29 dic 2011

ESPIRITUALIDAD CATÓLICA. No hay Navidad sin Natividad de Cristo. Y II


P. Rafael Pérez. Cada uno de nosotros podemos acercarnos a las páginas del Evangelio, o al sagrario donde está Jesús, y vivir a Su lado cada acontecimiento de su vida mortal, como nos relata preciosamente este texto de la liturgia de las horas:

Jesús, porque te has hecho hombre, ahora puedo...

"Ungir tus pies, que buscan mi camino...
(como la mujer pecadora que lavó los pies de Jesús con sus lágrimas y le ungió con perfume de nardo)
...sentir tus manos en mis ojos ciegos...
(como el ciego de nacimiento que fue curado por Jesús)
...hundirme, como Juan, en tu regazo...
(como en la última cena, cuando reposó su cabeza en el costado del Señor y escuchó los latidos de su corazón)
...y -Judas sin traición- darte mi beso.


Carne soy, y de carne te quiero.
¡Caridad que viniste a mi indigencia,
qué bien sabes hablar en mi dialecto!
(qué bien comprendes a los hombres, tú que te ha hecho hombre como nosotros)
Así sufriente, corporal, amigo,
¡cómo te entiendo!
¡dulce locura de misericordia:
los dos de carne y hueso!"

Jesús, nuestro Sumo Sacerdote Misericordioso

Esto tiene dimensiones tremendas para nosotros.
¿Quién se puede atrever a decir ahora que Dios no comprende su dolor o lo que sucede en su corazón?. ¿Quién dirá que cuando nació vino solo a este mundo, si Dios ya había conocido antes el llanto y el frío del invierno en el pesebre de Belén? ¿Quién se atreverá a decir que está solo ante sus sufrimientos cuando contempla la tremenda Pasión de Cristo?. Es más, ¿quién se atreverá a decir que estará un día solo ante la muerte, si Jesús ha vivido ya antes su propia muerte a tu lado, y la ha vivido por ti y para ti?

Este es el misterio de la Misericordia de Dios: El más profundo de los misterios divinos en su iniciativa de salvación de los hombres. Dios no se compadece de nosotros desde la distancia: ha amasado su corazón humano y divino a la vez con el barro de los hombres. No ha venido a salvarnos un Dios impasible, incapaz de compadecerse de nuestras debilidades. Ha venido un Dios revestido de nuestra carne, "igual en todo a nosotros, menos en el pecado" (Heb 4,15)

Por eso, Jesús es nuestro Sumo Sacerdote Misericordioso (cf. Heb 2, 17)

P. Rafael Pérez.
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