P. Jorge Teulón.
Purísima María,
de luz e inspiración foco esplendente,
venero de belleza y poesía,
entusiasmo del mismo Omnipotente,
heme a tus pies; a la aureola pura
que orna tu Concepción Inmaculada
de célica hermosura,
y de esplendor que el universo admira
componer yo quisiera una tonada,
pero, ¡ah! mi pobre lira,
a emitir sus acentos no se atreve
si antes tú no la pulsas, que es muy leve
y muy bajo su tono
para llegar hasta su excelso trono.
Tiéndeme, pues, tu mano,
y ayúdame a subir hasta el augusto
asiento soberano,
donde al lado de un Dios clemente y justo,
llena de gracias brillas, que el cristiano
solo allí su esperanza y su fe encierra.
Arrástrese en buena hora por la tierra
el cantor de consejas fabulosas,
e iluminen sus locas necedades
mitológicas diosas,
no quiero yo seguir tan bajo vuelo,
yo aspiro a ser cantor de otras verdades,
las verdades altísimas del cielo,
y pues sus glorias canto
él me dé inspiración y auxilio santo.
Era un claro día
el despertar alegre y sonriente,
sus sombras ya la noche recogía
y el límpido horizonte despejado
el sol se levantaba en el Oriente
vistiendo de oro el amoroso prado.
Auras suaves y amenas,
balsámicos aromas esparcían,
y de atractivos llenas,
las flores entreabrían su capullo
a los rayos del sol se sonreían,
mientras grato murmullo
de avecillas sin cuento
blandamente se alzaba por el viento.
De pie la esbelta cumbre
de una agreste montaña
que dora el sol ardiente con su lumbre
y un río ameno baña,
una joven, hermosa como el cielo
que ornaba su cabeza
y en cuya tersa frente
la virtud reflejaba su belleza,
alzados dulcemente
sus negros ojos a la azul esfera,
con la más suave voz y una armonía
más arrebatadora
que el canto de un querube, de tal manera
entonaba esta hermosa profecía:
“Ensalza mi alma a Dios y le bendice
y se alegra mi espíritu en la gloria
del Señor que miró la humilde nada
de su rendida sierva, a quien feliz
y bienaventurada
las gentes llamarán a su memoria”.
y ayúdame a subir hasta el augusto
asiento soberano,
donde al lado de un Dios clemente y justo,
llena de gracias brillas, que el cristiano
solo allí su esperanza y su fe encierra.
Arrástrese en buena hora por la tierra
el cantor de consejas fabulosas,
e iluminen sus locas necedades
mitológicas diosas,
no quiero yo seguir tan bajo vuelo,
yo aspiro a ser cantor de otras verdades,
las verdades altísimas del cielo,
y pues sus glorias canto
él me dé inspiración y auxilio santo.
Era un claro día
el despertar alegre y sonriente,
sus sombras ya la noche recogía
y el límpido horizonte despejado
el sol se levantaba en el Oriente
vistiendo de oro el amoroso prado.
Auras suaves y amenas,
balsámicos aromas esparcían,
y de atractivos llenas,
las flores entreabrían su capullo
a los rayos del sol se sonreían,
mientras grato murmullo
de avecillas sin cuento
blandamente se alzaba por el viento.
De pie la esbelta cumbre
de una agreste montaña
que dora el sol ardiente con su lumbre
y un río ameno baña,
una joven, hermosa como el cielo
que ornaba su cabeza
y en cuya tersa frente
la virtud reflejaba su belleza,
alzados dulcemente
sus negros ojos a la azul esfera,
con la más suave voz y una armonía
más arrebatadora
que el canto de un querube, de tal manera
entonaba esta hermosa profecía:
“Ensalza mi alma a Dios y le bendice
y se alegra mi espíritu en la gloria
del Señor que miró la humilde nada
de su rendida sierva, a quien feliz
y bienaventurada
las gentes llamarán a su memoria”.
De este modo decía
la joven de dulcísima mirada,
la que pura alegría
reflejaba en su limpia hermosa frente
en tanto que oprimía
con su pie la cerviz de una serpiente,
y allá en las blancas nubes
entre efluvios de célica ventura,
ejércitos de santos y querubes,
“Salve, salve, decían a la pura
Virgen de Nazaret, que con su planta
vence a Luzbel y su poder quebranta”.
Y el apacible río
deslizándose alegre entre guijuelas,
y el diáfano rocío,
semejando argentadas lentejuelas,
en sus trinos las aves
y el aura con sus silbos más suaves
acordes se aunaban
y pura y venturos la aclamaban.
Suspendido un momento
el cántico de amor de la mañana,
y un breve instante mudo
del bienaventurado el dulce acento,
el pausado tañer de una campana
recordando el angélico saludo
se difundió sonoro por el viento.
De inmensa muchedumbre rodeado
y ostentado en su frente una tiara
apareció un anciano venerable
al pie de la montaña arrodillado,
con la tierra su cara
pegó y alzando luego hasta la cumbre
sus ojos inundados de alegría
así habló a al cristiana muchedumbre:
“Cantemos a María,
descendientes de Adán, sea alabada
la estrella de Jacob, que rutilante
fue por Dios preservada
de toda mancha en su primer instante.
Cantad, pueblos cantad, que ya la hora
de cantar ha sonado
a la rosada y bendecida aurora
del día más hermoso y agraciado,
Cantad…” y no siguió, que de entusiasmo
un grito general se alzó allí mismo,
grito de aclamación que diera pasmo
al horrendo monarca del abismo,
y tomando el vuelo
fue a inundar de alegría al mismo cielo.
De sus tintas al límpido destello
este cuadro admiró mi fantasía,
vosotros juzgaréis si es o no bello,
vosotros hijos caros de María,
que al levantarse de la noche oscura
sobre mi frente las espesas nieblas
desapareció la luz de su hermosura
y halléme entre tinieblas,
quise aún ver a María Inmaculada
miré a mi alrededor y hallé mi nada.
la joven de dulcísima mirada,
la que pura alegría
reflejaba en su limpia hermosa frente
en tanto que oprimía
con su pie la cerviz de una serpiente,
y allá en las blancas nubes
entre efluvios de célica ventura,
ejércitos de santos y querubes,
“Salve, salve, decían a la pura
Virgen de Nazaret, que con su planta
vence a Luzbel y su poder quebranta”.
Y el apacible río
deslizándose alegre entre guijuelas,
y el diáfano rocío,
semejando argentadas lentejuelas,
en sus trinos las aves
y el aura con sus silbos más suaves
acordes se aunaban
y pura y venturos la aclamaban.
Suspendido un momento
el cántico de amor de la mañana,
y un breve instante mudo
del bienaventurado el dulce acento,
el pausado tañer de una campana
recordando el angélico saludo
se difundió sonoro por el viento.
De inmensa muchedumbre rodeado
y ostentado en su frente una tiara
apareció un anciano venerable
al pie de la montaña arrodillado,
con la tierra su cara
pegó y alzando luego hasta la cumbre
sus ojos inundados de alegría
así habló a al cristiana muchedumbre:
“Cantemos a María,
descendientes de Adán, sea alabada
la estrella de Jacob, que rutilante
fue por Dios preservada
de toda mancha en su primer instante.
Cantad, pueblos cantad, que ya la hora
de cantar ha sonado
a la rosada y bendecida aurora
del día más hermoso y agraciado,
Cantad…” y no siguió, que de entusiasmo
un grito general se alzó allí mismo,
grito de aclamación que diera pasmo
al horrendo monarca del abismo,
y tomando el vuelo
fue a inundar de alegría al mismo cielo.
De sus tintas al límpido destello
este cuadro admiró mi fantasía,
vosotros juzgaréis si es o no bello,
vosotros hijos caros de María,
que al levantarse de la noche oscura
sobre mi frente las espesas nieblas
desapareció la luz de su hermosura
y halléme entre tinieblas,
quise aún ver a María Inmaculada
miré a mi alrededor y hallé mi nada.
Beato Saturnino Ortega Montealegre
Toledo y diciembre de 1931
La familia del niño que toma su Primera Comunión de manos del Beato Saturnino ha cedido la fotografía para este artículo. Para conocer más el martirio del Beato Saturnino Ortega Montealegre:
http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=16956&mes=9&ano=2013
Publicado en Religión en Libertad.
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