P. Mario Ortega. Nadie puede confesar su fe en la divinidad de Cristo, si no es porque el Espíritu Santo le mueva a ello. Así nos lo enseña solemnemente San Pablo.
Infinidad de cosas se podrían decir este día. La acción multiforme del Espíritu Santo, que desde aquel Pentecostés se desarrolla continuamente en el mundo y en cada persona, nos llevaría a considerar muy diversos aspectos. Pero centrémonos en esa frase de San Pablo con la que comienza la segunda lectura de hoy para redescubrir algo maravilloso.
Infinidad de cosas se podrían decir este día. La acción multiforme del Espíritu Santo, que desde aquel Pentecostés se desarrolla continuamente en el mundo y en cada persona, nos llevaría a considerar muy diversos aspectos. Pero centrémonos en esa frase de San Pablo con la que comienza la segunda lectura de hoy para redescubrir algo maravilloso.
Cuando hablamos de vida interior, uno entiende, sobre todo, que nos referimos a ese recogimiento que nos libra de las distracciones externas y nos permite hablar con Dios con serenidad. La vida interior es, pues, una disposición para la oración, para encontrarnos con Dios. Pero, ¿con un Dios exterior? No. Y esta es la gran novedad cristiana: con un Dios que vive en nosotros y nosotros en Él. Porque el mismo Espíritu Santo que se derramó sobre los Apóstoles, habita en el alma. Nuestro Dios es un Dios muy íntimo.
¡Caemos tantas veces en el mismo error de San Agustín, cuando él mismo se lamentaba de haber buscado en vano a Dios en las cosas exteriores, en la vida exterior!
Hay, pues, una mejor definición de vida interior: la vida de Dios en nosotros. En esa vida nosotros podemos entrar. La zambullida interior no tiene como meta un encuentro con nosotros mismos, sino con el mismo Dios en nosotros. Tendrá vida interior el que viva de ese encuentro en sí mismo con el Dios íntimo.
El mundo se aparta de Dios porque vive superficialmente, no espiritualmente, es decir, tratando de hallar la presencia divina en el interior de uno mismo. Pentecostés es una invitación a la vida interior, una vida interior que sólo se puede vivir en comunión con toda la Iglesia, porque Pentecostés es decir comunión eclesial, apóstoles reunidos, en oración con María. No hay vida interior auténtica, ni auténtico descubrimiento del Espíritu de Cristo, sino en unión con la Iglesia. ¿Y nada más? ¿Se queda todo en lo interior? En absoluto. La consecuencia irremediable de la autenticidad del encuentro con Él, será llevarlo a Él a los demás, anunciarlo a todo el mundo. Pentecostés es primero vida interior y, a continuación, vida de misión.
Llenos de Espíritu Santo, los apóstoles se lanzaron a anunciar el Evangelio y a dispensar los Sacramentos. Así, hoy se celebra el día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica en España. La misión es obra del Espíritu que habita en nosotros y, por tanto, ha de ser obra también nuestra, que somos sus instrumentos. La misión es una exigencia interior del Espíritu que impulsa al cristiano a mostrarse como tal delante de un mundo adverso, como los apóstoles. Y como tantos santos a través de la historia, ya que la historia entera desde aquel día de oración y lenguas de fuego es, con María, un gran Pentecostés.
¡Caemos tantas veces en el mismo error de San Agustín, cuando él mismo se lamentaba de haber buscado en vano a Dios en las cosas exteriores, en la vida exterior!
Hay, pues, una mejor definición de vida interior: la vida de Dios en nosotros. En esa vida nosotros podemos entrar. La zambullida interior no tiene como meta un encuentro con nosotros mismos, sino con el mismo Dios en nosotros. Tendrá vida interior el que viva de ese encuentro en sí mismo con el Dios íntimo.
El mundo se aparta de Dios porque vive superficialmente, no espiritualmente, es decir, tratando de hallar la presencia divina en el interior de uno mismo. Pentecostés es una invitación a la vida interior, una vida interior que sólo se puede vivir en comunión con toda la Iglesia, porque Pentecostés es decir comunión eclesial, apóstoles reunidos, en oración con María. No hay vida interior auténtica, ni auténtico descubrimiento del Espíritu de Cristo, sino en unión con la Iglesia. ¿Y nada más? ¿Se queda todo en lo interior? En absoluto. La consecuencia irremediable de la autenticidad del encuentro con Él, será llevarlo a Él a los demás, anunciarlo a todo el mundo. Pentecostés es primero vida interior y, a continuación, vida de misión.
Llenos de Espíritu Santo, los apóstoles se lanzaron a anunciar el Evangelio y a dispensar los Sacramentos. Así, hoy se celebra el día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica en España. La misión es obra del Espíritu que habita en nosotros y, por tanto, ha de ser obra también nuestra, que somos sus instrumentos. La misión es una exigencia interior del Espíritu que impulsa al cristiano a mostrarse como tal delante de un mundo adverso, como los apóstoles. Y como tantos santos a través de la historia, ya que la historia entera desde aquel día de oración y lenguas de fuego es, con María, un gran Pentecostés.
P. Mario Ortega
Publicado en La Gaceta de la Iglesia
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