27 jun 2011

OPINIÓN Arraigados en Cristo I


P. Roberto Visier. En el mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud del presente año, el Papa ha dicho a los jóvenes: “En un momento en que Europa tiene que volver a encontrar sus raíces cristianas, hemos fijado nuestro encuentro en Madrid, con el lema: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe (cf. Col. 2,7)”. Escribe poco después: “Quisiera que todos los jóvenes, tanto los que comparten nuestra fe, como los que vacilan, dudan o no creen, puedan vivir esta experiencia que puede ser decisiva para la vida”.

Para aquel que siga mínimamente las intervenciones del Pontífice, es algo obvio que el tema de las raíces cristianas de Europa es recurrente, podemos calificarlo, en el buen sentido de la palabra, como casi “obsesivo”. El Papa percibe que el futuro de una Europa unida y en paz pasa por recobrar la cultura cristiana. No se trata de volver a modelos del pasado donde los reyes y los reinos eran confesionales y estaban muy vinculados a la Iglesia. Eso tenía sus efectos positivos, como la cristianización de la cultura, y otros negativos como la injerencia del poder en los asuntos eclesiásticos y la excesiva politización de la Iglesia, quiero decir una Iglesia demasiado enredada en los entresijos del poder temporal.

Recuperar las raíces cristianas de Europa significa reconocer una evidencia histórica incuestionable: desde la cristianización del Imperio Romano en los primeros siglos después de Cristo y hasta nuestros días, el cristianismo ha estado presente en Europa y ha empapado la cultura, no sólo del viejo continente sino también de América después del descubrimiento. Podemos, en cualquier caso, reconocer que la presencia del cristianismo en los dos primeros siglos no era todavía decisiva, que después de la Revolución francesa la separación entre el Estado y la Iglesia ha aumentado progresivamente, incluso que el siglo XX ha visto un proceso de descristianización impresionante; pero aun así no se puede dejar de aceptar que, durante más de 1500 años la fe cristiana ha formado parte de la identidad europea, que aun hoy sería muy difícil concebir nuestra sociedad sin la presencia de la Iglesia y de la fe, y que todos aquellos que en los últimos siglos han intentado “borrar” el cristianismo de nuestro suelo han fracasado estrepitosamente.

Excavar para encontrar las raíces, ahora escondidas, de Europa no significa que los europeos estarán obligados, para respetar sus raíces, a asistir a Misa todos los domingos y a cumplir los mandamientos de la Iglesia. El hecho de que la Constitución de la Unión Europea reconozca unos fundamentos históricos comunes donde entren los valores cristianos, no implica una confesionalidad de Europa en general y de los distintos estados que la forman en particular. Se debe respetar la libertad de conciencia y de religión de los ciudadanos. No se habla de raíces católicas, sino cristianas. Se trata de reconocer aquello que nos une y aceptar unos criterios de convivencia de validez universal inspirados en la ética cristiana.

La declaración de los derechos humanos de la post guerra tiene un claro matiz cristiano. De hecho es difícil que sean reconocidos, o al menos vividos, en otras culturas no cristianas, donde con demasiada facilidad se atenta contra principios que para nosotros son evidentes e intocables como: la igualdad ante la ley, la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, la protección de la infancia, los derechos laborales de los trabajadores, etc. Por otra parte, si estamos asistiendo a una relectura de dichos derechos del hombre que rebaja sus exigencias y confunde su sentido, es precisamente por la pérdida de las raíces cristianas de Occidente.

Continuará...

P. Roberto Visier.

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