P. Roberto Visier. El anuncio del año de la fe que el Papa Benedicto XVI proclamará próximamente, ha estado precedido por una serie de intervenciones en las que ha subrayado la necesidad apremiante de la nueva evangelización del occidente cristiano. Con este propósito ha querido crear la Congregación para la Nueva Evangelización.
Me ha impresionado la clara conciencia que tiene el Papa de la eficacia de la Palabra de Dios en un mundo descristianizado, en el que fácilmente el evangelizador se siente oprimido por la nítida impresión de que su apostolado es inútil, que nadie parece estar interesado en un mensaje que, para casi todos, es obsoleto e innecesario.
Para comprenderlo sólo tenemos que echar un vistazo al evangelio, a las parábolas del Reino. El Reino de los cielos se parece al grano de mostaza y a la levadura. Las dos imágenes expresan una idea común: algo muy pequeño que al mismo tiempo permanece escondido es capaz de producir un fruto maravilloso. La semilla de mostaza es en sí misma insignificante, no es nada fácil ver un granito de mostaza caído en la tierra, si la tierra está removida todavía menos, y si hay algunas hierbas es casi imposible, pero si la enterramos resulta mucho más difícil todavía encontrarlo. Permanece escondido, sin embargo la tierra húmeda y rica en nutrientes puede fácilmente hacer germinar esa semilla che se convierte en poco tiempo en un arbusto grande, en un pequeño árbol donde los pájaros anidan.
La levadura es también diminuta y mezclada con agua, harina y sal es imposible saber en qué parte de la masa está, no es posible individuarla y separarla, se ha convertido en una sola cosa con toda la masa de pan. Una masa sin levadura es aparentemente exactamente igual. Es el calor del horno el que nos revela que ambas son diferentes. El pan ácimo no crece, en cambio el pan con levadura crece, se esponja, es tierno y apetitoso.
Así es también el evangelio. Existen grandes eventos cristianos: conciertos multitudinarios, congresos, jornadas mundiales, beatificaciones, misas de sanación, grandes encuentros de oración o de formación teológica, encuentros organizados por movimientos apostólicos de resonancia mundial. El Papa puede congregar grandes multitudes y algunos predicadores exitosos reúnen a la vez millares de personas. Pero el camino ordinario del evangelio es la siembra cotidiana de pequeños granos, la levadura del testimonio coherente de la propia vida. Sin aplausos, sin agradecimientos, a veces en medio del desprecio o la indiferencia, pero la semilla cae en corazones sedientos de Dios, en tierras estériles porque están secas, de momento. Pero el agua puede llegar en cualquier instante; pueden ser las lágrimas del fracaso, de la soledad, de la muerte repentina de una persona querida; puede ser el sudor del trabajo agobiante; puede ser el río interior e impetuoso de una mente despierta que está buscando respuestas.
Entonces sucede el milagro, humanamente incomprensible, el prodigio que es capaz de cambiar una vida, de llenarla de luz y de sentido, más impresionante y precioso que la curación de un cáncer o de una ceguera irreversible. No han sido nuestras palabras o nuestros esfuerzos porque es una gracia de Dios, una obra divina, sobrenatural. Pero al mismo tiempo ha sucedido porque hemos sembrado la diminuta semilla porque hemos sido levadura en el mundo, porque hemos sido luz y sal. Dios lo podía haber hecho de mil modos con su poder y sabiduría infinitos, pero ha querido hacerlo por nuestro medio. Nunca se habla de Dios en vano, nunca se pierde un buen ejemplo, el apostolado realizado puede parecer insignificante, intrascendente, tiene sin embargo una eficacia misteriosa, una fuerza imparable.
Para comprenderlo sólo tenemos que echar un vistazo al evangelio, a las parábolas del Reino. El Reino de los cielos se parece al grano de mostaza y a la levadura. Las dos imágenes expresan una idea común: algo muy pequeño que al mismo tiempo permanece escondido es capaz de producir un fruto maravilloso. La semilla de mostaza es en sí misma insignificante, no es nada fácil ver un granito de mostaza caído en la tierra, si la tierra está removida todavía menos, y si hay algunas hierbas es casi imposible, pero si la enterramos resulta mucho más difícil todavía encontrarlo. Permanece escondido, sin embargo la tierra húmeda y rica en nutrientes puede fácilmente hacer germinar esa semilla che se convierte en poco tiempo en un arbusto grande, en un pequeño árbol donde los pájaros anidan.
La levadura es también diminuta y mezclada con agua, harina y sal es imposible saber en qué parte de la masa está, no es posible individuarla y separarla, se ha convertido en una sola cosa con toda la masa de pan. Una masa sin levadura es aparentemente exactamente igual. Es el calor del horno el que nos revela que ambas son diferentes. El pan ácimo no crece, en cambio el pan con levadura crece, se esponja, es tierno y apetitoso.
Así es también el evangelio. Existen grandes eventos cristianos: conciertos multitudinarios, congresos, jornadas mundiales, beatificaciones, misas de sanación, grandes encuentros de oración o de formación teológica, encuentros organizados por movimientos apostólicos de resonancia mundial. El Papa puede congregar grandes multitudes y algunos predicadores exitosos reúnen a la vez millares de personas. Pero el camino ordinario del evangelio es la siembra cotidiana de pequeños granos, la levadura del testimonio coherente de la propia vida. Sin aplausos, sin agradecimientos, a veces en medio del desprecio o la indiferencia, pero la semilla cae en corazones sedientos de Dios, en tierras estériles porque están secas, de momento. Pero el agua puede llegar en cualquier instante; pueden ser las lágrimas del fracaso, de la soledad, de la muerte repentina de una persona querida; puede ser el sudor del trabajo agobiante; puede ser el río interior e impetuoso de una mente despierta que está buscando respuestas.
Entonces sucede el milagro, humanamente incomprensible, el prodigio que es capaz de cambiar una vida, de llenarla de luz y de sentido, más impresionante y precioso que la curación de un cáncer o de una ceguera irreversible. No han sido nuestras palabras o nuestros esfuerzos porque es una gracia de Dios, una obra divina, sobrenatural. Pero al mismo tiempo ha sucedido porque hemos sembrado la diminuta semilla porque hemos sido levadura en el mundo, porque hemos sido luz y sal. Dios lo podía haber hecho de mil modos con su poder y sabiduría infinitos, pero ha querido hacerlo por nuestro medio. Nunca se habla de Dios en vano, nunca se pierde un buen ejemplo, el apostolado realizado puede parecer insignificante, intrascendente, tiene sin embargo una eficacia misteriosa, una fuerza imparable.
P. Roberto Visier.
__________
aun desde lejos sigue guiándome, maravillosa palabras mi querido padre han caído en mi seco corazón como gotas de agua fresca sigue valiendo la pena seguir a Jesús. bendición
ResponderEliminar