P. Jorge Teulón. Hace casi dos meses, durante unos trabajos en el cercano arciprestazgo de Torrijos (Toledo), pude saludar al padre Rafael Escolano, superior de la Casa de Torrijos de los Esclavos de María y de los Pobres que fundó en 1939 el Padre Leocadio Galán. Su apostolado se centra “en la práctica de las Obras de Misericordia en los ambientes rurales: acogida de niños necesitados, personas enfermas, deficientes y ancianos desamparados. También aceptan la titularidad de parroquias a petición de los Obispos…”. Actualmente, una de ella es la parroquia de Santo Tomás Cantuariense de Alcabón (Toledo).
En un momento de la conversación me preguntó sobre los documentos que la Diócesis podía conservar sobre una de las muchas páginas de nuestra gloriosa historia martirial. Se trata de la historia de una joven cuyos restos mortales reposan en el presbiterio de la parroquia que los Esclavos atienden a día de hoy. La inscripción, grabada en mayúsculas sobre un pequeño azulejo, fijo en el pavimento del templo parroquial de Alcabón, evoca la figura de una joven española, mártir de la pureza a principios del siglo XIX: “Aquí yacen los huesos de Petra Corral, que en defensa de su castidad, entregó su espíritu en manos de su criador, martirizada por los pérfidos franceses, en 29 de julio de 1809”.
Pero, como siempre, ya saben: “lo que no está en internet, no existe”. Así qué, ¿quién fue esta Petra Corral? ¿Quién fue esta mujer que supo defender su castidad a costa de su propia vida? ¿En qué circunstancias se consumó el heroico sacrificio?
La historia, aparte de todo, nos lleva a encontrarnos con dos figuras señeras de nuestra diócesis: los hermanos Moreno Nieto. Don Luis fue el Cronista Oficial de Toledo hasta el año 2005, fecha de su fallecimiento, que narró su historia “desde el asedio del Alcázar hasta las estancias de Franco, el Beato Juan Pablo II o el Rey Juan Carlos en Toledo”. Su hermano, don Ángel Moreno Nieto, fue sacerdote diocesano. Es de este segundo de quien tomamos este artículo que publicó en el nº 281 (marzo de 1951) de la famosa revista ilustrada “Reinado Social del Sagrado Corazón”, propagadora de la devoción al Padre Damián de Molokai.
Petra Corral, mártir de la virginidad
En este año jubilar de la gracia y el perdón (el papa Pío XII, el 25 de diciembre de 1950, decidió extendió el Jubileo para el año 1951), una blanquísima azucena, con sus pétalos rociados en sangre, se ha abierto en el jardín de la Iglesia: es la dulcísima santa María Goretti, virgen de Nettuno (fue canonizada el 24 de junio de 1950). En derredor a ella se ha apretado con más fuerza el cerco dela virginidad cristiana. Ha sido el triunfo de la pureza frente a un mundo materializado y corrompido. Ha hecho más santa María Goretti que, despertándonos de nuestro sueño, volviéramos los ojos a nuestra propia Historia española; al pantano a la llanura donde tal vez existía alguna flor, alguna vida joven que haya sido ofrendada a Dios por defender su pureza, como ella, pues, como decía el poeta, cantando las hazañas de los españoles: “Son largos en facellas y cortos en narrallas”. Y, como ha dicho recientemente, lamentándose, nuestro inmortal pontífice Pío XII: “¡Cómo los españoles han olvidado sus mártires, a los que Nos todos los días nos encomendamos!”.
La que hoy damos a conocer –pues, ciertamente, ha estado olvidada- es una de esas heroínas, paisana nuestra, que murió por defender su pureza. Es una humildísima y pobre joven de un pequeño pueblo de la provincia y diócesis de Toledo, Alcabón.
“Petra Corral, que en defensa de su castidad, entregó su espíritu en manos de su Criador, por los soldados franceses, en 29 de julio de 1809”. Así se lee en una inscripción grabada en letras mayúsculas sobre un pequeño azulejo fijo en el pavimento del presbiterio del templo parroquial, donde descansan sus restos, trasladados triunfalmente desde el lugar de su martirio, acaecido en el campo, y allí sepultados con el mayor honor.
En efecto, Petra Corral, joven soltera de veintitrés años, vivía en la villa de Alcabón, en compañía de sus padres, Manuel Corral y Manuela Rodríguez Arevalillo, pobres labradores del pueblo, pero cristianísimos, con un caudal de virtudes que era la herencia y tesoro que para la hija preparaban.
Dice la Historia que “era tan hermosa como un sol y más rubia que unas candelas”, y, sobre todo, cristiana y pura, que es la principal hermosura de la mujer. En la invasión francesa de 1809, cuando la célebre batalla de Talavera, la villa de Alcabón fue una de las que más sufrieron los asaltos de las tropas francesas, que cometieron toda clase de desmanes. Petra, conocida por sus cualidades, fue perseguida desde un principio por los franceses, que intentaban saciar en ella su brutal lujuria. Sabedora ella de todo, trató de ocultar su hermosura y huir, poniendo a salvo su virtud. Pudo hacerlo, saltando las paredes del patio de su casa -pues casi todas las casas del pueblo poseen amplios corrales con tapiales de escasa altura-, y así planeó esconderse de casa en casa. Pero, dando con ella, y acosada por todas partes, no tuvo más remedio que echarse al campo, donde creía más fácil su ocultamiento. Se refugió en una labranza conocida por el nombre de Villaseca, ya en el término municipal del señorío de Maqueda. Allí permaneció dos días en compañía de algunos parientes y paisanos, pues huyó despavorido todo el vecindario.
El día 29 de julio el rey José marchó con el cuarto cuerpo de su ejército a Santa Olalla y los pueblos del partido de Torrijos. En aquel refugio de la labranza de Villaseca, donde Petra se creía segura, fue donde libró la batalla definitiva. Allí fue encontrada por los pérfidos soldados, instigándola de mil maneras a que consintiera en sus torpes deseos. La escena y resistencia por parte de la heroica joven se desarrolló junto a la labranza. Desde allí, testigos presenciaron la feroz lucha entre la humilde virgen y los asaltadores de su pureza, sin que pudieran rendir su constancia y virtud. Las fuerzas son desiguales; pero en Petra vive el Espíritu Santo y le fortalece la virtud del Señor.
Vencerá, muriendo, como Inés, Lucía, Cecilia; no será profanada, sino inmolada. Al ver los impíos que nada conseguían de la hermosa cristiana joven, acribillaron su cuerpo a balazos, cortando así la limpia corola de su alma del verde tallo de su virginal cuerpo, ofreciendo al Señor doble víctima: la del martirio y la de la pureza. Y Petra Corral, en arroyos de su propia sangre y con su azucena en flor, voló al Esposo.
La noticia del hecho cundió enseguida por todas partes. El primero en acudir al lugar del martirio fue el padre de Petra, con un vecino del pueblo, que enterraron allí junto, en el campo, el cadáver de la heroica hija. Lo azaroso de los tiempos no permitía sepultura más honrosa.
Según una tradición conservada cuidadosamente en Alcabón, los labradores y hasta el mismo sacerdote del pueblo, vieron azucenas en el lugar de su sepulcro, que brotaban prodigiosamente aunque eran cortadas. Transcurridos seis años de guerra cruel, en 1814 las circunstancias eran más favorables. Los invasores habían traspuesto la frontera y el país estaba en calma. Entonces pareció momento oportuno para otorgar más digna sepultura a la hija de Alcabón, mártir de la virginidad. El alma de todo ello fue don Cipriano Sánchez Roldán, entonces cura propio y de aquella parroquia. Se exhumaron los restos y se recabó para ello el honor de ser enterrados en el presbiterio del templo, donde hoy se encuentran.
El 16 de noviembre de 1814 todos los vecinos salieron al encuentro de la fúnebre comitiva. La entrada en el pueblo fue muy solemne, ante gran concurso y con toque de campanas. El propio párroco llevaba los restos en unos lienzos de seda a la vista de todos; los depositó primero en el Ayuntamiento y más tarde en su casa rectoral. Tres días estuvieron expuestos al público, que no cesó de rezar ante ellos. Luego, el día 20, tuvo lugar el sepelio, que fue también muy sonado.
Durante los funerales lucía sobre el féretro una hermosa palma, símbolo de su victoria, que después se encerró con los retos en una caja de madera forrada. La familia de Petra no pudo pagar ningún gasto; todo lo costeó la villa y la Iglesia.
Este es el caso y heroica muerte de “la doncella de Alcabón”. Que la heroica mártir de la virginidad, Petra Corral, sea un ejemplo para nuestras juventudes y los aliente a defender y exaltar su pureza frente a la tentación; que a todos nos enseñe con cuánto valor se haya de guardar y defender la propia alma y morir, si es preciso, antes que mancharla con el pecado. Y si Dios es servido, podamos venerar en los altares una humilde labriega toledana que supo llegar al cielo por el camino más corto: el martirio de su pureza.
ORACIÓN
“Jesús dulcísimo, Esposo de vírgenes y amador de las almas castas, que a los limpios de corazón habéis prometido la visión clara de la divinidad: concedednos la santa virtud de la pureza y la gracia que os pedimos si es vuestra voluntad para que sea glorificada, con el honor de los altares, vuestra sierva Petra Corral, que en defensa de su castidad no dudó de entregar la vida en manos de sus perseguidores. Que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén”.
Publicado en Religión en Libertad
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