Juan Bautista, morando austerísimamente en el desierto, predicaba la cercanía de quien viene después de él y es más fuerte que él, de quien bautizará en Espíritu Santo y fuego: de Jesús el Cristo. Juan dibuja la misión del Mesías con trazos poco dulces: limpiará, recogerá su trigo, quemará la paja totalmente con fuego inextinguible. No creo que estas expresiones causasen sentimientos acaramelados en sus oyentes, que sin embargo se mostraban ávidos por escucharle. Dios vendrá en su Enviado y pide conversión de mente, corazón y obras para recibirlo. Y es que el principio de la sabiduría es el respeto y reverencia a Dios: a su Misterio, a su Sacralidad, a su Grandeza, a su Bondad, a su Poder, a su Gloria, a su Majestad. No pierde ninguno de estos atributos al hacerse Niño: nos los acerca misericordiosamente. Considero que uno de los grandes males de nuestra sociedad occidental, si no el mayor, es haber perdido el respeto a Dios. Los países en vías de desarrollo suelen superarnos bastante en este aspecto decisivo para la salud espiritual pública. No por casualidad eligieron los cardenales un Papa ‘del fin del mundo’, donde el pueblo no está todavía tan ideologizado de laicismo desacralizante.
Del Bautista aprendemos el carácter antievangélico de la ideología relativista buenista, que sostiene que todos los hombres (y sus ‘instintos’) son buenos, menos quienes tienen convicciones firmes distintas de tal ideología. El dogma dictatorial del relativismo buenista está implantado en nuestra cultura postmoderna, y puede infiltrarse fácilmente en la mentalidad eclesial. ¿No hay algunos ministros que se escandalizan simplemente con oír hablar de pecado, vicio, demonio e infierno? Juan, el de las ‘hachas en la raíz’, los ‘fuegos inextinguibles’ y los ‘engendros de víboras’ nos libera de esta opresiva mentalidad hipócrita. Es verdad que el mensaje cristiano es fundamentalmente gozosa propuesta de salvación, pero no hay que descuidar la denuncia de la injusticia y la inmoralidad. Son dos aspectos coesenciales del mensaje cristiano. La Iglesia es Madre cariñosa y Maestra exigente. No hay cariño verdadero sin exigencia, ni exigencia creíble sin cariño. Jesús salva limpiando y quemando la paja, no mirando para otro lado como si el pecado fuese sólo una travesura sin importancia. En el Adviento esperamos a Dios que tiernamente nos salva de la dramática esclavitud del pecado.
Qué duda cabe que Juan Bautista calificó tan duramente a fariseos y saduceos porque quería su bien, la conversión de su hipocresía, para que diesen frutos dignos del Reino de los Cielos, y dejasen de ser malos guías del Pueblo Elegido. Al menos yo no me atrevo a dar lecciones de corrección pastoral al Precursor.
@fraytuk
Publicado en Certeza católica.
__________
No hay comentarios:
Publicar un comentario