P. Rafael Pérez. “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte; para guiar nuestros pasos por los caminos de la paz” (Lc 1, 78-79). Jesús es “el sol que nace de lo alto” que ha venido a visitarnos. Su luz radiante nos saca de las tinieblas del pecado. “El salió del seno de la Virgen como el sol naciente, para iluminar con su luz todo el orbe de la tierra” (San Ambrosio, Comentario al salmo 118).
Él es la luz del mundo, la luz que brilla en las tinieblas, y ha venido a este mundo para que todo el que crea en Él, no siga en las tinieblas. Así lo proclamamos en la vigilia de Pascua encendiendo el cirio pascual en medio de la oscuridad y cantando: “¡luz de Cristo!”. El recorte de este cirio en la noche nos recuerda la imagen de Jesús resucitado refulgente de luz, tal como aparece en el cuadro. Luego, encendemos nuestras velas en ese cirio, recordando el día de nuestro bautismo, día en que fuimos iluminados por Jesús.
La humillación de Jesucristo en su Encarnación y en su Pasión, ha sido en vistas a identificarse con nosotros para luego elevarnos. Jesús Resucitado quiere hacernos participar de su vida gloriosa. Por eso nos comunica la luz que brota de su costado. Así completa para nosotros su obra de misericordia: “La última palabra de la Misericordia, no es la cruz, sino la Resurrección” (Juan Pablo II, Dives in Misericordia, 7).
Así como la luz del sol es única en su origen y luego atravesando un prisma se difunde en toda la gama de colores que contiene, el Espíritu Santo es la pura luz que llega a nosotros a través del prisma del Corazón de Cristo difundiéndose en gracias diversas mediante los sacramentos. La luz brota del corazón con una claridad cegadora. Sólo después se convierte en haces de colores que van tomando su tono propio conforme se separan del corazón.
“De ese corazón sor Faustina Kowalska (...) verá salir dos haces de luz que iluminan elmundo”(…)“Los haces de luz que parten de su corazón (...) iluminan, calientan, señalan el camino e infunden esperanza” (Juan Pablo II, Homilia de Canonización de Faustina Kowalska, 30 de mayo de 2000).
Jesús deslumbró a los discípulos en el monte Tabor cuando dejó entrever su gloria. El será la luz que alumbre eternamente la ciudad donde vivirán los bienaventurados del cielo:“La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero” (Ap 21,23).
Soy Rey de Misericordia.
P. Rafael Pérez.
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Gracias Dios mio por esta publicación que hicistes por medio del P. Rafael, que tanto bien nos hizo en la parroquia de Itatí Bs As, ojalá te deje que con TU LUZ, ilumines mi corazón y el de mi flia y conocidos.
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