccasa, donde sólo me quedé un día.

Está justo en un abra o puerto, que separa la quebradas de Pampahuite de la del Vilcabamba, hacia donde nos dirigíamos. Son apenas unas casas con una escuelita que atiende sólo a unos diez niños de los tres primeros grados, con un solo profesor.

Casi todos los pobladores se reunieron y pasamos un día muy hermoso en su sencillez. Allí dimos las últimas mantas que nos quedaban, aunque antes las usamos para pasar la fría noche.

Pienso que podrás imaginarte la belleza del cielo en esos días sin luna. Y el silencio cargado de sonidos evocadores: aullidos lejanos de algún perro, mugidos de una vaca en trabajo de parto, el viento que atraviesa de valle a valle y poco más. En las mañanas, con el amanecer, las montañas se llenan de sonidos familiares en cualquier pueblo de montaña: los silbidos y cantos de los campesinos que se preparan para ocuparse de sus animales y chacras, las llamadas de las madres a sus hijos, alguna discusión doméstica... todo va poblando el ambiente mientras yo mismo, en la capillita donde he pasado la noche, espero la llegada del sol rezando laudes junto al sagrario.

Al poco tiempo, comienza el desfile de personas preocupándose de que no nos falte el alimento. Entre ellos, con toda seguridad, pues si no no se explica que cada cual traiga algo distinto, se han organizado. Van llegando algunos tamales, humitas, maíz tostado, chuño, papita sancochada y mate bien caliente. Una abuelita nos trae incluso un huevo recién puesto y cocinado. Lo que sobra, pues siempre sobra, lo guardamos en una bolsita para la larga marcha que nos espera: Es una bajada desde los 4000 m de Chuchauccasa, en la puna, hasta los 2000 m de Paccayura, ceja de selva, al borde del río Vilcabamba.

Por el camino nos quedaremos unos días en dos pueblitos, Tambo y Payquiste.


P. Jorge de Villar.

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