21 nov 2011

OPINIÓN. Y la semilla dio fruto


P. Roberto Visier. En sus discursos sobre la nueva evangelización el Papa Benedicto XVI ha afirmado sin vacilación que “la Palabra de Dios sigue creciendo y se difunde”, lo cual me recuerda mucho a otra valiente frase de otro gran pastor de la Iglesia, el actual cardenal arzobispo de Caracas, Mons. Jorge Urosa Savino, al que oí decir repetidas veces: “la Iglesia está viva, se renueva y crece”. Después de su optimista percepción sobre la difusión de la fe cristiana, el Papa se pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué en este siglo postmoderno, laicista y descreído la fe sigue extendiéndose por doquier? Y da tres respuestas. El primer motivo es que la semilla de la Palabra crece porque no depende de nuestras fuerzas, de nuestras acciones, de nuestros medios, sino de Dios.

Efectivamente, el evangelio nos recuerda algo evidente: el agricultor sólo puede sembrar la semilla y esperar que dé fruto. El grano posee en sí mismo la fuerza vital para multiplicarse, es el milagro de la vida (Cfr. Mc. 4,26-28). Así es el evangelio, se extiende por la fuerza de la verdad, por la gracia de Dios, por la acción escondida del Espíritu Santo en las almas. ¿Por qué se extiende el evangelio? Porque no es un invento de los hombres, no depende de la inteligencia humana, de los métodos, de los inabarcables planes de pastoral, el marketing y las incontables reuniones. ¿Por qué la fe crece? Porque Dios existe y interviene en el mundo.

“Debemos creer en el poder humilde de la Palabra de Dios y dejarle actuar”, continua el Papa. ¿Por qué tan poco fruto después de tantos esfuerzos? ¿No será que hemos confiado en nuestros sudores y no en la fuerza de Dios? Estamos demasiado apegados a los resultados tangibles y nos cuesta mucho esperar. Muchas veces se recoge lo que otro ha sembrado. Por el fascinante misterio de la comunión de los santos, nuestras oraciones y desvelos apostólicos pueden ser eficaces a miles de kilómetros de distancia, mientras nosotros también somos bendecidos por los escondidos sacrificios de cristianos desconocidos que sufren persecución, o por la sencilla y sentida súplica de uno de esos pobres de espíritu que sólo Dios conoce.

Creer en el “poder humilde” de la Palabra significa tener fe en Dios que actúa a través de hechos insignificantes, de palabras sencillas, de gestos concretos aparentemente intrascendentes, pero movidos por un amor sincero. Es verdad, tenemos que hacer planes pastorales, es necesario organizarse, programar y hacer las cosas con método y dedicación incansable, debemos fatigarnos por el evangelio; pero al final sabemos que lo que cuenta es nuestra comunión íntima con el dador de vida, al final debemos reconocer que la Verdad se abre camino porque es Luz y los hombres quieren ver el Camino. Al final no son las razones las que convencen sino el encuentro con Jesucristo que se deja encontrar porque está vivo, resucitado y está muy cerca de nosotros, porque camino con nosotros, permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.

P. Roberto Visier.

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