P. Roberto Visier. Nos sorprendía el Papa diciéndonos que la Palabra de Dios continúa creciendo y difundiéndose. Y sugería tres motivos: el primero la fuerza divina del Evangelio. El segundo es que todavía hay terreno fértil que acoge la semilla y da fruto abundante.
Escuchando estos días de Adviento el testimonio extraordinario del Bautista que se autodefine como “voz que clama en el desierto”, sin duda nos hemos podido sentir identificados, pensando que nuestro testimonio cristiano de obras y palabras no encuentra oídos y corazones que quieran acoger la buena noticia. Estamos rodeados de personas, pero cuando hablamos de Dios nos parece hablar en el vacío, pareciera que caminamos solos en un desierto inmenso y que cualquier apariencia de compañía es sólo un espejismo fruto de nuestra imaginación. Los laicos se sienten aislados en un mundo descristianizado, y los sacerdotes con frecuencia pensamos que nuestros sermones no producen los frutos de conversión que deseamos y que a duras penas encontramos colaboradores eficaces.
El Papa, que conoce mejor que nosotros los “desiertos” del mundo, sabe que hay oasis llenos de vida, más aun, hay llanuras fértiles llenas de frutos jugosos y frescos, hay ríos y manantiales, ganado y peces en abundancia. El ser humano sigue siendo el mismo, lleno de necesidades físicas y materiales apremiantes, pero también lleno de anhelos espirituales, de sed de felicidad y de paz. Busca con ansía la felicidad. Quizás una de las labores más urgentes es despertar en los hombres y mujeres de hoy ese deseo tan humano de felicidad. Uno de los peligros más graves es dejar de buscar, convencerse de que no hay nada que buscar o es inútil intentarlo, que no hay nada más allá de la rutina monótona y cotidiana, llena de sinsabores y vaciedad.
El mal hace mucho más ruido, dice el Papa, pero queda todavía mucha tierra buena dispuesta a recibir la semilla y a dar fruto, mucha gente buena que está buscando, que quiere algo distinto de lo que ofrece la sociedad actual. La misma crisis está despertando un encendido deseo de cambio, de trasformación; hay mucha desorientación pero se necesitan alternativas. La percepción de la inutilidad de nuestros esfuerzos es una tentación. “No les interesa, no quieren, no les hace falta”, pensamos, pero no es así. Es cierto, es preciso realizar primero todo un trabajo de preparación de la tierra: existen muchos prejuicios que apartar, muchos vicios que vencer, mucha formación humana y cristiana que enseñar. Quizás lo que nos falta es ese deseo de trabajar duro para preparar la tierra, tal vez tenemos miedo al trabajo, no a la falta de fruto.
Por muchos esfuerzos que haga el enemigo, sea el ángel malo, sea el hombre malvado para vaciar interiormente al hombre, siempre el ser humano tendrá un alma espiritual que necesita llenarse que tiene sed de agua fresca, de la verdad, del bien, de la belleza. Cada alma es un huerto que debe ser regado, trabajado, sembrado y que puede dar un fruto muy abundante, cada uno según su capacidad, según los talentos recibidos, según la llamada de Dios.
El Papa, que conoce mejor que nosotros los “desiertos” del mundo, sabe que hay oasis llenos de vida, más aun, hay llanuras fértiles llenas de frutos jugosos y frescos, hay ríos y manantiales, ganado y peces en abundancia. El ser humano sigue siendo el mismo, lleno de necesidades físicas y materiales apremiantes, pero también lleno de anhelos espirituales, de sed de felicidad y de paz. Busca con ansía la felicidad. Quizás una de las labores más urgentes es despertar en los hombres y mujeres de hoy ese deseo tan humano de felicidad. Uno de los peligros más graves es dejar de buscar, convencerse de que no hay nada que buscar o es inútil intentarlo, que no hay nada más allá de la rutina monótona y cotidiana, llena de sinsabores y vaciedad.
El mal hace mucho más ruido, dice el Papa, pero queda todavía mucha tierra buena dispuesta a recibir la semilla y a dar fruto, mucha gente buena que está buscando, que quiere algo distinto de lo que ofrece la sociedad actual. La misma crisis está despertando un encendido deseo de cambio, de trasformación; hay mucha desorientación pero se necesitan alternativas. La percepción de la inutilidad de nuestros esfuerzos es una tentación. “No les interesa, no quieren, no les hace falta”, pensamos, pero no es así. Es cierto, es preciso realizar primero todo un trabajo de preparación de la tierra: existen muchos prejuicios que apartar, muchos vicios que vencer, mucha formación humana y cristiana que enseñar. Quizás lo que nos falta es ese deseo de trabajar duro para preparar la tierra, tal vez tenemos miedo al trabajo, no a la falta de fruto.
Por muchos esfuerzos que haga el enemigo, sea el ángel malo, sea el hombre malvado para vaciar interiormente al hombre, siempre el ser humano tendrá un alma espiritual que necesita llenarse que tiene sed de agua fresca, de la verdad, del bien, de la belleza. Cada alma es un huerto que debe ser regado, trabajado, sembrado y que puede dar un fruto muy abundante, cada uno según su capacidad, según los talentos recibidos, según la llamada de Dios.
P. Roberto Visier.
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